Bárbara Mirjan, duquesa consorte de Alba.
Se te caen las revistas de corazón de las manos, cualquiera diría que has desempolvado un ejemplar de los setenta del siglo pasado hallado en un baúl del sótano de la abuela. Se ha casado Cayetano Martínez de Irujo (62 años) con su novia de la última década, Bárbara Mirjan (29). Suerte que las fotos están en color y que en los digitales algunos vídeos atestiguan que ocurrió hace unas semanas, de lo contrario parecería la regresión soñada por un votante de Vox. Otra boda de alto copete para el quinto hijo de la inolvidable Cayetana Fitz-James Stuart, duquesa de Alba, que en la primera desposó a la mexicana Genoveva Casanova, con quien ya compartía mellizos.
En esta ocasión reincidente le acompañó como madrina su hija Amina, con una cara de pocos amigos. La joven es casi de la edad de la contrayente, mientras que el novio podría llevarse muy poco con su suegro, el empresario Javier Mirjan Ajbaa, que entregó a su única descendiente en la iglesia de los Gitanos de Sevilla, donde se celebró el enlace. Un clásico. Todo en orden en el tiempo de nostalgia patriarcal que nos toca vivir. Qué pensaría doña Cayetana, tan criticada por sus hijos por casarse en terceras nupcias a los 85 con su novio 24 años menor, el funcionario de la Seguridad Social Alfonso Díez, presente también pero como invitado en el reciente festejo hispalense. Ella, alérgica a los protocolos, que tras pronunciar el «sí, quiero» en el palacio de las Dueñas en 2011 se quitó los zapatos y se marcó una sevillana allí mismo.
La irreductible aristócrata fallecida en 2014 y poseedora de 46 títulos nobiliarios fue protagonista de facto de la boda de su retoño favorito, duque de Arjona y conde de Salvatierra. Cayetano y Bárbara se conocieron en 2016 en una cena en la casa de Marbella de Hubertus de Hohenlohe y Simona Gandolfi cuando ella era una estudiante de 19 años. Contrajeron matrimonio en el templo donde reposan parte de las cenizas de la duquesa de Alba. Como relató después en una exclusiva de la revista ‘¡Hola!’, como sorpresa a su marido depositó el ramo de novia en la capilla que alberga dicho memorial, porque «soy creyente, creo mucho en las energías y estoy segura de que ella, desde el cielo, nos estaba viendo y estaba muy contenta». Su vestido de corte medieval llevaba un fajín desmontable bordado en hilos de seda, inspirado la saya que engalanó durante la pasada Semana Santa a la Virgen de las Angustias de la Hermandad de los Gitanos, la favorita de Cayetana. Un festejo con infinitos guiños a la suegra ausente, pero sin joyas de la Casa de Alba, que prosiguió en un convite para 300 invitados en el cortijo de Las Arroyuelas. Como marca la tradición, lo pagaron los padres de la novia, que no hereda títulos pero será duquesa y condesa consorte.
A la familia política de Cayetano Martínez de Irujo no se le ponía cara hasta el día de la boda. La madre es Lourdes Aliende, alavesa de una próspera familia dedicada a la venta de tarima de madera, casada con Javier (Bachar) Mirjan, libanés de origen sirio nacionalizado español en los ochenta y con negocios de exportación. Residen en Madrid y poseen casa en Marbella, aunque siempre se han mostrado ajenos a los circuitos de la jet set. Su única hija nació en la capital, estudió en colegios privados y luego en la Universidad King College, donde cursó filología francesa y gestión de empresas. Se desempeña en cinco idiomas, incluido el árabe, y tras temporadas de becaria en una firma de abogados y un banco suizo, ha trabajado como coordinadora de eventos para las pastelerías Mallorca y para OK Diario. Abandonó su empleo en el digital para dedicarse de lleno a organizar su boda y, según afirman amigos y allegados, quiere ser madre en breve.
Si Bárbara Mirjan será una ‘tradwife’ (esposa tradicional) después de ser una ‘tradbride’ (novia tradicional) el tiempo lo dirá. Su perfil discreto durante los diez años de relación con el exjinete, a quien ha acompañado sin desmayo en el calvario de una docena de operaciones de espalda e intestinos que ha sufrido, retratan a una persona voluntariosa y adaptable que de momento solo ha abandonado el guion del clasicismo para postergar unos meses el viaje de bodas que llevará a la pareja a algún lugar en las antípodas. Un descanso largo en el domicilio conyugal del conde de Salvatierra, que se hizo famoso por afear que «los jornaleros andaluces no quieren trabajar» (pidió perdón) y que según dice mantiene a 35 familias en la finca agropecuaria que dirige. Un cortijo que ya tiene nueva señora.













