Manu López fue uno de los dos gallegos, junto a la abogada coruñesa Sandra Garrido –que este lunes llegó a Madrid–, que hace poco más de un mes salieron del puerto de Barcelona rumbo a Gaza con el propósito de llevar ayuda humanitaria al castigado enclave palestino. Este residente de la localidad pontevedresa de Oia lo hizo como patrón de la embarcación Meteque, navío que durante la noche del pasado 1 de octubre fue abordado por las fuerzas hebreas en aguas internacionales. Un momento de «gran tensión» que, ahora, días después, recuerda a EL CORREO GALLEGO desde España tras llegar a Madrid el pasado domingo.
«Aquella noche sabíamos por el radar que venían 12 embarcaciones. Las vimos, con sus luces rojas. Al poco, de la docena pasaron a la treintena y nos rodearon durante cuatro horas. Nos tiraron agua a presión, lanzaron un tipo de gas negro, un buque de guerra nos cortó el paso y nos apuntaron con mirillas láser hasta que nos frenaron completamente y nos abordaron con una lancha rápida. Cuando se engancharon a nuestro barco, un soldado israelí me dijo con sorna: ‘Ahora estamos con vosotros y no os vamos a abandonar como hicieron vuestros colegas italianos y españoles que se dieron media vuelta a 150 millas de la costa’ (en referencia a las fragatas italianas y española)», relata López.
Rumbo a una prisión israelí en el desierto del Néguev
Tras ello, los soldados hebreos tomaron el control del barco, enviando a los activistas al interior del navío, e intentaron llevar la embarcación a puerto. «Como patrón del Meteque, tuve que salir un par de veces fuera porque no sabían pilotar bien y tuvieron averías de motor en la travesía», detalla López, que reconoce que fue «la parte más suave» desde que fueron abordados por el Ejército israelí.
Todo cambió al llegar al puerto de Ashdod. «En cuanto salí, me esposaron, me golpearon, me agacharon y me llevaron doblado, sin poder ver, hasta que acabé en una especie de pabellón descubierto de cemento, donde estuvimos sentados, mirando al suelo, todos los miembros de la Flotilla durante todo el día hasta que llegó la noche y vino el ministro Ben Gvir, que apareció para hacer el show delante de sus soldados. Aquello fue surrealista, estábamos obligados a mirar hacia el suelo y cualquiera que levantara la cabeza se llevaba un mamporro. Hasta nos llamó asesinos de niños», recuerda López.
Asimismo, López denuncia que durante los tres días que pasó en la prisión israelí de Ktzi’ot, un centro de alta seguridad ubicado en el desierto del Néguev, las autoridades hebreas impidieron que pudieran descansar apropiadamente al cambiarlos constantemente de ubicación dentro de la cárcel, incluso no les dieron agua e impidieron durante «bastante tiempo» a algunos activistas recibir la insulina que necesitaban debido a su condición.
López también revela a este diario que, tanto él como el resto de activistas de la Flotilla a Gaza que fueron expulsados de Israel, no firmaron documento de expulsión del país alguno. «No hemos firmado ningún papel. No hemos reconocido haber entrado ilegalmente a Israel. Eso es totalmente falso. Un militar nos pasó una serie de hojas en hebreo y nos dijo que las firmásemos. Las pedimos en inglés y el texto decía que entramos de forma ilegal en Israel y no lo firmamos. Después, este militar cogió todos los papeles, cerró la celda y vimos como empezó a firmarlos todos poniendo garabatos con una sonrisa. Nosotros nos negamos a plegarnos a sus exigencias de forma pacífica, alguno al grito de ‘¡Palestina libre!’ cada vez que pasaba un carcelero», declara López, que el domingo salió esposado de la prisión de Ktzi’ot y, sin saberlo, le subieron a un avión rumbo a Madrid. «Nadie nos había dicho nada. No tuvimos comunicación con nadie. Nos enteramos del destino por la tripulación del vuelo», asegura López, que lanza una reflexión final: «Si todo esto se lo han hecho a un ciudadano europeo, imagínate que es lo que le harán a los más de 10.000 palestinos que se encuentran en prisiones israelís».