Lamine Yamal, en el Santiago Bernabéu / Valentí Enrich
Anteayer, Joan Gaspart tomó el micrófono de La Posesión, en Sport. En diez minutos, ya había atizado a Carvajal y aconsejado a Lamine Yamal. En su mensaje al crack de Rocafonda, cuajó ese tono paternal, cariñoso y profundamente culé que siempre le acompañó. Durante mucho tiempo, el “peor presidente de la historia, pero el mejor vicepresidente”, según se autodefine, fue un solucionador de conflictos. Pese a alguno de sus incendios, como el que acabó con Johan Cruyff fuera del Barça – por orden del presidente Núñez, Gaspart siempre exhibió carisma y cercanía para manejar situaciones relacionadas con los genios.
Por ejemplo, evitó la fuga de Víctor Valdés, cuando éste se enfrentó a Van Gaal y desapareció varios días del mapa. En un cuadro casi terminal, Van Gaal iba a echarle. Gaspart montó una cita en casa del portero, con su madre y el técnico. Víctor andaba mudo. Ni respondía a las preguntas ni pedía perdón al míster. “¿Lo ves? No puede seguir, no lo quiero…”, le insistía Louis. Joan tibó la cuerda hasta sacarle una disculpa y la promesa de que iba a centrarse. Hoy sigue siendo el portero más laureado.
El caso nada tiene que ver con el de Lamine Yamal. Pero ilustra la importancia de un perfil así en el club. Con Lamine, la entidad se ha movido. Ayer, por ser reciente el revuelo en el Clásico, frenó su presencia en un acto publicitario. Decisión entendible. Pero hay que dar más pasos. No sé si en el Barça existe esa voz que, desde la ascendencia y la confianza, pueda generar feedback con Lamine. Alguien a quien el crack escuche y pueda discutirle, desde la vertiente institucional, la elección de los timings y la gestión de la exposición en el escaparate. Eso es casi lo segundo más importante, una vez aparque la pubalgia y vuelva a ser esa máquina de eliminar rivales. «Tiene 18 años, pero cobra como uno de 30», sentenció Gaspart. Tiene sentido. Es el 10 del Barça. Su foco está en el Camp Nou. En ningún otro sitio.













