La posibilidad de un cataclismo planetario, ya sea por un conflicto nuclear a gran escala o por una catástrofe natural de proporciones descomunales, ha sido durante mucho tiempo un tema de fascinación y horror, y un asunto muy recurrido en múltiples obras literarias y cinematográficas. En el centro de este sombrío escenario surge una pregunta fundamental, no solo sobre el destino de la humanidad, sino sobre la continuidad misma de la vida en la Tierra. ¿Sobreviviría algún ser vivo a un apocalipsis nuclear?
Contra la creencia popular, que suele otorgar el título de superviviente supremo a la cucaracha, evaluaciones científicas más profundas revelan un panorama complejo, en el que la verdadera resiliencia podría residir en organismos menos conocidos y en la intrincada red de la vida que continúa bajo la superficie.
La noción de que las cucarachas podrían convertirse en las ‘reinas’ de la Tierra tras un apocalipsis nuclear es un mito persistente. Sin embargo, los expertos señalan que esta idea, aunque tiene su base en la notable resistencia de este insecto, es una simplificación excesiva.
Cucarachas y hormigas
Si bien las cucarachas son más resistentes a la radiación que los humanos, distan de ser los seres vivos más preparados para afrontar una catástrofe atómica. Hay alguna evidencia de que parecen bastante resistentes a los rayos gamma, aunque no son ni siquiera las más resistentes entre los insectos.
Las cucarachas son mucho más resistentes a la radiación que los humanos. / Shutterstock
Pruebas de laboratorio han demostrado que, a niveles extremos de radiación, las cucarachas adultas perecen, y un factor crítico a menudo pasado por alto es su capacidad reproductiva: no se ha analizado en profundidad su capacidad para producir huevos viables, lo que garantizaría la supervivencia de la especie.
Algunos científicos sugieren que otros insectos, como por ejemplo ciertas especies de hormigas que anidan en las profundidades del suelo, podrían tener ventajas superiores para refugiarse de la lluvia radiactiva inicial y, por lo tanto, más posibilidades de sobrevivir.
El ‘secreto’ de los tardígrados
Si las cucarachas no son las candidatas ideales, la pregunta sigue en pie: ¿qué ser vivo lo es? La comunidad científica apunta hacia organismos extremófilos, seres adaptados a vivir en condiciones que serían letales para la mayoría de las formas de vida.
En la cúspide de esta lista se encuentran los tardígrados, también conocidos como osos de agua. Estas microscópicas criaturas, de no más de un milímetro de longitud, han demostrado una capacidad sobrehumana para sobrevivir al vacío del espacio, a temperaturas criogénicas y a calores extremos, y a dosis de radiación miles de veces superiores a las que matarían a una persona.

Imagen de microscopio electrónico de barrido de un tardígrado. / Eye of Science / Science Source.
El ‘secreto’ de los tardígrados radica en una habilidad única para entrar en un estado de animación suspendida llamado criptobiosis, deshidratándose casi por completo y deteniendo su metabolismo hasta que las condiciones mejoran, incluso después de muchos años.
Arqueas, hongos y bacterias
Junto a los tardígrados, otras formas de vida simples pero extraordinariamente tenaces emergen como candidatos a resistir un apocalipsis nuclear. La radiación ionizante liberada en tales eventos daña el ADN de todos los seres vivos, y las sustancias radiactivas persisten en el ambiente, incorporándose a las cadenas alimentarias.
Pero las arqueas, microorganismos unicelulares, y ciertas especies de bacterias, como Deinococcus radiodurans, poseen mecanismos de reparación del ADN tan eficientes que pueden recuperarse de una exposición radiactiva masiva. Estos seres constituyen la base de la biosfera y su supervivencia sería crucial para cualquier recuperación ecológica a largo plazo en el planeta.
Los hongos, algunos de los cuales no solo toleran la radiación, sino que parecen poder utilizarla en un proceso llamado radiosíntesis, también están entre los principales candidatos a la supervivencia. La vida en las fuentes hidrotermales del océano profundo, ya aislada de la superficie y alimentada por energía química en lugar de solar, probablemente persistiría casi inalterada por los eventos en la tierra firme.

Arqueas methanothermobacterias vistas con un microscopio electrónico. / Andreas Klingl
La evidencias de Chernóbil
No obstante, la supervivencia de especies individuales no puede entenderse de manera aislada, y el impacto de una catástrofe nuclear se extiende mucho más allá de la explosión inicial, afectando a todo el ecosistema global. La evidencia de desastres como el de Chernóbil es que todos los organismos, desde los insectos hasta las bacterias y hongos del suelo, las aves y los mamíferos, experimentaran efectos proporcionales al grado de contaminación.
También se concentran en la parte superior de la cadena alimentaria, por lo que los animales en la cima de la misma pueden contener niveles de radioisótopos miles de veces superiores a los de su entorno. Esto significa que incluso un animal resistente que escapara a la muerte inicial podría sucumbir con el tiempo a la intoxicación radiactiva o a la escasez de alimentos.
Este enfoque ecológico es fundamental. Un mundo postapocalíptico no sería simplemente un escenario en el que algunas especies ‘duras’ sobrevivirían ilesas. Sería un planeta con ecosistemas fracturados, caracterizados por una biodiversidad drásticamente reducida y ciclos naturales alterados.
Tumores, mutaciones, malformaciones…
Tras un apocalipsis nuclear habría menos abundancia biológica, menos diversidad de especies, mayores tasas de mutación genética, más tumores, más malformaciones, más cataratas en los ojos, vidas más cortas y una fertilidad reducida en todos los sistemas biológicos, han afirmado algunos científicos, basándose en las observaciones de Chernóbil.

Primera prueba de un arma termonuclear (bomba de hidrógeno) del Gobierno de Estados unidos, en 1952. / US GOV
La supervivencia, visto todo lo anterior, se convierte en una cuestión de grado y de interdependencia. Incluso en el caso de los tardígrados, que pueden sobrevivir en el espacio en una grieta de una roca, sin un ecosistema que los sustente, su futuro a largo plazo sería limitado, alertan los expertos.
La conclusión a la que llegan los científicos es matizada pero aleccionadora. Mientras que es altamente probable que formas de vida microscópicas y simples como los tardígrados, las bacterias y las arqueas logren persistir incluso en las condiciones más severas, el destino de la vida multicelular compleja, incluyendo insectos, plantas y animales, es mucho más incierto. La realidad, resaltan los científicos, es que muy poco, o quizá nada, sobreviviría a una gran catástrofe nuclear.