Leo el suplemento «Asturias Exterior», de LA NUEVA ESPAÑA –que, de forma magnífica, buscando temas y personas atractivos e interesantes por todo el mundo, llevan adelante Eduardo Lagar, Xuan Fernández y Marcos Palicio–, del primer viernes de octubre y se me ponen los pelos tan de punta que, para ocultarlos, me apetecería cubrir la cabeza con una montera o, acaso, una gorra, siempre que no fuese una colorada con las siglas «MAGA».
Los periodistas hablaron con siete investigadoras y docentes asturianas residentes en los EE UU. La condición de todas ellas fue que se silenciasen sus nombres, por miedo, repito, por miedo, a represalias, contra ellas, sus trabajos o sus universidades; más aún, por miedo a la expulsión.
(Anotaré aquí, tangencialmente, que durante la dictadura de Franco, sobre todo a partir de los años sesenta, nunca he conocido un miedo semejante a manifestarse o criticar; es más, si había sanciones, estaban sujetas a las decisiones, en último término, de los tribunales. Aquí es el ucase del tipo de la gorra el que establece esas sanciones, y se cumplen al modo en que el rapaz descriptor del retablo de Gaiferos y Melisendra apondera la justicia mora: «Y veis aquí donde salen a ejecutar la sentencia [doscientos azotes por las calles acostumbradas de la ciudad], aun bien apenas no habiendo sido puesta en ejecución la culpa, porque entre moros no hay ‘traslado a la parte’, ni ‘a prueba y estése’, como entre nosotros»).
Es cierto que surgen jueces que se oponen a algunas de las medidas del del gorru coloráu (como el trasgu asturianu, pero más dañible y gafu), pero, en general, suele conseguir el del pelo teñido fórmulas para saltarse las prohibiciones por otras vías.
Los campos principales de la devastación de sus ucases son los inmigrantes, las universidades, los centros de investigación, la industria, el comercio exterior y algunas de las ciudades gobernadas por demócratas. El caos, la destrucción, el terror y el «gobierno y mando» se han extendido por todos los EE UU.
Esa voluntad entre dictatorial e imperial se extiende al resto del mundo. En principio, impulsado por una loable voluntad, hay que reconocerlo, presumió de que acabaría con todas la guerras. Fijémonos únicamente en dos, la de Hamás-Israel y la de Ucrania. Vayamos a esta. Desde el principio, Trump trató de establecer una relación personal con Vladimiro, como de colega a colega, y afirmó reiteradamente que las cosas iban por buen camino. Llegó a ponerle alfombra roja en Alaska y recibirlo como a un par no solo en mando, sino en buena voluntad, pensando que sus palabras y su afalagu iban a rendir al dictador ruso. Poco tiempo después, y vista la nula voluntad del ruso de acabar con la guerra de Ucrania, ha afirmado que Putin lo había decepcionado.
Si me lo permiten, les recordaré dos artículos míos de hace meses. El primero (19/01/2025), se titulaba «Un pendenciero y un matón», sobre, respectivamente, Donald y Vladimiro, y el segundo (23/04/2025), «Trump es un imbécil», donde señalaba que solo un absoluto desconocedor del mundo, y de la Rusia dictatorial y Vladimiro Putin, pensaría que se podía convencer a este con palabras, razones y afalagos, y que sus promesas y pronósticos podían tener algún viso de realidad: «Se están muriendo, rusos y ucranianos. Quiero que dejen de morir. Y lo tendré hecho: lo tendré hecho en 24 horas». «Esa es una guerra que se muere por resolverse. La resolveré incluso antes de ser presidente». Ahora confiesa que Putin lo ha decepcionado; es decir, confiesa que no sabía de qué hablaba.
Parece que la guerra Hamás-Israel, con la terrible mortandad de Gaza, camina hacia la paz gracias a la intervención de Trump. Es posible, pero es posible también que, tras darse los primeros pasos, los acuerdos se rompan porque ambas partes quieran poner exigencias inaceptables para la otra, o incumplir las condiciones que están propuestas para el pacto. Veremos.
Y apunten, además: es posible que, pese a la tradición y a la relativamente vigente enmienda vigésima segunda de la Constitución estadounidense, que limita los mandatos presidenciales a dos, Donald intente presentarse a un tercer mandato, que para eso nombra a su gusto jueces en el Tribunal Supremo.
Por cierto, ¿les suena esto a algo? n
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