En estos 50 años de monarquía ha habido discursos de Juan Carlos I y Felipe VI que han marcado la historia de España y han tenido consecuencias políticas de alcance. También algunas de las intervenciones, leídas pasados los años, han envejecido mal porque mientras se pregonaba una cosa se hacía otra. Aquí repasamos las siete más relevantes del rey emérito y tres del actual jefe de Estado.
Dos días después de que el dictador Francisco Franco falleciera, Juan Carlos I fue proclamado Rey. Se restituía así la monarquía en España después de 44 años: en 1931, Alfonso XIII había tenido que dejar el trono tras la proclamación de la segunda república.
En el discurso de Juan Carlos I aquel 22 de noviembre de 1975 hay agradecimiento a Franco, quien le había señalado como su sucesor en 1969, cuando ya juró los principios del Movimiento Nacional. El Rey aseguró que Franco era una “figura excepcional” para la historia del país y un “jalón del acontecer español”. Tras esas referencias deja claro que es consciente de la “responsabilidad” que asume y afirma que “comienza una nueva etapa de la historia de España” que se tendrá que recorrer “juntos” persiguiendo una “prosperidad” fruto de la “voluntad colectiva”. Habla de “justicia”, “libertad”, “leyes” y “grandeza” y también incluye las “peculiaridades regionales” dentro de “la unidad del Reino”. “El Rey quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición”, afirmó. Juan Carlos también habla de “Europa” y afirma que “deberá contar con España”. “Los españoles somos europeos”, añadió.
“La democracia ha comenzado”. Con esa frase, el rey Juan Carlos I inauguró la primera legislatura de las Cortes democráticas, el 22 de julio de 1977, poco más de un mes después de las elecciones que cerraron cuatro décadas de dictadura. El Monarca se presentó como garante de una “convivencia democrática sobre la base del respeto a la ley” y reivindicó el papel integrador de la Corona en una España plural. Reconoció que el camino “no ha sido ni fácil ni sencillo”, pero celebró que las instituciones den cabida a “todas aquellas opciones que cuentan con respaldo en la sociedad española”.
Llamó a consolidar la democracia, a “eliminar para siempre las causas históricas” de los “enfrentamientos” entre españoles y a construir “una España armónica en lo político, justa en lo social y dinámica en lo cultural”. Con tono solemne, el rey pidió una Constitución que “garantice los derechos históricos y actuales” y proclamó su fe en “un futuro de paz y libertad”.
En la noche del 23 de febrero de 1981, con el Congreso tomado por guardias civiles y los tanques desplegados en Valencia, el rey Juan Carlos I apareció en televisión para frenar el golpe. “Pido a todos la mayor serenidad y confianza”, dijo, antes de anunciar que había “cursado a los Capitanes Generales” la orden de mantener “el orden constitucional dentro de la legalidad vigente”.
Su mensaje, grabado en Zarzuela, fue inequívoco: “La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático”. Con uniforme de capitán general, el Monarca reafirmó su papel como jefe del Estado y garante de la Constitución. Aquellas palabras, difundidas pasada la medianoche, desactivaron las dudas en los cuarteles y cerraron el paso a los golpistas. La democracia sobrevivió porque el Rey habló a tiempo y, si hubiera que elegir un solo discurso de su reinado, por su trascendencia, sería este.
El rey Juan Carlos I compareció en noviembre del 2000 ante las Cortes para conmemorar los 25 años de su proclamación, en una España conmocionada por el asesinato de Ernest Lluch, horas antes, a manos de ETA. En su reinado, el Monarca no hizo nunca un discurso monográfico y dirigido a la banda terrorista, aunque sus asesinatos atravesaron muchas de sus intervenciones a lo largo de los años.
“La violencia terrorista no conseguirá nunca hacernos renunciar a la libertad, la democracia y el Estado de Derecho”, afirmó aquel 22 de noviembre, antes de reiterar su compromiso “al servicio de España y de los españoles”. Recordó su primer mensaje como Monarca, cuando dijo que comenzaba “una nueva etapa en la historia de España”, y añadió que la monarquía “no significó el triunfo de ninguna ideología, sino el triunfo del pueblo español”.
El jefe del Estado reivindicó la Constitución de 1978 como “instrumento fundamental” para la “convivencia” y elogió una España “más auténtica, más vital y más libre”. En un tono solemne, concluyó que “la Monarquía ha de ser la primera servidora de los intereses generales” y garantizó: “Podéis estar seguros de que la Corona de España, y su Rey, lo están”. Esas palabras ya no brillan ahora, leídas con el paso de los años y con toda la información que ha ido saliendo sobre su vida personal y fortuna oculta.
Pocas horas después de los atentados que sacudieron Madrid el 11 de marzo de 2004, el rey Juan Carlos I habló a una nación en shock. “La barbarie terrorista ha sumido hoy a España en el más profundo dolor, repulsa e indignación”, comenzó, con tono grave. El Monarca y el resto de la familia real suspendieron su agenda, visitaron hospitales y se acercaron a las familias de las víctimas.
En su mensaje no citó a ETA, la banda terrorista a la que el Gobierno de José María Aznar señaló en las primeras horas, aunque ya había información de que los causantes eran terroristas islamistas. El diario árabe ‘Al Quds Al Arabi’ informó de que había recibido una carta en la que Al Qaeda reivindicaba el atentado.
“Vuestro Rey sufre con todos vosotros”, dijo Juan Carlos I hablando del terrorismo en general, sin concretar en ningún grupo. Llamó a confiar en “la fortaleza y eficacia del Estado de Derecho” y subrayó que los asesinos “habrán de dar cuenta de sus crímenes” ante los tribunales, (como ocurrió con 29 personas acusadas en el largo juicio del 11-M). Su apelación final fue una consigna moral: “El desaliento no está hecho para los españoles”. Y concluyó con una triple exhortación que sonó a promesa de resistencia colectiva: “Unidad, firmeza y serenidad frente a la barbarie”.
El 24 de diciembre de 2011, con el ‘caso Nóos’ cercando a su entonces yerno Iñaki Urdangarin y la monarquía bajo sospecha, el rey Juan Carlos I pronunció un discurso de Navidad en el que dijo que había sido “un año difícil y complicado”. El momento clave llegó con una frase que marcó época: “Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar”. Y añadió: “La justicia es igual para todos”. No citó a su yerno, pero no hacía falta. Estas afirmaciones se han recordado mucho estos últimos años, cuando han salido a la luz múltiples comportamientos poco ejemplares de Juan Carlos I.
El independentismo catalán empezaba a dar señales de renovado ímpetu. En ese contexto hay que analizar la frase de que la Corona, afirmó, debía seguir trabajando “en favor de una convivencia integradora”. Se entendió como un recordatorio del papel de la monarquía como garante de la unidad del Estado y del equilibrio territorial.
Acorralado por los escándalos del caso Nóos, las revelaciones sobre Corinna Larsen y el desgaste de su imagen pública, el rey Juan Carlos I anunció su renuncia al trono el 2 de junio de 2014. Lo hizo “con singular emoción” y apelando al servicio que había prestado “a los intereses generales de España”.
En un discurso grabado en Zarzuela, explicó que merecía “pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías”, en referencia a su hijo Felipe, al que veía que podía encarnar “la estabilidad” que a él le faltaba en aquel momento. El paso al lado de Juan Carlos I buscaba salvaguardar la institución y garantizar una transición tranquila. “Guardo y guardaré siempre a España en lo más hondo de mi corazón”, cerró, despidiéndose con un tono contenido y melancólico. Con los años se ha sabido que el exjefe de Estado llevaba más de dos años rumiando su decisión. Además de los escándalos familiares, también pesó en el anuncio el empuje del independentismo en Cataluña y la llegada de Podemos a la política (había logrado cinco eurodiputados en las elecciones europeas de mayo). Juan Carlos y sus asesores consideraron que era mejor darle el relevo a su hijo en ese momento, por si la coyuntura se complicaba.
Felipe VI intentó marcar distancias con la etapa de su padre y con los escándalos que habían erosionado la Corona. En su primer discurso de Nochebuena, admitió que España vivía “tiempos complejos y difíciles” y reclamó una “profunda regeneración” de la “vida colectiva”. En la Casa del Rey había aprobado algunas medidas de transparencia y un código de conducta, un ímpetu reformador que abandonó pocos meses después.
El Monarca pidió “cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción” y defendió que “la economía debe estar siempre al servicio de las personas”. Sobre Cataluña, apeló a la unidad desde el respeto a la pluralidad y expresó que le dolía y preocupaba que se puedan “producir fracturas emocionales”. El referéndum de independencia se celebraría tres años más tarde, el 1 de octubre de 2017.
Felipe VI recordó el relevo generacional de 2014 como un ejemplo de “seriedad y dignidad” y cerró su discurso con un llamamiento al optimismo: “No son retos fáciles. Pero los vamos a superar, sin duda; estoy convencido de ello”. Fue un mensaje de tono sobrio y moralizador, con el que el Monarca quiso inaugurar su reinado con la promesa de ejemplaridad y renovación.
El auge del independentismo catalán empezó en el último tramo del reinado de Juan Carlos I y llegó a su punto máximo ya con Felipe VI en el trono y el referéndum de independencia del 1 de octubre de 2017. La tensión social y política que aquella consulta, declarada ilegal por el Tribunal Constitucional, supuso para el país llevó al Monarca a dirigirse a los ciudadanos. En el Gobierno central estaba entonces Mariano Rajoy (PP) de presidente y, aunque era reticente a que el Rey lo hiciera por temor a que pareciera que el Ejecutivo no podía bregar con la situación, no le pidió que se contuviera. Podría haberlo hecho porque es el Ejecutivo el que refrenda, constitucionalmente, todas sus actuaciones.
El Rey pidió al Estado que, ante la «deslealtad inadmisible» de la Generalitat de Catalunya, asegurara el «orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones». Con los años se ha ido sabiendo que Felipe VI temía que se trasladara a la comunidad internacional que España corría riesgos de desmembración y quería frenar esa imagen. En el texto, el jefe del Estado no incluyó ninguna apelación al diálogo, una sugerencia que dirigentes socialistas habían hecho llegar a la Zarzuela cuando se supo que se iba a dirigir a los españoles. “El mensaje será el de un Rey a una nación herida”, se le dijo a los políticos que habían hecho la propuesta, asumiendo que la imagen del Monarca iba a salir mal parada sobre todo en Catalunya.
Con España confinada por la pandemia y la Casa del Rey sacudida por las revelaciones conocidas días antes sobre la fortuna oculta de Juan Carlos I, Felipe VI habló al país el 18 de marzo de 2020 para intentar sostener la moral colectiva ante el envite del covid-19. El día 15 había retirado el sueldo a su padre y había anunciado que renunciará a cualquier herencia que pueda dejarle, pero en su discurso no hizo alusión alguna a ese escándalo que afectaba a su familia y a la institución.
“Este virus no nos vencerá. Al contrario. Nos va a hacer más fuertes como sociedad”, proclamó desde Zarzuela. Se acababa de decretar el estado de alarma y en ese momento habían muerto 600 españoles. A finales de aquel mes habría ya 7.000. El Monarca pidió “unidad” y “solidaridad”, elogió a los sanitarios —“nuestra primera línea de defensa”— y apeló a la serenidad y la confianza. Fue una intervención institucional, solemne y contenida, centrada en transmitir fortaleza y cohesión nacional mientras la crisis del coronavirus se mezclaba con otra, más silenciosa: la que minaba la credibilidad de la monarquía. Era la segunda vez que se dirigía de manera excepcional a los españoles. La primera fue tras el referéndum de independencia catalán.
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