Frenkie de Jong (Gorinchem, Países Bajos, 1997) es la pareja de Pedri, el mejor mediocentro del mundo, en la sala de máquinas azulgrana. “Me organizan el equipo”, afirmó Hansi Flick tras remontarle a la Real el lunes. El Madrid, aspirante al trono, anda por la vida con Tchouàmeni y Valverde. Darían, ahora mismo, media vida por tener a medio De Jong. En Barcelona, en cambio, le atizan. A veces, desde la demagogia y la injusticia, a partes iguales.
Frenkie es un centrocampista incontestable, condición reconocida por la mayoría de sus compañeros, incluído Pedri, con quién firma la mejor dupla de Europa en la zona ancha. Desde que aterrizó en 2019, ha sido titular con todos los entrenadores. Sin excepción. Hansi Flick fue más allá. Le mimó en su calvario con el tobillo, le concedió tiempo para reconstruirse y, una vez le vió limpio mentalmente, no lo dudó: le puso por Casadó, que venía de completar un gran inicio. Con De Jong a la vera de Pedri, el Barça levantó tres títulos y tuvo a tiro la final de Munich. Nada de eso fue suficiente.
No lo fue tampoco que prefiriera el Barça al City y al Psg, que le daban más dinero, o que el club, a sus espaldas, filtrara su contrato para mostrarle la puerta. Se le hicieron memes, le llamaron “De Bluff”, le culparon de los malos años de un Barça en el que aún transitaba Messi y ahora, que juega bien y gana, le piden que haga goles, como si el talento de un mediocentro se midiera sólo por los números. Busquets y Guardiola, dos leyendas, hicieron menos – 18 y 11 – que los que suma Frenkie – 19 – en menos años. Aún no sé qué le piden. Cuando se pierde, culpable. Cuando se gana, no existe. Ni Flick lo entiende. “Es un jugador increíble”, asestó. Silencio.