En el imaginario colectivo, las gargantas naturales suelen evocarnos lugares abruptos, casi inaccesibles, donde el agua y la piedra se enfrentan agresivamente. Pero detrás de esa imagen de peligro y verticalidad se esconde uno de los procesos más fascinantes de la geología: la erosión que con el paso de miles de años va esculpiendo cañones, pozas y cascadas que hoy podemos recorrer con cierta calma si sabemos dónde pisar.
Uno de esos lugares está en el corazón de la provincia de Córdoba, entre las sierras calizas que rodean la localidad de Rute. Se trata de la garganta del río La Hoz: un rincón poco conocido del Parque Natural de las Sierras Subbéticas que sorprende por su belleza y por el contraste entre sus paisajes: pinos, roca viva, agua corriendo entre paredes estrechas un espectáculo natural de los que se quedan en la memoria.
Garganta del Río la Hoz 2 / Turismodelasubbetica.es
Esta garganta conocida también como “Salsipuedes”, debe su nombre a la sensación de encierro que generan sus cañones y pasillos de roca.
El río, a fuerza de insistir, ha ido abriendo su camino entre las formaciones calizas hasta crear un entorno de saltos de agua y pequeñas cascadas que provocan un ambiente único acunado por el rumor del agua, la humedad que se siente en el aire y las sombras frescas que ofrecen las paredes del desfiladero.
Para quienes disfrutan del senderismo, existe una ruta circular de unos diez kilómetros que parte desde Rute y recorre todo el entorno. El trazado sigue el sendero PR-A-231, bien señalizado con las marcas blancas y amarillas, y permite adentrarse tanto en el pinar de la Sierra Alta de Rute como en la zona de la garganta propiamente dicha. El esfuerzo se ve recompensado con vistas al embalse de Iznájar, uno de los paisajes más amplios y tranquilos de toda la Subbética.

Garganta del Río la Hoz 3 / Turismodelasubbetica.es
El itinerario pasa también por la pequeña aldea de La Hoz, un conjunto de casas blancas donde el tiempo parece ir más despacio. Desde allí el sendero acompaña al río en su recorrido ascendente, atravesando zonas donde el agua ha moldeado la roca en formas caprichosas, lo que los geólogos llaman “lapiaz”.
Quienes quieran visitarla solo necesitan un poco de preparación: calzado cómodo e impermeable, algo de agua y, sobre todo, ganas de perderse sin prisa. No es una ruta complicada, pero sí invita a la calma, a detenerse, escuchar el agua y mirar de cerca cómo la piedra y el tiempo se entienden.