Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el mundo nunca había afrontado conflictos armados de semejante envergadura, que afectan a las zonas de fricción geopolítica más calientes del planeta. Desde una guerra a la antigua usanza, entre dos ejércitos bien pertrechados, en un continente, el europeo, del que se consideraban desterradas, hasta el más sangriento y mortífero episodio registrado hasta ahora en el conflicto irresoluble de Oriente Próximo que, desde hace ya 80 años, emponzoña las relaciones entre Occidente y el mundo árabe-islámico, pasando por infinitud de episodios violentos en continentes como el africano o el latinoamericano, con impacto directo en la vida de los habitantes de países considerados como el Norte Global. Conseguir atraer la atención de un lector abrumado por el exceso de información, lograr hacer impacto en él para contrarrestar ese deprimente sentimiento de impunidad y ese cinismo que va extendiéndose entre amplias capas de la sociedad, manteniendo a la vez los estándares éticos de la profesión y sin caer en la propaganda, constituye el principal desafío que tienen ante sí hoy en día los corresponsales de guerra.
En ‘Narrar el abismo: periodismo de conflictos en tiempos de impunidad’, Patricia Simón (Estepona, 1982) reportera de conflictos, especialista en derechos humanos y militante feminista, nos presenta un manual de buenas prácticas profesionales que muy bien podría ser una lectura de referencia en las facultades de Periodismo, en particular en las asignaturas que se impartan a estudiantes aspirantes a dedicarse a esta especialidad profesional. Porque se trata precisamente de un campo en el que las cuestiones éticas, las habilidades y las competencias periodísticas adquieren especial relevancia si se aspira a ejercer un correcto desempeño laboral.
Portada de ‘Narrar el abismo’, de Patricia Simón. / Redacción.
Como regla fundamental, Simón nos previene contra el permanente peligro del cansancio o la aparente monotonía de los relatos de las víctimas «en todas las guerras, tan iguales en sus consecuencias, tan distintas o parecidas en sus causas, tan similares en su cronología«. Y es que esas víctimas acaban de vivir la experiencia de «una atrocidad única», y la verbalizan «buscando la razón última», por los que el reportero debe evitar «por enmarañar» el dolor de estas personas «con otros dolores».
Uso del lenguaje
La autora presta especial atención al uso del lenguaje, un campo en el que los bandos en liza suelen dedicar ingentes esfuerzos para trasladar sus narrativas e implantar en las audiencias sus justificaciones de lo injustificable. Y cita, a modo de ejemplo, los intentos de Israel para que la prensa internacional deje de emplear el vocablo «niños» y recurra al de «menores», cuando se trataba de víctimas palestinas de sus bombardeos procedentes de este segmento de población. El objetivo: «aplacar la ternura y la compasión que evocan automáticamente los vocablos niños y niñas».
La periodista y escritora dedica amplios espacios de su obra a enfatizar el peligro de que el informador acabe convirtiéndose en un propagandista, o en un agitador de la guerra que asume de una forma emocional los marcos mentales o rigideces ideológicas de quiénes protagonizan una guerra. «El periodismo es lo contrario de dar por sentado, por sabido, por entendido; es estar siempre receptivo a otras perspectivas y miradas de la realidad que nos permitan entender los porqués». Y cita el caso de lo vivido por la propia Simón en Mali, cuando su «eurocentrismo» le impedía entender «la lógica» de narrativas propagandísticas en aquel país, que presentaban al grupo mercenario Wagner, «responsable de graves violaciones de derechos humanos», como una suerte de fuerza positiva que iba a remediar los males del colonialismo europeo y occidental.
‘Narrar el abismo’ es, en resumidas cuentas, el antídoto necesario para revalorizar la imprescindible profesión de narrar los conflictos, con el objetivo de que los profesionales de la información actuemos según criterios y principios morales objetivos, y nos convirtamos en un instrumento al servicio de la sociedad, y no de intereses espurios o lo que es peor, de nosotros mismos.
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