Tuve un profesor de Filosofía fascinado por las arañas, de las que solía explicarnos que, antes de zamparse una presa, la digerían fuera del cuerpo. Imaginen, por ejemplo, una mosca que acaba de caer en la red y a la que el depredador inyecta enseguida un veneno paralizante. Luego, a través de los colmillos, introduce en su organismo una serie de enzimas digestivas que licuan los tejidos internos del insecto (músculos, órganos, grasa…). La mosca se convierte así en un batido orgánico dentro del vaso de su propio cuerpo. El vaso, o exoesqueleto, de quitina, quedará intacto y se desechará. A continuación, con una bomba faríngea muy potente, la araña absorbe ese batido predigerido, que pasa por el intestino, etc. Lo importante, aquí, es que no se enfrenta a la realidad sin haberla licuado.
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