Félix tenía 38 años cuando se contagió de VIH a la vez que le rompieron el corazón. «Por aquel entonces yo estaba en una relación de pareja estable y cerrada. Nos queríamos y teníamos mucha confianza el uno en el otro», relata. Al cabo de unos años de empezar con su expareja, fue cuando Félix se empezó a encontrar mal. «Me puse enfermo y me realizaron las pruebas en el hospital», rememora. Siete meses después, en junio de 2017, le diagnosticaron la enfermedad.

Al principio, recuerda sentir confusión. «Mi pareja me negó que él tuviera VIH, asegurándome que no me había sido infiel«, explica. Finalmente, «rompimos la relación y no volví a saber nada más de él», añade.

El siguiente sentimiento que dominó a Félix fue «el miedo». «El pánico al rechazo que sabía que existía, la discriminación», expresa sobre una apatía que el mismo admite haber sentido. «Yo mismo he rechazado, por falta de conocimiento, a personas que tenían VIH», confía sobre lo que define como «una lección de la vida».

Una vez que le diagnosticaron la infección «no me ha dado tiempo a que nada de lo relacionado con el estigma de la enfermedad me afecte».

Él es de origen brasileño, por lo que cuando se enteró de los resultados comenzó los tratamientos en su país. Después, volvió a España y se instaló en Zaragoza, donde conoció la asociación de Omsida.

«Cuando llegué aquí sabía que necesitaría la medicación, traje algo conmigo pero no me daba para mucho tiempo», relata sobre sus primeros días en la capital. Menciona que gracias al apoyo que recibió desde Omsida pudo retomar el tratamiento, además de la ayuda que le ofrecieron con «algunos trámites burocráticos».

A día de hoy, y desde hace muchos años, Félix puede decir tranquilo que está «indetectable». Es decir, que no tiene carga viral suficiente para infectar a otra personas. Incide en que «indetectable es igual a intransmisible», algo que la mayoría de la gente desconoce. «Yo mismo antes de contagiarme», se sincera.

Al poco tiempo de descubrir la asociación, Félix decidió involucrarse en la lucha. Comenzó en el voluntariado porque quería darle «a otras personas lo que a mí me ofrecieron en su día», incide. 

Sus inicios como voluntariado, hace cuatro años, los recuerda con mucho cariño. «El uno de diciembre de 2019 estaba en plaza España repartiendo material preventivo» y, poco después, «me capacite para ser un Educador en la asociación», rememora. Él es consciente de que cuando se contagió de VIH. La enfermedad venía con otra carga más: el estigma social al que tendría que enfrentarse.

A pesar de las muchas trabas diarias a las que se enfrentan los que padecen el virus, Félix declara que «nunca he sufrido ningún tipo de discriminación, ni tampoco cuando abrí mi diagnóstico a todos».

Sobre la concienciación de la sociedad, cree que todavía «queda un largo camino por recorrer para llevar toda la información necesaria a lo más jóvenes». A lo largo de los años que lleva trabajando para Omsida, Félix se ha dado cuenta de que, sobretodo las generaciones venideras, «han bajado la guardia y tienen muy baja percepción sobre el VIH».

«La enfermedad sigue siendo un tema tabú, en la mayoría de los casos para los padres, pero intentamos llegar a donde nos lo permiten», explica y añade que el primer paso para cambiar las cosas es desde «la educación».