Ya era una noticia la mera foto del acto. Todavía hoy, aunque el deshielo comenzó hace años, sorprende la cordialidad con la que se tratan Pedro J. y Cebrián. Se había llenado el auditorio por la presentación del libro de Manuel Cerdán sobre los cincuenta años del atentado de Carrero Blanco: 50 años de un magnicidio maldito (Plaza & Janés, 2023).

Y, para qué nos vamos a engañar, el atentado de Carrero es como un gran true crime, el libro de Cerdán es sensacional, pero lo de Pedro J. y Cebrián tenía morbo. Podemos atestiguarlo con el testigo de la primera fila, que huele el morbo a kilómetros de distancia: Jaime Peñafiel.

También andaban sentados en la sala Mariló Montero, Enrique Cerezo, Eduardo Zaplana y José Amedo. Además de una pila de los mejores periodistas de investigación de lo que se llamó edad de oro.

Pedro J. y Cebrián, cincuenta años después, se han contado cómo vivieron aquel día. Han coincidido en dos conclusiones. La primera: no hay teoría de la conspiración que valga. A Carrero lo mató ETA. Ni colaboró la CIA ni colaboraron los adversarios que el presidente tenía dentro del régimen.

Hay cosas extrañas: los terroristas camparon a sus anchas por Madrid y a muy pocos metros de la embajada de Estados Unidos, pero en la vida –eso lo ha dicho Pedro J.– «existen las casualidades».

Cebrián ha aportado un detalle que explica esa casualidad: los servicios secretos del régimen eran un desastre. Había hasta once distintos y estaban enfrentados entre ellos. Además, como ha recordado Cerdán, aquel 20 de diciembre de 1973 se celebraba un gran proceso judicial contra Comisiones Obreras. Y el franquismo estaba pendiente del Partido Comunista.

La segunda coincidencia entre Pedro J. y Cebrián: el asesinato de Carrero «aceleró la Transición». Es más, han llegado a situar su inicio el 20-D. El director fundador de El País lo ha explicado con una imagen. De pronto, los españoles se encontraron en los periódicos con la foto de Franco llorando en el funeral del que había sido su presidente del Gobierno. En la memoria colectiva, aquel dictador providencialista que había posado con los fieros Hitler y Mussolini era un anciano con párkinson que lloraba desolado.

Por cierto, Cerdán, que ha dedicado toda una vida a investigar el suceso, ha ido dando datos que casi ninguno de los presentes sabíamos: Carrero, su chófer y su guardaespaldas no murieron a causa de la explosión, sino aplastados tras caer el coche en la terraza interior de los jesuitas.


El autor y sus dos presentadores, durante el acto.

Guillermo Gutiérrez

Pedro J., Cebrián y Cerdán han negado taxativamente que la CIA pudiera brindar explosivos a ETA o incluso colocarlos ellos mismos en el túnel de Claudio Coello, tal y como se insinúa en un documental recién estrenado por Movistar.

Los tres han negado que Arias Navarro estuviera implicado directamente en el asesinato, como reza otra de las teorías alternativas, pero han apuntado a lo sorprendente de las consecuencias: el ministro de la Gobernación, el propio Arias, encargado de la vigilancia de Carrero, fue ascendido a presidente tras fracasar en su misión.

Ese juego de camarillas lo explica muy bien Cerdán en el libro: Carrero era el favorito de Carmen Polo. Y la mujer del dictador hizo lo posible por promocionarlo. Era una época en que ella sí influía políticamente en El Pardo.

Se ha generado cierto debate entre los presentadores y el autor del libro. Porque Cerdán ha insistido en la idea de que, tras el asesinato de Carrero, «a nadie le interesó investigar». A Arias, por no poner de manifiesto su incompetencia en Gobernación. A los periodistas, quizá, por verse arrasados por las informaciones que llegaban, los vientos de Democracia. Y al Estado democrático recién nacido por la Ley de Amnistía del 77, que posibilitó la Transición.

Aquella norma –ha recordado Cerdán– dejó en la calle a los etarras que habían sido detenidos por su implicación en el atentado del 20 de diciembre de 1973.

El libro publicado por Manuel Cerdán.


El libro publicado por Manuel Cerdán.

Guillermo Gutiérrez

El 20-D de Cebrián

Juan Luis Cebrián era director adjunto del diario Informaciones. «Todos los directores de periódico estaban de viaje con el general Torrijos, que los había invitado a la selva», ha contado. Por eso a él, en la práctica, le tocó dirigir el medio.

Le llamaron pasadas las nueve y media de la mañana. Había habido «una explosión de gas en Claudio Coello, 104». En el 106, se daba la casualidad de que Ignacio Camuñas –luego ministro con UCD– y él habían montado una editorial llamada Guadiana.

Mandó a una reportera en prácticas llamada… María Antonia Iglesias, que regresó a la redacción diciendo que la explosión había «afectado al presidente». Para asegurarse, debido a la falta de experiencia de la reportera, mandó a un veterano, Manolo Alcalá. Y Sol Álvarez Couto marchó al hospital.

Alcalá confirmó: Carrero había sido pillado de lleno. Álvarez Couto añadió: «Juan Luis, lo he visto en una camilla. Está muerto». Pero el régimen prohibía hablar de «atentado». Carrero había muerto por una explosión de gas.

La primera portada que pudo imprimir Informaciones decía, más o menos, esto: «Ha fallecido el presidente». El desconcierto fue «absoluto». Llegaban filtraciones que hablaban de «levantamientos militares» en distintas provincias.

El 20-D de Pedro J.

Pedro J. es unos años más joven que Cebrián. Ya había terminado la carrera, pero estaba en Estados Unidos, en la Universidad de Pensilvania, como profesor de Literatura. Por las mañanas, el veneno periodístico le empujaba a la biblioteca, donde leía los periódicos.

Era una biblioteca muy lejos de las bibliotecas españolas. De liturgia y rígido silencio. Agarró Pedro J. la portada del New York Times y se topó con la noticia del asesinato. No pudo evitarlo. Gritó: «¡Coño!». Se abalanzó la bibliotecaria para abroncarlo. Él contestó: «Lo siento, es que acaba de cambiar la Historia de mi país».

Regresado a España, Pedro J. fichó por ABC. Era cronista político, entrevistador. Le encargaron una conversación con uno de los hijos de Carrero. Total que fue a la casa familiar en El Escorial.

El hijo le mostró la mesa donde el padre «redactaba las leyes fundamentales del Movimiento»: «Era una mesa con un hule de plástico, de esos con cuadros rojos y blancos. Era la representación de lo cutre que era el Estado franquista».

Manuel Cerdán, Pedro J. Ramírez y Juan Luis Cebrián se han despedido reiterando la idea que une sus análisis: «Ese día comenzó la Transición».