Pedro Sánchez apareció en el Senado con unas gafas de pasta que blandía cada vez que tenía que leer un documento. Aquel dispositivo óptico fue la mejor metáfora de su comparecencia en la comisión sobre el caso Koldo: las formas por delante del fondo. Porque la citada comisión no fue de investigación, como estaba constituida; ni de difamación, como denunció Sánchez; ni tampoco de inquisición, como criticó el senador de ERC Joan Josep Queralt. No pasó, en realidad, de comisión de desafección: la sensación que debieron tener los ciudadanos que la siguieron durante sus cinco largas horas de duración.
El presidente del Gobierno, parapetado tras esas gafas con las que hasta ahora sólo se le había visto en privado —una indisimulada ocurrencia de Moncloa para desviar la atención—, llegó al Senado con la clara intención de no despejar ninguna de las incógnitas que lo habían llevado hasta la Cámara Alta. Y lo consiguió, ayudado en muchos momentos por los socios de la investidura e incluso por algún exsocio, como el senador de Junts Eduard Pujol, más preocupado por los presuntos incumplimientos de Sánchez con Carles Puigdemont.
Sánchez inició la jornada tirando de sarcasmo para hacer frente a la incisiva representante de UPN, María Caballero, cuyo interrogatorio logró arrancarle los primeros titulares y, también, irritarle, al impedir que se refugiara en esas largas peroratas a las que nos tiene acostumbrados. “Esto es un circo”, llegó a decir, rozando la descalificación institucional del Senado como órgano de control democrático.
El Gobierno había montado su particular war room apenas a unos metros de la sala en la que comparecía el presidente, bajo la dirección del ministro Félix Bolaños. Desde allí debió de salir la recomendación de que bajara el tono, algo que consiguió hasta el tramo final de su intervención, cuando el senador del PP Alejo Miranda, acelerado en su interrogatorio, volvió a sacarle de sus casillas. Eso sí, el presidente apenas aportó algún dato novedoso sobre la presunta corrupción que afecta al Gobierno y a su partido, y que salpica también a su entorno familiar.
Que los senadores dedicaran buena parte de su tiempo a reflexionar en voz alta, en lugar de formular preguntas concretas y directas, también facilitó la labor de escapismo del presidente, auxiliado durante toda la mañana por los grupos políticos que lo respaldan. Sorprendió, especialmente, la intervención del senador de EH Bildu, Gorka Elejabarrieta, que llegó a insinuar que el caso Koldo es, en realidad, un montaje de las cloacas del Estado contra Santos Cerdán por negociar con ellos. Ni siquiera el portavoz del PSOE en la comisión, Alfonso Gil, se atrevió a ir tan lejos en defensa de su jefe.
Sánchez abandonó el Senado sin haber revelado ninguna información nueva sobre los casos de presunta corrupción que le afectan. En el Gobierno aseguraban estar satisfechos con el desarrollo de la comisión, pero lo cierto es que la actitud huidiza y evasiva del presidente ante asuntos que le tocan tan de cerca es un sapo difícil de tragar para los ciudadanos, que exigen transparencia para seguir confiando en las instituciones públicas. La estrategia de la tinta del calamar reflejó, en muchos momentos de la mañana, su falta de argumentos.
La jornada dejó claro que la política española atraviesa una crisis de confianza tan visible como esas gafas que Sánchez lució en el Senado: las formas han devorado al fondo, mientras los ciudadanos esperan respuestas y los líderes siguen puliendo el cristal de su imagen.
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