“La alegría por el castigo no crea nada”, resume el profesor de Filosofía de la UB Antonio Gómez Villar, autor de ‘Transformar no es cancelar’ (Verso), uno de los numerosos ensayos que en los últimos tiempos están analizando un fenómeno nuevo: el agotamiento de la cultura de la cancelación. “Como estrategia se ha mostrado ineficaz, torpe y contraproducente. Muchas personas me han reconocido que años atrás ni siquiera se habrían animado a abrir el libro. Pero en este punto de bloqueo al que hemos llegado se agradecen reflexiones que permitan abrir otro espacio para la crítica”, confiesa el filósofo, que ve un debilitamiento en las dinámicas de cancelación por no haber sido capaces de articular cambios profundos en la vida de las personas. “Estamos a un tres, dos, uno de que aparezca alguien acuñando el concepto: “pos-cancelación”, profetiza.
Cansados de estar indignados
Hay varios motivos que explican este desgaste. Uno es la degradación de su habitat natural: internet está roto; X, la antigua Twitter, no es lo que solía ser, y el algoritmo ha puesto patas arriba las antiguas cámaras de eco de opinión. A ello se suma cierto agotamiento del músculo que más se ha ejercitado en los últimos años, el de la indignación. “Hay una ligazón más que evidente entre la lógica instantánea de las redes sociales y la inmediatez que exige la cultura de la cancelación. Nos exige estar alerta permanentemente. Si nos lleva a una lógica constante de control, es normal que uno termine exhausto”, apunta Gómez Villar.
“La gente no solo está desencantada y cansada. ¡Para empezar, no les importaban tanto estas cosas!”, apunta Umut Özkirimli, autor de ‘Cancelados’, investigador senior en el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals y asociado en el CIDOB. “¿Crees que a los ciudadanos de a pie, a la proverbial «gente de la calle», les importaba qué pronombres usábamos? ¿Por qué la llamada izquierda se olvidó de sus valores o de las cuestiones cotidianas? Gaza fue una dura prueba de la realidad tanto para la izquierda como para la derecha”, opina. Pero más allá de que todos estemos más o menos ‘quemados’ de las redes sociales, para ambos pensadores la clave del fracaso de la cultura de la cancelación está en que “una izquierda punitiva es incapaz de mostrar dónde reside la esperanza y la emancipación”.
El politólogo Umut Özkirimli, autor de ‘Cancelados. Dejar atrás lo woke por una política más progresista’ (Paidós). / Jordi Otix / EPC
El MeToo y las celebridades
En sus orígenes, la cultura de la cancelación surgió de la frustración y la sensación de impunidad ante las injusticias. Movimientos como #MeToo tuvieron un gran éxito al principio. Sin ellos es bastante probable que Harvey Weinstein no estuviese hoy en prisión. Pero para Özkirimli el problema con #MeToo y campañas similares fue que estaban demasiado centradas en el individuo. Las diferencias entre el #MeToo original, el iniciado por Tarana Burke, que se centraba en la violencia estructural contra las mujeres, y el #MeToo posterior, que se viralizó tras el tuit de Alyssa Milano, son un ejemplo de ello. «La propia Burke se quejó del #MeToo impulsado por las celebridades y de cómo dificultaba su trabajo. El sistema no ha experimentado ninguna transformación. De hecho, empeoró debido a la enorme reacción derechista, antifeminista y antiLGBTQ que vemos hoy”, apunta.
Para el autor de ‘Cancelados’, la cancelación tiene que ver en realidad con la derecha. “La censura y la caza de brujas son fenómenos centenarios que nunca acabarán. Son un sello distintivo del pensamiento de derecha y de los movimientos fascistas. La derecha nunca ha defendido la libertad de expresión, como afirma hacer. Y lo vemos ahora. Hay personas que pierden sus trabajos, son enviadas a prisión o incluso deportadas por, por ejemplo, ser pro-Palestina o por creer en la igualdad racial y los derechos LGBTQ. En ese sentido, entramos en una nueva era”, apunta.

El expresidente de la RFEF Luis Rubiales a su llegada a la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares, Madrid. / FERNANDO VILLAR / EFE
El pico de Rubiales, un cambio en España
¿Cuál fue el punto de inflexión en España? Para Gómez Villar, el inicio del fin de la cultura de la cancelación es el caso Rubiales, cuando el pico que le dio a Jenni Hermoso se convirtió en el inicio de una movilización política. “Hay algo muy interesante en el título de la campaña que iniciaron las futbolistas: ‘Se acabó’. El “se” da cuenta de que no es un problema puramente personal. La campaña no se inicia con un “acabemos con Rubiales”, es decir, “cancelemos a Rubiales”, sino con “se acabó”. ¿Por qué? Porque el “pico” de Rubiales es el “pico” del iceberg, expresión de lógicas patriarcales y machistas arraigadas durante años en el funcionamiento de la Federación Española de Fútbol”.
Para el filósofo, lo que hicieron las jugadoras fue apuntar a la naturaleza misma de la institución, a las relaciones de poder y la discriminación sistemática en el fútbol femenino. Porque sin esa dimensión estructural no se explicaba el comportamiento individual de Rubiales. “Lo interesante es que Rubiales no fue ‘cancelado’, sino ‘derrotado’ como resultado de una victoria política”, subraya el filósofo. No es que Rubiales fuese la manzana podrida del cesto, es que lo que olía mal era el cesto, apunta.
Volver a lo universal
¿Qué soluciones proponen ambos pensadores? “Voy a decir algo poco sexy. Las izquierdas tienen que volver a recuperar el que quizás sea su mayor legado histórico: volver a dotar de contenido al concepto de universalidad”, apunta Gómez Villar. Özkirimli coincide en que la izquierda debe volver a sus raíces. “Recordar a la clase trabajadora, intentar solucionar la enorme disparidad salarial y todo tipo de desigualdades. Luchar contra los fascistas, no contra los izquierdistas que discrepan contigo. ¡Deja de llamar fascistas a tus aliados, no en un mundo lleno de fascistas de verdad!”.
De Malcolm X al Ku Klux Klan
Curiosamente, tanto Gómez Villar como Özkirimli citan en sus ensayos al activismo negro de los años 60 y los 70 como ejemplo a seguir. El primero habla de cómo Malcolm X se propuso trasladar las luchas por los derechos civiles a la lucha por los derechos humanos y desplazar el debate del Congreso de los Estados Unidos a la Asamblea General de la ONU. Özkirimli, por su parte, dedica varias páginas a Loretta J. Ross, una veterana activista afroamericana que en 2019 fue de las primeras en denunciar la cultura ‘clicktivista’ en un artículo donde denunciaba que “organizarse no es simplemente insultar a la gente online o ir a una protesta” y que los movimientos de justicia social “ocurren en persona, en la vida real”. “¿Podemos evitar individualizar la opresión y no usar el movimiento como nuestro espacio de terapia personal?”, se preguntaba Ross, superviviente de incesto y crímenes de odio, que en los 70 lideró talleres con mujeres del Ku Klux Klan que acudieron a ella para rescatar a sus hijos de la cultura del odio y también cursos de reinserción con violadores en prisión. Cara a cara con su enemigo.
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