Salvo por la referencia a Israel, al que ha acusado de ejecutar una «matanza indiscriminada de palestinos», el discurso de Pedro Sánchez ha sido en lo esencial indistinguible de su discurso de investidura de 2019 y de cualquier otro que haya pronunciado en el Congreso o en el Senado a lo largo de los últimos cinco años.
Hasta las referencias a la amnistía han sido idénticas a las que el presidente esgrimió para justificar los indultos o para pedir el voto de los nacionalistas durante la moción de censura a Mariano Rajoy en 2018. Si algo funciona, para qué cambiarlo.
O Sánchez o el caos. Ese es el resumen del proyecto de Gobierno presentado por Sánchez y cuya justificación última no ha sido propositiva, sino resistencial. «Cualquier cosa antes que un gobierno de la derecha».
Porque Sánchez sigue siendo en la cabeza de Sánchez el gobernante providencial, pero al mismo tiempo heredero de una larga estirpe socialista, que evitará que España caiga en las catacumbas del odio, la xenofobia, el machismo y el «neoliberalismo» que defienden el PP y la ultraderecha, que en sus discursos son siempre uno y lo mismo.
Sánchez no ha hecho un discurso de investidura, sino de oposición a la oposición. Valga con decir que ha hablado de Javier Milei, de Donald Trump y hasta de David Cameron, y por supuesto también de Isabel Díaz Ayuso, pero no de Carles Puigdemont, el prófugo de la justicia convertido por voluntad del propio presidente en funciones en el hombre clave de la investidura y de la legislatura.
«Fuera de la Constitución sólo hay imposición y capricho» ha dicho también un Sánchez que ha presentado su Ley de Amnistía como «una necesidad convertida en virtud» y, al mismo tiempo, como una medida que beneficia el «interés general» de todos los españoles.
No ha sido la menor de las contradicciones (Sánchez incluso ha dicho que en 2019 gobernaba el PP para quitarse de encima la responsabilidad por la violencia de la batalla de Urquinaona de ese año), pero sí la más significativa de todas ellas. A los españoles, por lo visto, les beneficia colectivamente cualquier cosa que haga el presidente en interés propio, aunque sea obligado por las circunstancias. ¡Hasta los compromisos que Sánchez preferiría no acometer son providenciales para España y los españoles!
Sánchez, en fin, nos es rentable hasta cuando cede.
«Las circunstancias son las que son» ha dicho también Sánchez. La pregunta es si esas circunstancias son las de España o las de Sánchez. La respuesta es obvia. Ese «mis» que falta al inicio de la expresión alteraría sensiblemente el producto en cualquier otro gobernante, pero en la cosmovisión de Sánchez no hay error alguno: sus circunstancias son las de España porque sólo él puede liderar la lucha del progreso, el feminismo, el ecologismo, el sindicalismo, el movimiento LGBTI y los migrantes contra la reacción.
Esta legislatura será por tanto la enésima vez que Sánchez salve España de la ultraderecha, el neoliberalismo y la derecha conservadora que censura libros, elimina carriles bici y quiere sacar a las mujeres de las calles para ponerlas a coser. Al menos, Sánchez ha reconocido que la aplicación de su programa pasa por la colaboración con las comunidades y los ayuntamientos, la mayoría de ellos en manos del PP.
Sánchez ha presentado también como una fortaleza del Estado una amnistía en la que la parte beneficiada no se ha comprometido ni siquiera a la más elemental de las contrapartidas: no volver a delinquir. Cualquier otro candidato a la presidencia habría tenido dificultades para justificar, a partir de ahí, una presunta amenaza involucionista idéntica a la que tus socios ejecutaron en 2017 (y por la que van a ser indultados por ti). Pero en Sánchez ese tipo de piruetas con tirabuzón son su hábitat dialéctico natural.
Para evitar el peligro de las dos Españas, Sánchez ha dibujado claramente la raya entre españoles. A un lado los progresistas, que son todos aquellos reaccionarios cuyos votos necesite él, y al otro lado, los ultraderechistas, que son todos los demás. La lógica parece contraintuitiva, pero recordemos que en Sánchez sus necesidades parlamentarias coinciden siempre con las necesidades de los españoles de bien.
No ha sido desde luego el mejor discurso de Sánchez, que se ha limitado a revisitar los viejos éxitos de la propaganda sanchista al uso. Pero las circunstancias, las de España y por lo tanto también las suyas, no le exigían mayor esfuerzo. La investidura está garantizada, así que ¿para qué elaborar un discurso con un proyecto de país para los próximos cuatro años, es decir un discurso de investidura, cuando uno puede hacerle la enésima moción de censura a la oposición?
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