Dos nuevas investigaciones han conseguido burlar la incertidumbre inherente a los sistemas físicos, indicando el camino que debemos seguir si queremos gestionar mejor los riesgos imprevistos de la vida cotidiana.
Desde los albores de la civilización, la incertidumbre ha sido la sombra inseparable del progreso humano. Esta falta de certeza sobre el futuro ha moldeado imperios, inspirado filosofías y condicionado cada una de nuestras decisiones. Como sentenció el historiador romano Plinio el Viejo hace casi dos milenios, «la única certeza es que nada es cierto». Esta idea ha resonado a lo largo de la historia, desde los escépticos griegos que abogaban por la suspensión del juicio ante la imposibilidad de un conocimiento absoluto, hasta los pensadores modernos que han visto en la incertidumbre el motor mismo de la creatividad y la adaptación.
En el siglo XX, esta limitación ancestral humana encontró su expresión más fundamental en la física cuántica. El Principio de Incertidumbre de Heisenberg reveló que el universo, en su nivel más básico, es intrínsecamente impredecible. No se trata de una limitación de nuestros instrumentos, sino de una propiedad inherente a la realidad: no podemos conocer simultáneamente con precisión absoluta ciertos pares de propiedades de una partícula. Esta barrera parecía infranqueable, la demostración definitiva de que el ser humano estaba condenado a navegar a ciegas en un océano de probabilidades.
Sin embargo, en los últimos años, la ciencia ha comenzado a «engañar» a esta limitación fundamental. Dos investigaciones recientes, aparentemente dispares, apuntan a una misma conclusión: aunque no podamos eliminar la incertidumbre, estamos aprendiendo a gestionarla, a redirigirla y, en última instancia, a utilizarla a nuestro favor.
El arte de sortear lo inevitable
El primer gran avance proviene de un experimento en el que los científicos lograron medir simultáneamente propiedades cuánticas que teóricamente son incompatibles, como la posición y el momento de una partícula. No violaron el Principio de Heisenberg, sino que lo sortearon de manera inteligente. En lugar de medir directamente estas variables, midieron sus «contrapartes modulares», una especie de «sombras» diseñadas artificialmente para ser compatibles. Al hacerlo, obtuvieron información precisa de ambas, superando un límite que se consideraba absoluto.
El segundo avance nos llega desde el campo de la óptica cuántica. Un equipo de investigadores ha conseguido generar los pulsos de luz más cortos y controlados de la historia, de apenas unos pocos femtosegundos. Utilizando una técnica llamada «squeezed light» (luz comprimida), han logrado «domar» la incertidumbre cuántica de los fotones. Es como si tomaran el «ruido» natural de la luz y lo redistribuyeran, reduciendo la incertidumbre en una de sus propiedades (la amplitud) a costa de aumentarla en otra menos crítica (la fase). El resultado es un haz de luz capaz de transmitir información a velocidades de petahercios (miles de billones de operaciones por segundo) con una seguridad casi total, ya que cualquier intento de interceptación alteraría su estado cuántico y sería inmediatamente detectado.
Ambas técnicas abren caminos para comunicaciones ultrarrápidas y prácticamente seguras, potentemente útiles en finanzas, defensa y ciencia de datos, pero al mismo tiempo representan un punto de inflexión en nuestra relación con el conocimiento y la realidad.
Durante milenios, la filosofía y el comportamiento humano se han construido sobre la base de la aceptación (más bien la resignación) de la incertidumbre. Ahora, estamos pasando de ser meros observadores de la incertidumbre a convertirnos en sus «diseñadores» .
Referencias
- Quantum-enhanced multiparameter sensing in a single mode. Christophe H. Valahu et al. Science Advances, 24 Sep 2025, Vol 11, Issue 39. DOI:10.1126/sciadv.adw9757
- Attosecond quantum uncertainty dynamics and ultrafast squeezed light for quantum communication. Mohamed Sennary et al. Light: Science & Applications, volume 14, Article number: 350 (2025). DOI:https://doi.org/10.1038/s41377-025-02055-x
Significado para la vida cotidiana
Desde un punto de vista evolutivo, la capacidad de gestionar la incertidumbre en la vida cotidiana ha sido una ventaja adaptativa. Sin embargo, hasta ahora, esta gestión ha sido reactiva: crear planes de contingencia ante lo imprevisto, diversificar riesgos, o simplemente esperar y ver.
Lo que estos avances científicos sugieren es la posibilidad de una gestión proactiva de la incertidumbre. Estamos desarrollando las herramientas para decidir «dónde» queremos que resida la incertidumbre, minimizándola en los aspectos críticos y permitiéndola en los secundarios.
Si pudiéramos escalar estas habilidades cuánticas al mundo cotidiano, podría representar un salto en nuestra evolución cognitiva, similar al desarrollo del lenguaje o la escritura. Si podemos controlar la incertidumbre a nivel cuántico, el principio fundamental de la realidad, tal vez podríamos aprender a aplicar esa misma lógica a sistemas más complejos, desde la biología y la economía hasta la psicología social.
Una nueva filosofía de acción
Filosóficamente, estos descubrimientos nos invitan a superar la dicotomía tradicional entre certeza y duda. La nueva frontera no es alcanzar una certeza absoluta, sino adquirir la sabiduría para gestionar la incertidumbre de manera inteligente .
Esto implica, en primer lugar, pasar de la aceptación a la intervención: ya no se trata solo de aceptar que el futuro es incierto, sino de intervenir activamente para modelar las probabilidades a nuestro favor.
En segundo lugar, pasar de la predicción al diseño: en lugar de obsesionarnos con predecir un único futuro, podemos empezar a diseñar sistemas resilientes que funcionen bien en una amplia gama de futuros posibles.
Y aunque la intervención y el diseño frente a la incertidumbre ya son habilidades corrientes, las nuevas investigaciones sobre el borde de la incertidumbre amplían el horizonte de lo posible. Nos enseñan a repensar la propia naturaleza de las variables que controlamos y a concebir sistemas (¿trucos lógicos o matemáticos?) en los que la incertidumbre no es un añadido externo a gestionar, sino un recurso interno que podemos moldear desde su raíz más fundamental.
Aprender a «jugar» con la incertidumbre, a verla no como una amenaza sino como una variable que podemos modular, nos abre a un pensamiento más flexible, creativo y adaptativo.
Es lo que han conseguido los físicos en el mundo de lo infinitamente pequeño que sustenta todo el universo. ¿Por qué no podemos intentarlo nosotros en nuestra vida diaria?