Las luces empiezan a encenderse, los escenarios se preparan y los trajes de novia alicantina vuelven a ocupar su lugar protagonista. Este sábado arranca una nueva temporada de emoción con el regreso de las presentaciones, que se inicia, como cada año, con la hoguera Sèneca-Autobusos. Brillarán las bandas, las faldas… y, también, las mantillas. Esas piezas delicadas que esconden horas de paciencia, arte y tradición.
Pero detrás de esa forma perfecta, esas siete ondas conocidas como «cañones», hay un nombre que, aunque ya retirada, sigue presente en cada presentación: Mari Carmen González, o como todos la conocen, Mari Carmen «mantillas». Durante más de cuatro décadas fue la encargada de almidonar, moldear y «encañonar» las mantillas que han lucido generaciones y generaciones de novias alicantinas.
Su técnica, su secreto y su carácter dejaron huella en la historia de una fiesta que se resiste a perderla. «Trabajé hasta cuando cumplí los 80. Me quedaba poquito y ya me dijo mi hija, ‘Hasta aquí’. Me hubiera jubilado antes, pero después de la pandemia pensaba que no habría nadie y dije: ‘¿Cómo dejo yo a mi gente?’«, recuerda Mari Carmen González. El secreto su éxito está en la fórmula, pero no quiere venderla.
Una historia única
Su historia comienza en la década de los 80, años en los que parecía que el almidonado casi había desaparecido. Solo unos pocos nombres, como Tomás Valcárcel o Pepe Espadero, mantenían viva la técnica. Fue entonces cuando Mari Carmen tomó una decisión: «Cada vez que veía las mantillas de las alicantinas decía: ‘Esto tiene que tener truco para mejorar'».
Mari Carmen González: la arquitecta invisible de la mantilla alicantina / Pilar Cortés
Fue José María Lorente quien la puso a prueba en unas fiestas de Elda: «Los nueve trajes los tenía terminados, pero no tenía las mantillas y me dijo: ‘Vamos a probar a ver qué pasa'». Y salió bien. Tanto que le dijo después: «Es el primer año que no me han devuelto ninguna mantilla porque caerse».
Ese éxito fue el inicio de su fama entre talleres alicantinos como los de Miguel Ramos, Carrisa Fiesta, Alba Indumentaria, Mayte Pascual, Balbino o Muñecos. Pero su gran aportación a la Fiesta no fue solo su capacidad de «revivir» las mantillas con su almidonado característico. González fue la artífice de lo que hoy se conoce como el «encañonado», es decir, la forma de rizar y estructurar los siete «cañones», esas ondulaciones que dan personalidad a la mantilla.
«La gente decía que eran siete por los siete cañones del castillo de Santa Bárbara. Pero es porque tiene que haber un centro y que las ondas terminen a la altura de la oreja. Y entonces la puntilla te da para siete. Si le pones más, queda caído», afirma González.

Mari Carmen González: la arquitecta invisible de la mantilla alicantina / Pilar Cortés
Para González, su labor es un ritual puramente manual. «Todo es manual. A ti te dan una mantilla y tú tienes que centrarla. Yo me propuse tomar medidas, que nadie las tomaba antes. Cada chica tenía una cabeza y yo les media de oreja a oreja y lo rizaba a la medida. Después tienes que almidonar y luego ya secar, planchar y rizar», explica Mari Carmen.
Después de rizar la mantilla de forma manual, González señala que es cuando se colocan rulos para «encañonar». Para ello pueden emplearse desde tubos de peluquería hasta cartones de papel higiénico recubiertos de papel de aluminio para que no se pegue la tela. «Me pasaba todo el día pidiéndole a las vecinas los rulos. Después de colocarlos, viene el momento de las pinzas y el vapor para fijar, pero los dedos son la herramienta principal. No podía llevar las uñas largas», bromea González.
El almidón como cura
Mari Carmen no solo «encañonó», almidonó con una fórmula y una paciencia que muchos creen secreta, pero ella insiste en el cuidado y el mantenimiento de la mantilla. «No es cuestión de cuidarla, es cuestión de limpiarla», afirma. Su método más eficaz, el jabón de lagarto, salvó mantillas que llegaban marcadas por el maquillaje. Ella las deshacía, lavaba, secaba, planchaba y volvía a almidonar y rizar: «Hacía el trabajo doble, pero era como a mí me gustaba», relata.
Su técnica es tan única que cuando anunció su jubilación algunos le llegaron a ofrecer dinero a cambio de su secreto mejor guardado. «Siempre he dicho que no», afirma. La técnica, la paciencia y la medida son su patrimonio moral: solo su hija, Violeta Trives, dama de honor de la Bellea del Foc en 2002, que creció a su lado, conoce el detalle. «La única que lo sabe hacer es mi hija. Pero ella no quiere seguir y eso hay que respetarlo», destaca González.

Las Belleas del Foc 2025, vestidas de novias alicantinas / ALEX DOMINGUEZ
Hoy, aunque ya no «encañone» ni almidone, su mirada detecta cualquier ondulación mal puesta en un desfile: «Si yo le quito de aquí y le pongo de allá…», dice, y no puede evitar corregir en la memoria.
Este sábado regresan las presentaciones de bellezas y damas, y lo harán, como marca la tradición, con la comisión a la que pertenece Mari Carmen González: Sèneca-Autobusos. Allí comenzarán a contemplarse las primeras siluetas onduladas en las mantillas, donde hay algo más que tela: hay siete cañones medidos, un almidón que no es truco, sino oficio, y el recuerdo de Mari Carmen, la mujer que enseñó a Alicante a sostener su tradición con manos pacientes.
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