Cuando al piloto del caza le alertan los sensores de que un lanzamisiles apunta a su aeronave, o cuando el comandante del carro de combate percibe en su panel que se aproxima un dron, o cuando un satélite capta con sus antenas activas señales de movimientos hostiles en tierra… la pericia del piloto, el sistema de defensa electrónica del carro y la sensibilidad en el espacio dependen cada vez más de unos pequeños y preciados cristales.
Importantes firmas de alta tecnología de la defensa precisan para innovar el compuesto que en la industria conocen por su nomenclatura química: GaN. Sin el Nitruro de Galio no se concibe, por ejemplo, el escudo antiaéreo que quiere levantar Europa. Sin él no podrán los sistemas de armas rendir al nivel que exige hoy la guerra. El GaN es mucho menos popular que la pólvora, pero tan esencial en la defensa del presente como aquella lo viene siendo desde las guerras del pasado.
El GaN es clave para la llamada “electrónica de alta velocidad” que reclaman las Fuerzas Armadas en tres nichos decisivos de demanda: la defensa de punto de los buques de la Armada, el programa Halcón de refresco de la flota española de cazas Eurofighter o la planificación de Fuerza 35 para un renovado y digitalizado Ejército de Tierra.
Los microprocesadores de Nitruro de Galio abren la puerta a una tecnología militar basada en la luz, y no en los electrones. Solo tres factorías pueden producirlas en Europa / Indra Group
En la Europa que busca autonomía estratégica solo hay tres salas blancas en tres factorías capaces de producir semiconductores con GaN. La pionera está en la ciudad de Ulm, a orillas del curso alemán del Danubio, y la maneja el conglomerado industrial Thales Aerospace. Otra funciona en Tiburtina, en la periferia norte de Roma, controlada por el gigante de la defensa Leonardo. Ahora una tercera nace en Vigo, desde este verano con participación mayoritaria de Indra, principal tecnológica española de la defensa, suministradora de los radares de referencia para la OTAN, radares de largo alcance para Ucrania y radares, en fin, para buena parte del control aéreo civil europeo.
Mirando a Galicia
Cuando, en junio pasado, Indra desveló la adquisición del 37% de la start-up gallega SPARC, la negociación se había llevado con la discreción que a veces rodea a movimientos estratégicos de la industria en estos tiempos de rearme. No fue ajena a ese paso -confirman fuentes de Defensa- la opinión de asesores del mando político del ministerio, que otean las innovaciones en el mapa industrial español y que insisten desde hace tres años en que por la fotónica pasa cualquier aspiración de autonomía tecnológica.
Y semiconductores fotónicos es lo que puede fabricar SPARC. Defensa miró a Vigo desde que un grupo de emprendedores vinculados a la viguesa Escola de Enxeñaría de Telecomunicación y liderados por Francisco Díaz Otero, profesor de ese centro universitario, empezaron a difundir su proyecto de montar una planta para la fabricación de obleas para chips con 200 trabajadores. En 2027 estarán produciendo en serie semiconductores basados en galio y nitrógeno, pero también de tecnologías GAas e INP, que, utilizando la luz, aumentarán la capacidad y velocidad de carga de las baterías de, entre otros elementos civiles, los teléfonos móviles, sector en el que puede finalizar el reinado del silicio.

Un soldado ruso lanza un dron cargado con explosivos en un punto no determinado del frente de Ucrania. / M Defensa Rusia
Pero Indra participa interesada en elementos que se precisan para aumentar la distancia y la finura con que detectan amenazas los radares que exporta. En el universo militar hay un eterno pulso entre la espada y el escudo, que ahora lo es entre la potencia de los proyectiles y la resistencia de los blindajes. Pero no es la única lucha central de la guerra: hoy también se disputa una carrera sin fin entre la invisibilidad del atacante y la capacidad de verle de los radares de defensa.
Escapar del control chino
“La detección de amenazas de baja sección radar -o sea, escasamente detectables- requiere radares avanzados”, explica José Miguel Pascual, director de centros de innovación de Indra, que está convencido de que “si no hay GaN en Europa no hay autonomía estratégica”. Descendiendo de lo geoestratégico al mínimo tamaño de las obleas para semiconductores, también “requiere GaN la transmisión de radiofrecuencia con mucha potencia”, explica. Alude a procesos en los que sube la temperatura y se precisa un compuesto que lo aguante, con baja huella y alta capacidad de transmisión.

Radar deslegable de Indra LTR 25, como los que la compañía ha servido a Ucrania. / Indra Group
El GaN permite transmitir con la luz, no con electrones, con lo que el tráfico de información de los microprocesadores se multiplica. El compuesto ha devenido en clave para la detección de amenazas en el campo de batalla, pues con él se multiplican la sensibilidad y el alcance de un radar para otear un misil, un avión, un dron, aunque sea de tamaño reducido, y también para que los sistemas de guerra electrónica neutralicen a más distancia los robots del enemigo. Será además un elemento básico en el desarrollo de las futuras armas de energía dirigida.
Pero el compuesto no abunda en el planeta, y está controlado por pocas manos. El galio es un derivado de la explotación de bauxita, y el 90% de la producción en el planeta es china. Pekín impone crecientes restricciones de acceso al GaN a una Europa en la que los proyectos de minería para este producto, como los de las tierras raras, se atascan en el terreno de la polémica y los pleitos.
“Tenemos la ambición y la oportunidad. Ahora España puede optar a estar en la primera división en este tipo de tecnología”, cree el directivo de Indra, “aunque los demás empezaron a invertir mucho antes”, matiza. Se refiere a un reducido club que tenía hasta ahora solo siete miembros: Estados Unidos, China, Alemania, Italia, Corea del Sur, Taiwan y Japón.
No ha traspasado los muros de Rusia información acerca de que el Kremlin posea esta capacidad. La ofensiva rusa contra Ucrania ha servido a los ingenieros occidentales para comprobar hasta qué punto los componentes de los sensores de radares y armas, y de los sistemas de guerra electrónica, trabajan en el frente en duras condiciones: vibración, suciedad, temperatura… que aumentan la premura con que se espera al GaN. Otra vez la guerra impulsando la tecnología.
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