El rostro de Carlos Olalla (Barcelona, 1957) dibuja una sonrisa incansable. Resulta familiar, cercano, amable. Lo hemos visto en multitud de películas y series españolas, las cuales avalan su dilatada, aunque tardía, carrera como actor. Ahora, Olalla nos colma de ilusión al verle protagonizar el anuncio de la Lotería de Navidad de este año. Una ilusión que él tuvo que recuperar después de que, en 2016, tras pasar una agónica temporada de sequía de proyectos, se viera obligado a recitar poemas en el Metro de Madrid para poder comer. Y lo hizo junto a su madre, de 84 años, también actriz.
Ahí conoció el lado más amargo de la profesión, de la que asegura haber conocido su verdadera realidad. Una profesión en la que se inició después de haber cumplido 45 años. Antes de eso, ni siquiera atisbaba en el horizonte su futuro en el mundo de los escenarios y las cámaras.
Su faceta profesional comenzó a los 18 años en el sector empresarial después de licenciarse en el Colegio Universitario de Estudios Financieros de Madrid. Pasó por varias empresas españolas y extranjeras. Fue director regional de un banco londinense en Cataluña y de una de las principales empresas constructoras nacionales. Un mundo, el de los negocios, del que descubrió que «lo único que importaba era la última línea de la cuenta de resultados«, explica el actor en entrevista con EL ESPAÑOL.
Sin embargo, después de 25 años en la empresa en la que trabajaba, hubo una reestructuración de plantilla y se quedó «de patitas en la calle«. «Tenía 45 años y decían que ya era muy viejo para trabajar en la empresa», cuenta. Es ahí cuando su rumbo y esperanzas se fijaron en el mundo de la interpretación, al que nunca antes se había planteado dedicar.
Fue su madre, la también actriz y escritora Marina Maristany, que por entonces había realizado algunas figuraciones, quien le propuso irse con ella a hacer una prueba con la actriz francesa Sophie Marceau. «Yo quiero conocer a esa mujer guapísima», le dijo Carlos a su madre. «Cuando llegué allí, me encantó el ambiente del rodaje, me daba curiosidad cómo colocaban la cámara, todos los entresijos que había detrás…», relata el actor.
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Así, en paro y con todo el tiempo del mundo para dedicarse a buscar trabajo, comenzó a presentarse a castings de publicidad en Barcelona, su ciudad natal, donde rodó «bastantes anuncios». Sin embargo, la gran oportunidad le llegaría pocos meses después cuando lo llamaron para darle una réplica gestual al actor de Hollywood Christian Bale, que se encontraba en la Ciudad Condal rodando El maquinista. «Me quedé tan alucinado de verle trabajar que decidí que quería dedicarme para siempre a esto», cuenta.
Al día siguiente, Carlos, a sus 50 años, se matriculó en el Estudio de Formación del Actor de Nancy Tuñón y Jordi Olivé. Allí compartió aula con otros chavales, de 18 años, que también soñaban con ser actores. «Cuando teníamos que improvisar, ellos tenían que imaginar lo que les tendría que haber pasado para conseguir esa emoción, ese estado que requería la escena, y situarse en el sufrimiento del personaje. A mí, sin embargo, me bastaba con recordar algunas de las putadas que me habían hecho en el mundo de la empresa… Ellos viajaban al futuro y yo al pasado, y nos encontrábamos en el presente», dice.
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A partir de ahí, se le abrieron las puertas para trabajar en diversos proyectos, entre ellos, la película El próximo oriente de Fernando Colomo. Aún recuerda cuando Colomo le preguntó: «¿De dónde has salido tú?». A lo que Olalla respondió: «Pues del paro, y quiero dedicarme a esto de ser actor«. Entonces, el reputado director le dijo algo que nunca olvidará. «Eres un chollo, porque en España hay muchos actores secundarios muy buenos, pero han pasado tanta hambre, durante tanto tiempo, que se les nota en la cara y hay ciertos papeles que no les puedes dar».
Ese fue el primer golpe de realidad que el principiante actor recibía. «Me planteó una situación sobre la precariedad de los actores en España que me sacudió«, cuenta Carlos. «Sin embargo, Fernando me dio esperanzas, ya que, al ser hombre, y esta ser la profesión más sexista que hay, también me dijo que no me faltaría trabajo ya que casi todos los personajes de cincuenta años para arriba están escritos para actores y no para actrices», relata.
Y no le faltaba razón al veterano director. En 20 años de carrera, Carlos Olalla ha realizado más de cien series de televisión, así como más de cuarenta películas, entre las que se encuentran Yo soy la Juani, de Bigas Luna o Tres metros sobre el cielo, de Fernando González Molina. En series, siempre será recordado por interpretar el papel de Jaime Alday Roncero en la telenovela Acacias 38, aunque otros papeles secundarios en Cuéntame cómo pasó, El internado o Gran Reserva bañan su extensa filmografía.
Papeles que, en su gran mayoría, «podrían haberlo hecho mujeres, pero estaban escrito para hombres», dice Olalla, quien revela que, a pesar de haber tenido tanto trabajo haciendo papeles secundarios, «ha tenido que malvivir«. «La realidad es que sólo un 3% de los actores de nuestro país ganan más de 30.000 euros al año«, denuncia el intérprete.
Pedir en el metro junto a su madre
Carlos ha vivido en sus propias carnes la crudeza de la miseria de la profesión cuando se vio obligado, en 2016, después de una etapa donde no le llegaban papeles, a pedir limosna en el metro a cambio de leer unos poemas. Una decisión que llegó después de llegar a casa y ver la nevera vacía. «No teníamos nada para comer«, dice. Su madre, a pesar de sus 84 años, también acompañó a su hijo al Metro: «Me voy contigo. ¿Acaso no soy actriz yo también?«, le espetó.
Llegó el primer metro. Iba completamente a rebosar. «Le dije a mi madre que esperáramos al siguiente. El siguiente iba vacío… ahí no valía la pena que subiéramos. Esperamos al tercero. En ese, fuera como fuera, teníamos que subir», relata el actor, quien tuvo que hacer frente al pudor de tener que pedir limosna por primera vez. «No fue fácil subirse a ese metro y pedirle dinero a la gente. Pero luego me planteé que había mucha dignidad en lo que hacíamos mi madre y yo. Estábamos defendiendo nuestra profesión», expresa.
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«Soy Carlos Olalla, actor, me recordaréis por series como El tiempo entre costuras. Ella es Marina Maristany, poeta y también actriz, y, como la mayoría de nuestros compañeros de profesión, estamos en paro. No tenemos para comer y hemos venido a leeros unos poemas por si queréis echarnos una mano pero, sobre todo, también venimos a advertiros de que os están robando a todos los que venís en este vagón, porque si los que nos dedicamos a la cultura no podemos vivir de ello, a los que os están quitando el acceso a la cultura es a vosotros«, repetía Carlos una y otra vez en cada uno de los vagones a los que subía.
Así, vagando por los andenes, estuvieron Carlos y su madre durante un mes. Unas veces conseguían recoger más dinero y otras menos. «Dependía del día, era muy irregular, aunque podíamos sacar 100 euros estando toda una mañana«, con lo cual, «nos permitía vivir tranquilos«, revela. Nunca olvidará aquella vez en la que una señora le dio un billete de cincuenta euros. «Nos dijo que le daba mucha pena porque no deberíamos estar pidiendo», dice.
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Le vienen a la mente anécdotas como la de aquel día en que se toparon con un grupo de adolescentes gitanos. «Me preguntaron que qué era eso de la poesía, no tenían ni idea. Entonces, les propuse comenzar a leer poesía juntos. Dijeron que sí. Así que empezamos a leer un poema de José Agustín Goytisolo que tiene un verso que se repite constantemente y que dice: «No sirves para nada». Hicimos una especie de teatrillo en el que yo leía el poema y, justo en ese fragmento, aquellos chicos me gritaban esa frase», relata Carlos, quien le gustaría pensar que aquellos chavales volvieron a su casa aquel día habiendo intuido lo que era la poesía. «Fue una de las experiencias más bonitas que vivimos».
De aquella experiencia aprendió lo difícil y valiente que es interpretar en el Metro porque, a diferencia del cine o el teatro, donde el espectador va a verte, «ahí entras tú ocupando su espacio«, dice el intérprete. Además, «el público del metro es un público cautivo ya que no puede escapar de ahí ni para ir al lavabo», bromea.
Cuando Carlos contó que había tenido que mendigar para poder comer, muchos compañeros de profesión se volcaron con él. Tanto es así que el director Carlos Lázaro, que en el pasado le ofreció su primer papel con continuidad en la serie de TVE Amar en tiempos revueltos, lo llamó para hacer un papel en otra serie, Centro médico, también de la cadena pública. «Alargaron mi personaje con tal de que no me quedara sin trabajo. Reescribieron el guion para que no me quedara en la calle«, cuenta Olalla.
La verdad de las alfombras rojas
Desde siempre, Carlos ha sido muy crítico con la precariedad laboral que azota a su sector. Muestra de ello fue cuando, en 2015, decidió dejar de subirse a los escenarios a modo de protesta tras calcular lo que les pagaban a los actores por las horas de estudio, de ensayo, de representación y por cada función, y le salió una media de 50 céntimos la hora. «No hay ni una sola profesión donde cobres eso. Y la gente no se da cuenta», denuncia.
Una precariedad que se oculta debajo del polvo de las lujosas alfombras rojas de los festivales y galas de premios. Ceremonias a las que los actores «están obligados» a acudir. «Tenemos que ir si queremos que nos vean. Si no estás allí, estás muerto. No existes. Tienes que dejarte ver en estos saraos para que no se olviden de ti. Y si hay suerte y están haciendo un casting, pues te llaman», explica.
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Así, la imagen que se proyecta al público no refleja la realidad del día a día de un actor. «La gente dice que somos unos cabrones y que vivimos de lujo sin pegar palo al agua, de fiesta en fiesta, y eso son la minoría de actores y actrices», expresa Carlos. «La realidad es mucho más dura. No saben que nos levantamos a las 5 de la mañana para ir a grabar, y eso es una suerte porque significa que tienes trabajo», dice. Por ello, si algo le ha enseñado esta profesión es que, «o te matan de hambre, o te matan de agotamiento, pero siempre te matan«, expresa.
Asimismo, a lo largo de su carrera, también ha reivindicado el acceso a la cultura para todo el mundo. Por ello, lleva doce años haciendo talleres solidarios a colectivos en riesgo de exclusión social. «Es una maravilla ver a personas que nunca han tenido acceso a la cultura disfrutar de ella. De repente cogen un poema de Machado y se emocionan con él, porque esas letras hablan de ellos… Eso da sentido a muchas cosas», dice.
Ayudas al cine español
Sobre las ayudas que recibe el cine y que tan criticadas son por ciertos sectores de la población, Carlos opina que son «críticas absurdas«. «Nos han llamado chupópteros en infinidad de ocasiones, cuando la realidad es que el cine en España recibe diez veces menos ayudas de las que recibe el cine en Francia. Al igual que en Estados Unidos, que muchos dicen que no reciben ayudas, y es mentira: tienen unos incentivos fiscales brutales. Si en algún plano de una película aparece la bandera norteamericana, reciben una subvención», señala.
Por eso, Olalla defiende la idea de que el cine es el mejor escaparate que tiene una sociedad. «Mucha gente dice que el cine español es una mierda, y lo dicen los mismos que no ven una película española en su vida. Sin embargo, muchas películas españolas triunfan en Cannes o en Berlín», comenta. «Somos tan nacionalistas para unas cosas, y luego no ponemos en valor nuestro cine«.
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De la misma forma, otro de los tópicos que se vierten sobre el cine patrio es la de que todos los que trabajan en su industria «son unos rojos«. Una afirmación de la que Olalla no está completamente de acuerdo. «Rojos seremos algunos, pero ya te digo que productores de izquierdas hay muy pocos«, explica.
Lo que sí tiene claro es que en esta profesión «te encuentras con gente maravillosa». Olalla recuerda con emoción cuando, en 2008, hizo El patio de mi cárcel, dirigida por Belén Macías. Durante el rodaje, el intérprete sufrió un infarto agudo, lo cual no le permitió poder rodar su escena cuando le tocaba. Sin embargo, cambiaron todo el plan de rodaje para que, cuando se recuperara y recibiera el alta médica, pudiera hacerla. «Lo más fácil sería haberme sustituido, sólo tenía una escena, pero cambiaron todo para que yo pudiera ir… Me llegó al alma«, expresa.
Paradójicamente, el infarto, más allá del susto, dice que ha sido de las mejores cosas que le han pasado en la vida. «No tuve secuelas, me recuperé enseguida y me sirvió para darme cuenta de que me podía haber ido de este mundo sin dar los abrazos que tenía que haber dado. A veces por las prisas, otras por egoísmo… así que pensé que si salía de esa me convertiría en el tío más mimosón del mundo», se sincera.
El sueño del anuncio de la Lotería
Precisamente, este año, el anuncio de la Lotería de Navidad habla de los abrazos que no damos. Un anuncio que «transmite valores humanos», lo que poder protagonizarlo ha supuesto para Carlos «un regalo inmenso». No obstante, rodarlo ha sido «casi un milagro» ya que el actor acababa de superar una operación de cadera que casi no le permite hacerlo. «Pensaba que no lo haría, después de la alegría que me llevé cuando me llamaron para decirme que me habían cogido».
Sin embargo, el equipo de producción le puso todas las facilidades del mundo para que Olalla pudiera encarnar al personaje del padre a cuya hija, interpretada por Andrea Thurman, le pide que vaya a comprarle un décimo de lotería. «El director me dijo que podíamos hacer que mi personaje no pudiera ir a comprar el décimo porque estaba en silla de ruedas», revela el actor.
Ahora, el rostro emocionado de Carlos al recibir el abrazo de su hija en la ficción nos invita a soñar. Eso es lo que este actor, a sus 65 años, sigue haciendo cada día. «Soñar con mundos en los que no demos la espalda a masacres como las que sufre el pueblo palestino», dice. Y es que, si algo le ha enseñado la vida, es que «no somos de donde nacemos, sino de donde nos necesitan«. Y allí estará Carlos siempre, donde se le necesite.
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