La división entre palestinos e israelís, la partición de la tierra en disputa de modo que los dos pueblos coexistan sin convivir, ha sido tradicionalmente el motor de todas las iniciativas diplomáticas en la zona. En 1917, la Declaración Balfour (una declaración formal de apoyo del Gobierno británico al proyecto sionista en forma de carta del ministro de Exteriores, Arthur James Balfour, al barón Lionel Walter Rothschild) decía: “El Gobierno de Su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío (…), entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de los judíos en cualquier otro país”.
En 1947, la ONU aprobó el plan de partición, que recomendaba dividir la Palestina del mandato británico en dos estados, uno judío y uno árabe, dejando Jerusalén y Belén bajo control internacional. Los árabes se negaron a entregar parte de la tierra a los emigrantes judíos procedentes en gran medida de Europa y en 1948 estalló la guerra que venció el recién nacido Estado de Israel. Varias décadas y guerras después (1967, 1973), el proceso de Oslo en los 90 se enfocó igual. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) fue considerada el “embrión” del Estado palestino y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), otrora considerada una organización terrorista, pasó a ser tratada como el único interlocutor del pueblo palestino y su lucha, un movimiento de liberación nacional.
Quebró Oslo, estalló la segunda intifada, se desmoronó la ANP y la OLP cayó en la irrelevancia, pero no la idea de la separación y la creación de un Estado palestino. La solución de los dos estados que vivan en paz y seguridad uno junto al otro fue la iniciativa diplomática liderada por George Bush e implementada por el Cuarteto de Madrid para acabar con el derramamiento de sangre de la segunda intifada y sigue siendo la salida al conflicto auspiciada por la comunidad internacional, como ha reiterado Pedro Sánchez en su viaje a la zona. En realidad, la solución de los dos estados es un zombi diplomático, un autoengaño que se utiliza para maquillar la inexistencia de un proyecto para poner fin al conflicto.
¿Por qué es inviable?
1. La Palestina del mandato británico es una sola realidad política desde 1967, cuando Israel ocupó Cisjordania, Gaza y Jerusalén este. Israel domina todo el territorio y gobierna a la población. Dependiendo de las zonas y del origen de los ciudadanos, aplica legislaciones diferentes: a grandes rasgos, un Estado democrático en Israel, un sistema de anexión no reconocido internacionalmente en Jerusalén este y una administración militar en los territorios ocupados. La ANP ejerce una autonomía muy limitada en Gaza y unas zonas concretas de Cisjordania. Los dos estados implicarían por parte de Israel renunciar a este control y revertir la colonización que desde 1967 ha convertido Cisjordania en un archipiélago de enclaves palestinos desconectados entre sí. La extensión de la colonización hace imposible un movimiento de este tipo.
2. En Israel es mayoría desde su victoria en la intifada una visión del conflicto contraria a negociar y a cualquier cesión. El concepto de paz, identificado con el laborismo, quedó desacreditado a principios de siglo y hoy gobierna la coalición de derechas más extremista de la historia del país. Su visión no es la de los dos estados, sino la opuesta: más colonización y tratar a la población palestina en sus enclaves como un problema de seguridad a reprimir. Gaza hoy es el ejemplo.
3. La sociedad palestina, desestructurada, dividida y empobrecida por décadas de ocupación, no tiene liderazgo. La ANP es una estructura ineficaz y la OLP, un instrumento del pasado. Hamás no ofrece más alternativa que la violencia. Nadie tiene legitimidad para liderar una hipotética negociación.
Este retrato no es post-7-O, es el statu quo sobradamente conocido desde hace años que a diario genera una vasta red de violencias y que periódicamente causa baños de sangre. Hablar de los dos estados es como no decir nada y, por tanto, no aporta nada para idear una solución que, si existe, ya no es viable bajo el tradicional prisma de la partición.