Un reportero de EL ESPAÑOL fue detenido y acusado en falso la noche del pasado miércoles durante las protestas en la calle Ferraz en Madrid. El periodista se encontraba cubriendo la información de la manifestación contra la amnistía en el momento de los hechos.
Después de informar durante todo el día de la investidura de Pedro Sánchez en el Congreso, el reportero se aproximó a las inmediaciones de la sede del PSOE alrededor de las 22.15 horas de la noche para formar parte del equipo que retransmitía en directo las protestas para este periódico.
Producidas ya las primeras cargas en la calle Ferraz, se refugió en la calle Juan Álvarez de Mendizábal en compañía de otros dos reporteros del periódico y un cuarto periodista del diario El Mundo.
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Tras la primera dispersión policial, los cuatro permanecieron en dicha calle reportando sobre las actividades de medio centenar de manifestantes, algunos de los cuales resultaron ser agentes de paisano. A la segunda carga, uno de los reporteros y el trabajador de El Mundo optaron por guarecerse en el interior del portal número 68, al que accedieron tras abrirles un inquilino del bloque que también trataba de evitar la embestida policial.
En el número 68 de la calle Juan Álvarez de Mendizábal entraron cinco personas: dos vecinos del mismo bloque, el periodista de EL ESPAÑOL, el de El Mundo y un manifestante.
En los minutos siguientes, el hombre que había abierto el portal volvió a bajar para avisarles de que no salieran: «Siguen ahí», dijo en referencia a los agentes. Los dos periodistas y el manifestante permanecieron en la planta baja del edificio hasta poco más tarde de las 23.09 horas, cuando pidieron a varios colegas de profesión que fueran a buscarlos a su ubicación, que enviaron por WhatsApp a las 23.10 horas.
Entre ese momento y las 23.15, hora a la que llegó otro reportero al lugar de los hechos, se produjo la detención y el traslado. Al escuchar que la puerta del edificio se abría, el manifestante huyó a las últimas plantas del edificio, intentando acceder a la azotea, donde fue interceptado. Los periodistas permanecieron en todo momento en la planta baja con su DNI y su carnet de prensa en la mano, además de portar un casco con la palabra PRESS en sus mochilas y anunciar que estaban ejerciendo su profesión. Recalcaron que en sus mochilas tenían también acreditación para el Congreso de los Diputados.
Cinco agentes de paisano entraron en el edificio. Uno de ellos bramó algo parecido a «ni prensa ni hostias», retiró la documentación de ambos periodistas, les hizo arrodillarse, esposó sus manos a la espalda y los reclinó contra la pared. «Os he visto tirando botellas, a ti y a ti», les señaló, e ignoró en todo momento las alegaciones de los periodistas ante el silencio de sus compañeros.
En los siguientes minutos repasó sus derechos de manera ininteligible, «como quien lee nombres de muebles de Ikea» -así lo señaló uno de los detenidos a otro agente-, hasta el punto de que uno de los reporteros no entendió de qué se le estaba acusando (desórdenes públicos), pero sí la ristra de humillaciones a ambos trabajadores. En algún momento de la alocución, el mismo agente cambió de discurso y pasó a reconocer que sí eran periodistas. «Pero me la suda», añadió.
«Que os tengo grabados, que no te enteras» u «os vi, estaba detrás de vosotros» eran sus dos argumentos de fuerza.
A los informadores se les retiraron todos sus efectos personales en algún momento alrededor de las 23.15 horas, incluidos su documentación y sus teléfonos móviles, y fueron trasladados a los calabozos de la Comisaría del Distrito Centro en la calle Leganitos. Allí permanecieron un tiempo indeterminado. A partir de ese momento, aseguran, perdieron «la noción del tiempo».
Cabe señalar que los policías del calabozo aflojaron las esposas de los periodistas. Uno de ellos aseguró que no entendía «nada» y que algunos miembros del equipo de detención «se han pasado cuatro pueblos». Privados de sus pertenencias, cordones y cinturones, fueron trasladados a la Brigada de Información de la Comisaría de Moratalaz a una desconocida por ellos.
Tras hacerles subir a pie hasta uno de los últimos pisos, les volvieron a tomar los datos y les hicieron esperar en una sala. Ambos reporteros recalcaron que a partir de entonces «la cosa cambió», y destacan el «estupendo trato» de «la inmensísima mayoría de agentes», exceptuando siempre al que les acusó falsamente. «Nos quitaron las esposas y fueron muy comprensivos. Se sorprendieron de que estuviésemos ahí», indica uno de ellos.
Los tres detenidos, incluidos los dos periodistas, vuelven a tomar conciencia del tiempo a las 02.33 horas, según consta en el acta de detención que les facilitaron. En ese momento, tres horas después de su detención, también se les permitió realizar una llamada telefónica. Ambos contactaron con compañeros de sus respectivos medios.
A lo largo de las horas siguientes, distintos agentes hicieron guardia con los detenidos. Uno de ellos, que formaba parte del equipo que los detuvo, reconoció haberlos visto entrar en el portal 68 de la calle Juan Álvarez de Mendizábal, pero no tirar ninguna botella. Toda la carga de la culpa se la atribuyó a un solo funcionario, presumiblemente el mismo que aparece referenciado en el acta de detención.
Este agente, el denunciante, también hizo guardia en la comisaría y dedicó su turno a burlarse de los reporteros detenidos. Luego los acompañó a las dependencias de la Policía Científica a revisar de nuevo las mochilas y tomar los datos y huellas dactilares de los detenidos.
De nuevo, ninguno de los reporteros vuelve a saber qué hora es hasta después de las 05.00 horas, cuando los abogados de oficio se presentan en comisaría. Según uno de los letrados, los hechos narrados en el atestado final no coincidían con el acta de detención: el número de detenidos era mayor del original y también aumentaba el número de funcionarios que afirmaba haber identificado a los reporteros como autores del lanzamiento de objetos.
Además, también mencionaba insultos de los periodistas a los agentes –«perros del Estado»– y su pertenencia a un grupo más grande.
Ambos reporteros fueron puestos en libertad al filo de las 06.00 horas. Tanto EL ESPAÑOL como El Mundo consideran la denuncia y detención de sus trabajadores como un atentado y una violación en toda regla de la libertad de prensa, protegida por el artículo 20 de la Constitución.
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