Quique Llopis valora su cuarta plaza en el Mundial de Atletismo. / PROYECTO FER
Hace apenas unas horas se cerraba una nueva edición de los Campeonatos del Mundo de atletismo. Lo hacían en Tokyo, donde ahora sí, el estadio olímpico de la capital nipona pudo disfrutar de una semana de competición con las gradas llenas. Situación, que a buen seguro, se hubiera repetido hace ya cuatro años, cuando la pandemia por el virus de la COVID 19 descafeinó la disputa de estas pruebas durante la celebración de los Juegos Olímpicos.
Una vigésima edición de esta competición, desde aquella primera que tuvo lugar en Helsinki en 1983, que como en todas ellas desde entonces, ha servido para consagrar a una larga serie de atletas y descubrir nuevos nombres y nuevas historias, que posiblemente, de los que reinen en los próximos años en sus diferentes pruebas.
Un arduo trabajo a lo largo del año, con la siempre exigente búsqueda previa de clasificar incluida, que tiene su punto final en apenas un momento, un instante, una salida inicial a pista donde jugárselo todo. La máxima presión de estar óptimo en el momento en que todo lo invertido previamente se pone en la palestra. Todo por un resultado, del cual depende, en muchas ocasiones, un posterior sustento económico que facilite la mejor preparación para próximos retos a emprender.
Una escasa milésima puede ser clave para pasar a ser parte de la gloria deportiva y dejar un nombre marcado para siempre en la historia, no a nivel de la propia competición, sino también en el ámbito nacional o regional del propio o la propia atleta.
Uno de los claros exponentes de esta situación es la cuarta posición, la conocida coloquialmente como “medalla de chocolate”. Esa misma que te deja con la miel en los labios, con el peor sabor de boca posible. Apenas un puesto respecto al tercero, que te da el premio de poder lucir una medalla colgada del cuello, de poder subir a uno de los cajones que forman el pódium, de poder vivir en primera persona el momento de la ceremonia de premiación donde acaparas los flases y en el que tu figura e imagen pasan a ser reconocidas a lo largo de todo el planeta.

Quique Llopis, el mejor español fuera de la marcha / EFE
Pero si esta circunstancia es dolorosa cuando se produce, más lo es cuando, en un mismo gran escaparate, se repite de nuevo en una o incluso en dos ocasiones. Algo que bien puede personalizarse en la figura de Quique Llopis. El velocista valenciano rozaba la tercera de las preseas en juego en la cita olímpica de hace un año en Paris y de igual manera, en el mundial indoor de Glasgow, desarrollado también durante 2024. Un sabor agridulce, que se repetía por tercera vez hace apenas unos días sobre la pista japonesa en la final de la prueba de 110 vallas.
Un golpe duro para el de Bellreguard , que por apenas cuatro centésimas, siete menos de lo que le separó del bronce en París, le impedía tocar el cielo deportivo en el país del sol naciente, en una prueba, donde un mero roce al superar un obstáculo o una mínima pérdida de concentración, puede dejarte fuera de todo.
Pese al revés, la mayor cercanía con la medalla le dejó con ganas de seguir intentándolo, sabiendo cual es de sobra el camino para conseguirlo. Y es que, con apenas 25 años, lleva casi dos instalado en la élite, luchando hasta la foto finish con aquellos que antes se podían disipar en un lejano horizonte.
Una nueva “medalla de chocolate”, que a buen seguro será la última, ya que el presente es de Quique, pero el futuro más cercano también.