Podemos ha elegido la estrategia de la liliputización. Parece un suicidio, pero más bien es un proceso similar al un vampiro que se alimenta chupándose su propia sangre. Pablo Iglesias y sus colegas están convencidos que la radicalización –incluso llevada a extremos delirantes– solo tiene como alternativa la desaparición a medio plazo. Sin radicalización política, ideológica y programática solo les queda agonizar como fuerza extraparlamentaria. Si persisten en sus majaderías rojales, en cambio, podrán aglutinar el voto de la izquierda antisistema separándose de la socialdemocracia ortopédica de Sumar, es decir, del yolandismo, esa elevación de la afasia a principio de acción política. Por supuesto que con eso Podemos solo consigue un puñado de votos, pero con unos 350.000 votos en varias circunscripciones atraparán los cinco diputados que les permitiría formar grupo mixto en el Congreso de los Diputados, con portavocía, asesores y asignación de fondos. Y ahí mismo atrincherarse para los pésimos tiempos que les esperan.
Y ese y no otro es el objetivo. Si votando sistemáticamente con el PSOE en la Cámara Baja ganaran votos, el club los revolucionarios muertos de Belarra se dejarían los dedos votando que sí. Si para conseguir cinco escaños deben vestirse como gaiteros escoceses o pedir la guillotina para todos los monarcas europeos lo harían. No hay que confundirse: muchos podemitas asumen el papel con muchísimo gusto. Ya era hora de poder respirar y quitarse la máscara de demócratas pequeñoburgueses provistos de un mínimo respecto por el orden constitucional y las instituciones públicas. Lo despreciable no era en realidad “el régimen del 78” sino la democracia parlamentaria. Por fin – en definitiva – ha llegado la hora de poder ser comunistas abierta y hasta estentóreamente después de lustros disimulándolo. Ya pueden expresar su profundo asco por la democracia representativa y liberal, por el pluralismo, por el acuerdo, por la tolerancia, todas esas antiguallas, todos esos mecanismos de legitimación de la clase dirigente y tal. También es una situación en la que se encuentra mucho más cómodo Pablo Iglesias. Como se recordará, Iglesias abandonó la Vicepresidencia del Gobierno y el Ministerio de Asuntos Sociales con la ridícula excusa de salvar la candidatura de Podemos en las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid de 2021. Por supuesto tampoco se quedó como diputado en la asamblea madrileña, donde Isabel Díaz Ayuso consiguió mayoría absoluta. Pocos meses después dejó el liderazgo de Podemos. Todas las fugas de este Houdini palabrero, oportunista y escuchimizado intentan, básicamente, escapar de la política real y lograr que jamás se le responsabilice de un resultado. Iglesia detesta ser juzgado por los resultados y no por sus discursos. Así que se ha disfrazado de reserva espiritual morada. Ha creado con una financiación poco transparente crear un canal de televisión e incluso ha abierto un estudio en México para seguir regurgitando sus monsergas como el cruzado mediático del nuevo comunismo intransigente con la maldad, la explotación y los desposeídos. Eso no lo ve nadie, pero qué más da. Lo ve él y eso es suficiente.
Con todos los esfínteres izquierdistas abiertos se suman desatinos y mongoladas: la única manera de conseguir una Palestina libre es aniquilando Israel, nada de construir viviendas públicas porque es más justo y necesario expropiar viviendas a quien no la usan, el principal problema de la administración de justicia consiste en reformar el Consejo General del Poder Judicial y que tenga una mayoría de izquierdas inamovible, las buenas ideas son sencillas y son brillantes porque son buenas ideas, a los fascistas de la derecha y la ultraderecha se les para con más derechos, no existen periodistas de derechas, no existen científicos de derechas, no existen artistas de derechas, no existen alicatadores de derechas, no existe nada si no reúne la condición previa de ser de izquierdas. Lo demás vamos a reventarlo porque el PSOE es demasiado timorato para hacerlo. La alternativa es la desaparición.
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