Desde 1901 se ha venido otorgando el Premio Nobel de la Paz. Sólo en quince de los ciento veinticinco años transcurridos el premio se declaró desierto. En medio de las guerras mundiales sólo se consideró justo premiar al Comité Internacional de la Cruz Roja (1917 y 1944). En años posteriores, cabe lamentar que Ghandi, epítome del pacifismo, preterido varias veces, no fuera elegido a título póstumo en 1948, cuando fue asesinado.
El comité del Parlamento noruego que discierne el premio no suele fallar cuando lo otorga a organizaciones internacionales y no gubernamentales (como Amnistía Internacional o Médicos sin Fronteras). La propia ONU, sus agencias, organismos especializados y altos funcionarios lo han recibido en una docena de ocasiones. Cabe recordar cómo a título póstumo, ahora sí, se concedió al sueco Dag Hammarskjöld, secretario general de Naciones Unidas, muerto en un sospechoso accidente aéreo, en el Congo, el 18 de septiembre de 1961. Respecto de personas jurídicas, puede decirse que son todas las que están, aunque no es posible que estén todas las que son.
Cuando se trata de personas físicas, hay premios indiscutibles, como los otorgados a Albert Schweitzer (1952), Martin Luther King (1964), asesinado cuatro años más tarde, Teresa de Calcuta, (1979), y otras personas, menos conocidos, vinculadas a movimientos de la sociedad civil con objetivos específicos, como el desarme nuclear, la destrucción de minas anti-personas o la protección de las poblaciones vulnerables. Nacionales de cuarenta y siete países han sido gozosos recipiendarios. Serían cuarenta y ocho, de no mediar el rechazo del premio por el señor Tho, representante norvietnamita en la negociación que en París condujo en 1973 a la terminación del apocalipsis protagonizado por Estados Unidos en Vietnam. Henry Kissinger, negociador estadounidense del Acuerdo, premiado al mismo tiempo, sí degustó sus mieles.
El perfil predominante es Occidente, los llamados en otro tiempo países civilizados. ¿Acaso Occidente es más amante de la paz que el resto, los otrora bárbaros y salvajes? El podio de personas físicas premiadas lo ocupan Estados Unidos, con diecinueve; Reino Unido, con doce, y Francia, con nueve. Esa misma cifra suman los países nórdicos y escandinavos en su conjunto. Los demás Estados miembros de la OTAN, Unión Europea y asimilados, incluido Israel, cuentan con veintiuno. El total de Occidente es, pues, de sesenta y uno, de ambos géneros. Ningún español. El resto son cuarenta y uno, siete de ellos latinoamericanos.
Este resto aflora solo en 1936, cuando el ministro de Relaciones Exteriores de Argentina, Carlos Saavedra Lamas, recibió merecidamente el galardón por su exitosa mediación en la guerra del Chaco, entre Bolivia y Paraguay, y su patrocinio del Pacto Antibélico que lleva su nombre, un hito en el empeño de prohibir el uso de la fuerza armada en las relaciones internacionales, que había de culminar en 1945 con la Carta de las Naciones Unidas. Hay que llegar a 1960 para dar con un nacional del Tercer Mundo entre los premiados, el sudafricano Albert Lutuli, un luchador anti-apartheid, que precedió al ejemplar Nelson Mandela, quien también recibió el premio en 1993, junto con Frederik de Klerk, el presidente que renunció a una política que conducía al país, internacionalmente aislado, a un baño de sangre.
Este es el baño de sangre, judía y palestina, al que asistimos desde hace ya demasiados años, sin que la concesión de este premio a dirigentes de Palestina e Israel haya servido para lograr los frutos recogidos en África del Sur. En 1978 lo recibió Menahem Begin, converso del terrorismo que había practicado treinta años antes, junto con el presidente egipcio Anwar Al-Sadat (asesinado en 1981), firmantes de los acuerdos de Camp David; en 1994, Yasir Arafat, Isaac Rabin y Simon Peres, fueron premiados por los acuerdos de Oslo. Al año siguiente un extremista judío asesinó a Rabin «por órdenes de Dios». El sionismo ha ido envenenando a una parte sustancial de sus compatriotas.
Considerando en su conjunto la nómina de premiados, tengo a veces la impresión de que el comité noruego se ha ido deslizando progresivamente a una política favorable al bombero pirómano. Las grandes pifias han sobrevenido cuando se ha agasajado a quienes firmaron la paz después de promover el uso de la fuerza, la injerencia en los asuntos de otros países, el quebrantamiento de la libre determinación de los pueblos. No deja de llamar la atención que entre los premiados se cuenten cuatro presidentes, dos vicepresidentes y cinco secretarios de Estado de los Estados Unidos. Es explicable que el actual inquilino de la Casa Blanca, tan adornado de cualidades, se haya auto-promocionado para el premio. Todo se andará.
Otra porción de premiados no lo han sido sólo por su currículo pasado, sino como acicate para su acción futura, lo que, de tener una dimensión política, más allá de la humanitaria y asistencial, no deja de ser una apuesta peligrosa. Baste recordar ahora a la distinguida Aung San Suu Kyi, que en 1991 hizo del Nobel de la Paz el broche de un collar de premios que le otorgaron numerosos países y prestigiosas instituciones por sus esfuerzos por democratizar Myanmar (Birmania). Ministra de Asuntos Exteriores, por fin, entre 2016 y 2021, ella encabezó la delegación de su país, demandado por el presunto genocidio de la minoría rohingyá, musulmana, ante la Corte Internacional de Justicia.
A medida que nos alejamos del terreno humanitario para entrar en las contiendas políticas, los personajes orlados con luces de neón, son apuestas partisanas que hacen del Nobel una pieza de combate mediático. Y ahí puede decirse que, posiblemente no merecen el premio todos los que han sido premiados, que no son todos los que están. Sin duda es el de la Paz el Nobel más controvertido. Los otros, física, química, medicina, incluso literatura, responden a objetos más definidos e interesan a audiencias más selectivas. De la paz, en cambio, habla todo el mundo y de ella, ¿qué sabemos? Apenas que se muestra en forma de blanca paloma, como el Espíritu Santo, con una rama de olivo en el pico. Pero, ¿alguien la ha visto?
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