A las 18.01 del miércoles, hora española, el gobierno federal cerrará en todo Estados Unidos salvo que los demócratas convenzan a Donald Trump de su plan para financiar la sanidad pública.
Las posiciones están ahora mismo muy alejadas: mientras Trump y los republicanos quieren imponer siete semanas de parón de gasto en el curso de las cuales se podría negociar con los demócratas un nuevo presupuesto, los demócratas no quieren ni oír hablar de parón alguno y piden más dinero para el Affordable Care Act, una ley que garantiza la atención médica de los más necesitados.
Obviamente, no sería la primera vez que el gobierno cerrara, aunque fuera parcialmente: bajo la Administración Clinton, en Navidades de 1995, hubo hasta veintiún días de parón. En 2013, Obama vio cómo su gobierno y las distintas agencias que dependían de él se veían obligadas a cerrar durante trece días al no poder hacer frente a los pagos.
Con todo, el parón más largo -y el último hasta la fecha- se vivió precisamente bajo la primera Administración Trump, cuando el presidente exigió que el Congreso financiara su muro con México y el desacuerdo duró 35 días.
El cierre del gobierno federal siempre tiene consecuencias gravísimas para los ciudadanos y para la economía del país: durante el tiempo que dure, no funciona la recogida ni el reembolso de impuestos, todos los funcionarios -y eso incluye agentes del FBI y de la CIA y militares- ven suspendido su sueldo e incluso el transporte suele verse gravemente afectado.
Ahora, podría ser aún peor, ya que el director de presupuesto de la Casa Blanca, Russ Vought, ha mandado una carta a las agencias federales pidiendo que redacten una lista de funcionarios a los que despedir si se corta la financiación.
En los anteriores parones, los funcionarios recibían su sueldo con retraso y, en ocasiones, con pequeños descuentos en sus nóminas, pero ahí quedaba la cosa. Esta medida supondría dar un paso más y echar directamente a decenas de miles de trabajadores públicos, un sector que los recortes del DOGE cuando lo dirigía Elon Musk ya dejaron tiritando.
Los demócratas, entre la espada y la pared
Otra gran diferencia respecto a situaciones anteriores es que, esta vez, no está claro de quién es la responsabilidad del cierre. Los bloqueos presupuestarios del gobierno federal casi siempre han tenido una base ideológica o electoralista. Los Republicanos piden recortes y mesura en el gasto, mientras que los Demócratas quieren aumentar los ingresos mediante impuestos para reforzar el estado. La clásica lucha entre socialdemócratas y liberales.
En ese sentido, siempre eran los demócratas los que querían evitar un cierre del gobierno mientras los republicanos amenazaban constantemente con ello. Esta vez, la cosa es ligeramente diferente. Aunque la posición republicana es fuerte -al fin y al cabo, controlan la Casa Blanca, la Cámara de Representantes y el Senado, así que pueden permitírselo-, son los demócratas los que deben decidir si aceptan esas siete semanas de negociaciones para ver qué ocurre luego.
Lo que pasa es que no están dispuestos a hacerlo y tienen sus razones. De entrada, la propia ausencia absoluta de poder les permite tomar más riesgos. Aparte, aceptar de nuevo las condiciones de Trump, como ya hicieron en marzo de este año, les condenaría de alguna manera a la irrelevancia política. Sería complicado defender ante sus votantes un seguidismo a Trump y al movimiento MAGA que probablemente derivará en siete semanas en una posición idéntica a la actual.
Todo el peso en el Senado
Por otro lado, también hay votantes demócratas que verían con malos ojos dejar que el gobierno cierre. Básicamente, porque va en contra de todo lo que ha sido el Partido Demócrata desde la II Guerra Mundial. En cierto modo, el partido de Hakeem Jeffries y Mike Schumer, los líderes de las minorías en la Cámara y el Senado, va contra sus propios principios al no detener el cierre… ahora bien, entienden que así le hacen más daño a Trump y que el electorado culpará al gobierno de no haber hecho todo lo posible y en ningún caso a la oposición.
Lo rocambolesco de todo esto es que ni siquiera debería ser necesario porque los republicanos controlan las dos cámaras… pero, justo esta semana, la de representantes está cerrada, sin actividad alguna. Tampoco es que el “speaker” Mike Johnson se haya vuelto loco buscando la manera de abrirla incluso fuera de fechas, pero, en fin, el caso es que los republicanos no pueden aplicar ahí su mayoría simple, con lo que todo depende del Senado.
Y en el Senado, los republicanos necesitan 60 votos a favor cuando solo tienen 53 garantizados. No es inhabitual conseguir apoyos de sectores del otro bando para medidas controvertidas, pero pensar que siete demócratas se van a pasar al lado MAGA en el contexto actual es mucho pensar. Como cada partido piensa que el precio en las urnas lo va a pagar el otro, la voluntad de acuerdo está bajo mínimos. En medio, como siempre, quien paga es el ciudadano de a pie.