Carlos se pone en pie, levanta su mirada y señala con calma el punto de encuentro a LA NUEVA ESPAÑA. Su sonrisa lo delata: es un hombre feliz, amable, de trato fácil. Nos invita a sentarnos en una mesa de la terraza del restaurante El Lienzo Norte. Desde allí, las vistas son espectaculares: las murallas de Ávila, Patrimonio de la Humanidad desde 1985, se recortan contra el cielo. Carlos camina sobre sus espaldas, unos cien metros. A su izquierda está Lourdes, una madre orgullosa. Son las 13.10 del mediodía.
De fondo suena «Se dejaba llevar por ti», la mítica canción de Antonio Vega. La charla, alrededor de un vermut —dos Alhambras verdes y un vino—, sirve para conocer la figura de Borja Jiménez, el entrenador que ha devuelto la ilusión al Sporting. Carlos y Lourdes, por si aún no lo saben, son los padres orgullosos del técnico rojiblanco. También de Pablo, «Selecta», uno de los productores más reconocidos de la escena nacional, más de diez años menor que Borja, aunque son inseparables. «Son muy hermanos», cuentan en Ávila para poner en valor la relación entre los dos. La conversación, tranquila y cercana, marca el inicio del viaje de este periódico a Ávila. Esta es la primera de las cuatro paradas durante un día íntegro destinado a conocer los orígenes de «Borjita»—como le conocen muchos de sus allegados— o, cuando aquel chaval «enfermo del fútbol» fue cumpliendo sueños hasta ser Borja, el hombre de moda en Gijón.
Carlos es quien más interviene; Lourdes escucha, asiente y ofrece su visión. Luego ella tiene que ausentarse, pero la vemos de nuevo, ya avanzada la tarde. «Siempre les dejamos que hiciesen lo que les gustaba», reconocen los padres de dos hijos que, sin duda, han cumplido sueños remando a contracorriente. Uno en el fútbol (Borja); otro en la música (Pablo).
«Borja es todo orden. Meticuloso. Siempre está en calma. Nunca transmite sus emociones. Quizá es más frío. Lo he visto llorar muy pocas veces. De mayor, solo el día del ascenso con el Leganés. Pablo, en cambio, es más emocional e inquieto. Hasta los 12 años, nunca durmió más de tres horas seguidas», cuenta Carlos.
Esta es la historia desde dentro de Borja Jiménez, un chico que ha roto todas las barreras gracias, cuentan quienes mejor le conocen, a un enorme espíritu resiliente y a una incansable «capacidad de trabajo». «Borja vive por y para el fútbol veinticuatro horas», cuentan sus seres queridos en una Ávila que, pese a la distancia, siente como suya. Como el Oso, su pueblo. Borja es, ante todos, le definen, «un hombre muy arraigado a su familia» y a su «Ávila natural».
—Antes de nada: ¿cómo de preocupados llegaron a estar cuando su hijo les comunica que quiere vivir del fútbol como entrenador sin llegar a ser jugador profesional?
—Pues mira, si le digo la verdad, no nos preocupó. Siempre les dejamos que hiciesen lo que les gustaba. Borja tenía un buen trabajo. Lo dejó para dedicarse al fútbol.
—No sabía. ¿A qué se dedicaba?
—Él trabajaba en el Registro de la Propiedad, aquí, en Ávila. Solo le puse una condición: «Vale, pero antes tienes que hacerte profesor de autoescuela. Por si te va mal. Si no llegas a nada, podrás trabajar conmigo». Entonces tenía tres autoescuelas. Podría trabajar conmigo sin problema. En España el curso se tardaba en hacer dos años. Entonces se fue a Portugal, a Oporto. Lo hizo en portugués, de enero a mayo. ¡Imagina qué pasión tenía por querer entrenar! Tuvimos que homologar el título y lo conseguimos, porque era de la Comunidad Europea. Nunca llegó a ejercer. Pero ahí tiene su título. Estando en Portugal, recuerdo que me llama un día por teléfono: «Me han llamado de la AFE para ir unos días a Alicante a una concentración que tienen los jugadores que no tienen equipo. Eran, creo recordar, unos 15 o 20 jugadores sin equipo que venían de Primera División. Estuvo con ellos unos veinte días. Los estuvo dirigiendo. Cuando volvió de allí, se fue a Valladolid con su amigo (Jose). Fichó por el Valladolid a entrenar. ¡Se fue a vivir allí para dirigir a un cadete!».
—¿Cuándo comenzó esa obsesión con el fútbol?
—Desde siempre. El fútbol era su pasión. De pequeño le llevaba a ver fútbol. No era verlo y a ver quién mete gol. A él le gustaba analizarlo. Se preguntaba siempre por qué pasaba esto o lo otro. El balón estuvo muy presente en su vida. Él vino con tres años a esta casa —el chalé familiar, en la calle Encarnación—. Y en lo que llamábamos la «calle sucia», ahí estaba, pegándole a la pared. El balón y los coches. Los coches por mí, lógicamente. Eso lo han heredado los dos —Carlos fue presidente de la Federación de Automovilismo de Castilla y León prácticamente treinta años—.
—¿Cuánto sufre con la profesión de su hijo?
Carlos coge aire. —Ahora sufro menos. Al principio sí lo pasaba mal, lo pasábamos mal. Su madre ya puede ver los partidos. Antes no podía, se iba, no los terminaba. Yo estoicamente aguanto. Sé que perder, empatar y ganar va con el deporte. No pasa nada. Digamos que lo llevo bien; quizá no como él, que lo lleva muy bien.
«En el Instituto tenía entre ceja y ceja el balón»
Carlos nos acompaña unos quinientos metros hasta el vehículo. La siguiente parada es el IES Isabel de Castilla, el centro donde Borja cursó sus estudios de Bachillerato. Javier Gómez — «Javi» para todos— asoma tras la puerta que da acceso al edificio. Recoge entre sus brazos un bloc de notas. Hace un alto en el recreo para recordar vivencias de hace más de veinte años —Borja accedió al instituto en 2002, antes estuvo en el Diocesano—. Son, en cualquier caso, recuerdos muy nítidos. Porque este profesor de Educación Física, que a sus 61 años ve ya a la vuelta de la esquina su jubilación, reconoce lo especial de su vínculo. Es, además, el tío de Raquel, la mujer de Borja. Y vecino de calle: «Vivíamos separados por apenas veinticinco metros».
«He tenido muy pocas relaciones con alumnos tan estrechas como la que tuve, y aún tengo, con él». Javi no solo fue su profesor de Educación Física en su adolescencia, en esos instantes donde entraba en conflicto los estudios con su vocación con el fútbol. Él también fue su tutor. Ahora que luce canas, es su amigo y confidente. Allí estuvo dos años. Allí forjó sus amistades de toda la vida. Allí prosigue su huella con testimonios como el de un Javi al que le brillan los ojos al ver a su alumno, a su amigo, superar todos sus sueños.
«Era un chico que tenía las ideas muy claras. Él estudió por tener cierta cultura. Pero cuando vino al Instituto ya tenía entre ceja y ceja un balón de fútbol. Quería ganarse la vida con el fútbol. Le daba igual que le dijesen ‘es un mundo muy complicado, llegan cuatro’», dice, antes de reconocer sus méritos. «Le está funcionando». Suena una alarma que provoca un alboroto: salen de las aulas alumnos que corretean por el centro. Javi, mientras, nos acerca al lugar donde el ahora entrenador del Sporting fue feliz. Después de subir las escaleras del edificio, se vislumbra al fondo un pabellón. Un patio generoso. Recuerda aquellas pachangas entre profesores y alumnos. «Aquí es donde daba clases de la asignatura que más le gustaba: Educación Física No era muy buen estudiante, pero era un ciego del deporte. Sobre todo del fútbol, pero le gustaban más deportes. Aquí pasábamos muchos ratos fuera de clase: jugábamos de tardes profesores contra alumnos. La mayoría de veces les ganábamos —se ríe—. Siempre tuvo clarísimo que su vida era el deporte».
José Ángel Herrera y Miguel Ángel Jiménez nos reciben en «Nagami», una fábrica que crea y exporta muebles a escala internacional y en la que ambos, íntimos amigos de siempre de Borja, trabajan. Ambos atrasan la hora del almuerzo para contar una amistad inquebrantable pese a la distancia.
«Somos muy amigos de colegio. Lo conocí con 10 años. Jugábamos a fútbol, en el Diocesano. Como jugador pasaba desapercibido», cuenta José. «Yo, en cambio, lo conocí en el tenis», explica Miguel Ángel. José, quien ejerció labores de segundo entrenador de Borja durante años, cuenta a través de una anécdota la capacidad del técnico rojiblanco para percibir el talento. «Era segundo entrenador de Diezma en el primer equipo del Ávila. Y se empeñó en coger a un equipo cadete: veía que había una generación muy prometedora. Conseguimos ganar la liga de cadete provincial. Eran todos de primer año. También conseguimos el ascenso a regional. Siempre tuvo ojo», explica José. «Ha encontrado un lugar donde es muy bueno», apunta Miguel Ángel.
Cae la tarde y el sol se esconde tras las murallas. La última parada es con Andrés Llorián, histórico capitán del Ávila que es natural de Noreña y simpatizante del Sporting. «En mi primer año en el club él era segundo entrenador del Ávila. En la jornada 7 íbamos muy mal. Echaron al entrenador. En la cantera vieron que Borja era el más capacitado. Era una situación difícil. A los dos o tres meses dejamos de cobrar. Estuvimos meses sin cobrar. Había gente veterana. Y torear con ello no era fácil. Fue una experiencia, dentro de lo malo, enriquecedora. Conseguimos jugar el play-off y salvamos un poco de la mala situación económica al club».
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