En la 73.ª edición del Festival de San Sebastián ha habido menos Hollywood que de costumbre, pero Jennifer Lawrence ha traído una brizna del glamour angelino. Muy famosa gracias a la saga de Los juegos del hambre y ganadora del Oscar por El lado bueno de las cosas (David O. Russell, 2012), la actriz siempre ha querido seralgo más que una estrella prefabricada.
Muestra de ello es Die, My Love, película que también presenta fuera de concurso en el Festival. Protagonizada y producida por Lawrence, la intérprete se atreve con un papel en el que se muestra como una mujer autodestructiva, que se inflige daño a sí misma, desagradable a rabiar con casi todo el mundo y al borde de un abismo. Lo que se llama una depresión posparto, pero a lo bestia.
En un festival en el que Gaza ha tenido mucho protagonismo, y en el que la cuestión “genocidio sí, genocidio no” ha sido crucial, Jennifer Lawrence lo ha dejado claro: “Es mortificante. Lo que está ocurriendo no es menos que un genocidio y es inaceptable. Estoy aterrorizada por mis hijos, por todos nuestros hijos, además de todo lo demás”.
Ante la renuencia de Hollywood a utilizar la dichosa palabra, lo del genocidio ha caído como una bomba. “Todo el mundo debería recordar que cuando ignoras lo que está ocurriendo en un lado del mundo, no pasará mucho tiempo hasta que también llegue al tuyo”, ha añadido, lapidaria.
Aunque la moderadora había advertido de que las preguntas se ciñeran a la película, Lawrence ha acabado hablando mucho de política. Reciente su segunda maternidad, ha expresado así su preocupación por el estado del mundo: “Es verdad que nuestra libertad de expresión está bajo ataque. El mundo del cine y el hecho de usar nuestra voz de formas artísticas es fundamental para que existan festivales como este, donde podamos ver las historias de los demás, conectarnos, aprender y, sobre todo, darnos cuenta de que todos importamos y que todos merecemos empatía y libertad”.
Visiblemente afectada, reconoció la impotencia ante una realidad devastadora. “Ojalá hubiera algo que pudiera decir o hacer para arreglar esta situación tan compleja y vergonzosa que me rompe el corazón», explicaba la actriz. «Pero la realidad es que muchas veces nuestro miedo, o el hablar demasiado, o responder a demasiadas preguntas, solo consigue que nuestras palabras sean usadas para avivar aún más el fuego y la retórica”.
Por ello, pidió centrar la atención en los verdaderos responsables y en la acción cívica. “Esto está en manos de nuestros representantes electos», considera la actriz. «Solo quiero que la gente mantenga el foco en quién es realmente responsable, en lo que pueden hacer y en cuándo deben presentarse y votar. No debemos dejar que los actores o los artistas que intentamos expresar la libertad del arte o la libertad de expresión seamos quienes carguemos con la culpa que corresponde a quienes tienen el poder”.
Maternidad dolorosa
Die, My Love está ambientada en una Montana rural temerosa de Dios, de costumbres conservadoras y ancestrales. Una América profunda hoy en el punto de mira por su trumpismo extremo. En ese contexto, que el filme retrata destacando la belleza de su cultura —sobre todo musical—, pero sin ocultar un cierto provincianismo, el personaje de Lawrence es una escritora con bloqueo creativo.
En un filme plagado de estrellas, Robert Pattinson interpreta a su marido, un tipo de lo más corriente y no muchas luces que no sabe cómo reaccionar ante una mujer cada vez más desequilibrada. Sissy Spacek, por su parte, interpreta a su suegra, y aún sale Nick Nolte como abuelo cascarrabias. Detrás de la cámara, Lynne Ramsay, cineasta de prestigio gracias a títulos como Tenemos que hablar de Kevin (2011) o En realidad, nunca estuviste aquí (2017).
Jennifer Lawrence, junto a la productora Andrea Calderwood, en San Sebastián. Foto: EFE/Juan Herrero
La maternidad no como fuente de satisfacción y alegría, sino como factor desestabilizador e incluso destructivo, es la gran apuesta de la película. Ha dicho la flamante Premio Donostia: “Últimamente las madres han empezado a ser vistas como seres humanos, seres que soportan una carga enorme cada día. No se trata de decidir qué versión es mejor o cómo hacerlo, sino de mostrar lo que alguien que cuida de una casa y cría a un hijo realmente vive: la presión, la energía que requiere y lo duro que es”.
Lawrence también ha hablado con una franqueza poco habitual sobre los cambios que llegan con la maternidad y cómo estos afectan a la intimidad y al deseo: “Es, sin duda, una experiencia general. Querer resultar emocionante para tu marido, querer sentir esa conexión, querer ese golpe de dopamina que da el sexo, y también cómo tu cuerpo, tu mente y tu relación cambian después de tener un bebé. Con o sin hijos, la represión sexual es algo común”.