Imaginaba Borges que «el paraíso era una especie de Biblioteca» confesando sentirse más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. Y hace más, muchos siglos más, Cicerón sentenció que «si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas». Tal vez no sea así, pero un poco lo es. Comparaba Umberto Eco sus libros con un botiquín de medicinas, «no tienes por qué utilizarlas, pero ahí están por si las necesitas». Eran excéntricos los libros de caballería de don Alonso Quijano; pero él se armó con sus quijotescas excentricidades para ser el caballero andante «Don Quijote de la Mancha». Solo puede uno ser Quijote de su vida, salir del anonimato y de la estúpida existencia anodina leyendo y el escenario ideal para hacerlo es la Biblioteca.
No hay bibliotecas sin bibliotecarias o bibliotecarios. Ellos, con los lectores, son los que eligen los libros en el formato que cada época imponga, y los describen, ordenan, cuidan, curan y disponen para que quienes quieran, lectores solitarios o en lecturas compartidas, los utilicen para su deleite o necesidad. Hubo quienes hasta tuvimos la suerte de ser temporalmente «guardianes de alguna biblioteca espléndida» y hemos sentido la presencia lectora y la compañía y ayuda inestimable de compañeros y hasta de algún jefe cultivado en eso de leer, comentar, compartir y elegir buenos libros como hacía aquel «Mendel el de los Libros» que Stefan Zweig describió en su literaria pasión.
Cierto es que el mundo idílico no existe. Algunos amantes de los libros y las bibliotecas son siniestros personajes que, cual cancerberos de lo que atesoran sus estantes, blindan y defienden «sus tesoros» para evitar el conocimiento de otros. El monje ciego férreo bibliotecario sobre todos Jorge de Burgos en «El nombre de la Rosa» no quería que la risa cundiera en un mundo de miedos y sombras y por ello defendía con asesinatos el supuesto secreto libro perdido de Aristóteles, «La Poética», incitadora de la rebelión contra el fanatismo. Fuera de la ficción, la tristeza se adueñó del mundo cuando la Biblioteca de Sarajevo, en el conflicto cruel que fue la Guerra de los Balcanes en la Europa orgullosa de sus logros, saltó por los aires en agosto de 1992. Dicen que entre los culpables del ejército serbio-bosnio estaba el profesor universitario, gran conocedor de aquel centro del saber, casi su investigador bibliotecario, Nikola Koljevic, cuyo sentimiento de culpa tal vez fuera el que le llevó al suicidio cinco años después. El recuerdo de la barbarie cultural, que desgraciadamente no fue la única, estuvo en el origen de esta celebración del Día de las Bibliotecas desde 1997. En esa catástrofe, y en todas las que hubo antes y sigue habiendo que atentan contra el conocimiento escrito, muchos bibliotecarios, con título y oficio, o sin él, también se jugaron la vida por rescatar de las llamas, de los escombros o de la insensatez humana los libros que nos salvan del peor de los males que es, según Gustavo Bueno, la estupidez.
Todos, o casi todos, tenemos nuestra biblioteca personal, pequeña o grande, que es como un caleidoscopio de nuestra vida. Y, afortunadamente, en este mundo desquiciado donde para sobrevivir entre locuras debemos transformarnos en camaleones adaptativos también contamos con las Bibliotecas compartidas en sus múltiples versiones, públicas, académicas, especializadas o generalistas. Hay casi un tipo de biblioteca para cada tipo de lector o necesidad de lectura. Es una suerte. Puede que «no tengamos una granja en África» como la baronesa Karen Blixen pero tenemos bibliotecas y podemos tener todos los libros que nos transporten a los mundos deseados y a otros impensables por nosotros, pero descritos por otros.
Si serán relevantes las Bibliotecas que hasta el extraterrestre perdido en la ciudad disparatada y contradictoria donde fue a caer, «la ciudad de los prodigios», preocupado por estar «Sin noticias de Gurb» se hizo en sus múltiples transformaciones para sobrevivir hasta con un carnet de Biblioteca y tenía su propia lista de lecturas; eso nos cuenta el ingenioso y brillante Príncipe de las Letras Eduardo Mendoza. Qué bella coincidencia que el día de los Premios Princesa de Asturias sea el de las Bibliotecas. Ojalá que todos los que se sienten en ellos representados tengan su «carnet de Biblioteca». Gurb se encontraría más como en su casa.
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