Un ejemplar de ‘Don Quijote de la Mancha’. / Shutterstock
Vivimos tiempos turbulentos. En la lejanía, pero mucho más cerca de lo que pensamos, resuenan los tambores de guerra y el orden internacional fraguado tras la Il Guerra Mundial a partir del imperio de la ley se desvanece a ojos vistas: democracias consolidadas devienen autocracias controladas por el chuloputas de turno al grito colegial de “te voy a hinchar a leches … salvo que me des tu bocadillo”, pseudo-polítiquillos de barrio asumen que la calle es suya y la arrogancia, la amenaza y la desavenencia campan por doquier sin freno.
En la cercanía, los ciudadanos asistimos cada vez más atónitos y exhaustos a un nefasto espectáculo in crescendo de polarización y de ensañamiento con el adversario donde todo vale por arañar un puñado de votos: un buen plantel de nuestros parlamentarios, legítimamente elegidos para parlamentar, se han olvidado de su significado en el diccionario: “Entablar conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz”. Ni se conversa, ni se trabaja -como propone José Antonio Marina- para tornar los conflictos en problemas.
Ante este panorama nosotros, los civiles de a pie, no hacemos más que quejarnos y alarmarnos … para quedarnos en casa. Y no caemos en la cuenta de que somos tan responsables como ellos y de que mientras no nos movamos esto no va a cambiar. Un mínimo de responsabilidad social no conlleva acometer heroicidades: bastan pequeños gestos para comenzar a revertir la situación. Este fin de semana soy testigo de uno de ellos: la cesión a El Pedernoso de 250 ejemplares de El Quijote provenientes de la Biblioteca de los Libros Felices de Alicante.
El Pedernoso es un precioso pueblo manchego de algo más de un millar de habitantes -tenía el doble hace cuarenta años- que mantiene intactas todas las tradiciones quijotescas. Si bien no aparece mencionado expresamente en El Quijote, parece evidente que, viniera de Mota del Cuervo, de Belmonte, de Las Pedroñeras o de Las Mesas, nuestro más afamado caballero andante tuvo que hollarlo muchas veces a lomos de Rocinante. Repleto de casas solariegas del siglo XVII, desde la plaza Mayor las esculturas de Alonso Quijano y de su fiel escudero nos reciben junto al gran portón del Ayuntamiento. Sus representantes, liderados por Ana Cantarero y por Julio Pernia, están celebrando esta semana el II Festival literario de La Mancha “Quijote Negro e Histórico» que dirige el alicantino Manuel Avilés y que ha traído a decenas de reputados escritores a este pequeño rincón de España.
¿Por qué les cuento hoy todo esto? Por tres razones. Porque decenas de alicantinos se han trasladado a El Pedernoso para vivir estos días con un millar de pedernoseños que les han acogido con los brazos abiertos: esto es nuevo. Porque el hecho de que los ciudadanos de Alicante y de El Pedernoso se hermanen para crear una biblioteca que homenajee a El Quijote y a La Mancha y para contribuir al renacimiento de esta parte olvidada y malherida de España es una demostración de que con pequeños pasos y sin aspavientos es posible aprender a parlamentar, a fomentar el diálogo y a practicar la concordia. Y porque estoy convencido de que solo si los ciudadanos somos capaces de proponer la solidaridad frente al individualismo y la fraternidad frente a la hostilidad ganaremos la legitimidad para ofrecerles a nuestros representantes el mismo camino. Y, de paso, contribuiremos a pavimentar el futuro de nuestros hijos. A ver si se repite.