Tenía 16 años cuando decidió que debía abandonar su país, Senegal, si quería tener un futuro mejor, más prometedor. Tras meditarlo, se lanzó al mar durante cinco días, sin conocer muy bien dónde acabaría. Es la historia de Becaye. Una con final feliz pese a los muchos años de incertidumbre, de ir de aquí para allí. Mismo final tiene la de Yosdayni, una venezolana que con 23 huyó de Venezuela con su marido y su hijo recién nacido. También escapando del régimen se marchó de Togo Simeon Kossi. Son solo tres historias. Tres personas que han acabado trabajando en Zaragoza y que narran en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN el periplo que han tenido que sortear para normalizar su vida en España.
La historia de Becaye podría ser la más dura. Un adolescente que se sube una patera, con un destino incierto y que llega a un país donde no conoce a nadie y no entiende el idioma. Lo cierto es que cuenta su historia con templanza, desde el optimismo, sin una gota de dramatismo. «Siempre pienso que las cosas pueden salir bien, confío en que puedo conseguir mis objetivos desde la responsabilidad», explica, ahora sí, con un español casi perfecto.
Senegalés, con una vida medianamente acomodada, decidió abandonar su país para prosperar. «No puede decir que no estuviera bien en mi país, pero quería mejorar, tener una vida mejor, y pensé que si venía a España podría tener una oportunidad. Fue mi tío el que me pagó el viaje, pero no sé lo que pagó», recuerda. Estuvo cinco días en el mar, al principio con miedo, luego con esperanza. «Era el pequeño de la barca, la gente se preocupó por mí, me animaron constantemente y aunque al principio iba con miedo fui relajándome poco a poco», relata con calma. «El viaje fue muy difícil. Es el mar», explica restándole importancia al hecho de que un equipo de salvamento les rescatara cerca de la costa.
Al ser menor y llegar con su documentación fue trasladado directamente a un centro de menores en Más Palomas, donde estuvo ocho meses, hasta que se le asignó una plaza en el centro de menores de Accem en Añón de Moncayo, donde estuvo casi dos años y cumplió la mayoría de edad. De ahí pasó al programa 17 Plus de Accem en Tarazona, donde encontró un trabajo.
Becaye, que ahora con 21 años habla wolof, francés, español y algo de inglés, estuvo formándose en FP Básica de Servicios Administrativos y finalizó sus estudios en 2023, que completó estudiando inglés. «Yo sabía que algún día conseguiría mi objetivo, ahora estoy trabajando, vivo de forma independiente en un piso compartido y estoy bien», explica, no sin antes admitir que el camino no ha sido fácil. «Me costó adaptarme pero las cosas me han salido bien», añade Becaye, que ahora trabaja como operario de producción en cadena con contrato indefinido. «Estoy en el camino correcto», celebra.
Desde Venezuela
También tiene un final feliz la historia de Yosdayni que, ella sí, ha pensado en volverse a su país en demasiadas ocasiones. Su comienzo no fue nada sencillo y llegó a temer que acabaría durmiendo en la calle con un bebé de un año.
Con 23 años, dejó Venezuela en noviembre de 2024. «La vida allí no es fácil. La situación política es muy delicada, no tienes libertad, no es seguro, el Gobierno de Maduro persigue a todo aquel que piensa diferente y no puedes prosperar», resume.
Yosdayni con su marido y su hijo el día que llegaron a España. / SERVICIO ESPECIAL
A Yosdayni y su marido, Arquímedes, empezó a rondarles por la cabeza la posibilidad de emigrar cuando tuvieron a su hijo. «No nos llegaba el sueldo. La alimentación en el país es muy mala, el acceso a las medicinas es muy difícil y no teníamos ni para pañales», explica. Así que decidieron vender la furgoneta que utilizaba su marido como taxi para comprarse los billetes de avión hasta Madrid, donde aterrizaron como turistas (con billete de vuelta) y desde donde se trasladaron hasta Zaragoza donde, en teoría, iban a acogerles unos conocidos. «No fue como nos lo habían pintado. En su casa solo pudimos estar dos semanas. Cuando tuvimos que irnos empezamos a vivir la realidad del migrante«, recuerda.
«No paraba de llorar, me veía en la calle con un bebé y en invierno», admite Yosdayni que, de no ser porque su marido tenía claro que no podían volver a Venezuela, se habría vuelto. A través de unos conocidos alquilaron una habitación cuyo propietario, a los tres días, les dijo que o le pagaban cinco meses por adelantado o tendrían que irse. Y pagaron.
Al no ser solicitantes de asilo no podían entrar en el programa de acogida, así que se trasladó hasta el ayuntamiento para empadronarse e informarse sobre las alternativas que tenía. Mientras, su marido iba haciendo trabajos en negro, lo que les genera pequeños ingresos para mantenerse.
El día que lo cambió todo
Fue cuando se toparon con Accem cuando comenzaron a ver la luz gracias a su ayuda. Tras un largo proceso, el 3 de agosto legalizaron su situación en España, y el día después Yosdayni empezó a trabajar en una panadería. La familia vive en una habitación alquilada, confiada en conseguir algo mejor cuando su marido consiga un trabajo estable.
Eso es lo que ha conseguido Simeon Kossi, un togolés que huyó del país tras unas publicaciones en un periódico y una revista y sufrir las represalias del Gobierno. «Empecé a recibir amenazas, llamadas de teléfono anónimas y decidí que debía marcharme», explica.
Llegó a España en 2008, con la excusa de su participación en el Foro Mundial de la Inmigración que se celebraba en Madrid, y de ahí se fue a Barcelona donde vivía un paisano que, en principio, le mostró su ayuda. «No fue una experiencia muy bonita. Era un explotador y se aprovechaba de mi situación de vulnerabilidad. Fue muy duro», recuerda Simeon, que admite que durante meses se fue ganando la vida como pudo, «día a día».

Simeon Kossi. / SERVICIO ESPECIAL
Tras contactar con Reporteros sin Fronteras, accedió a un programa de acogida internacional, en el que permaneció nueve meses, pero después, volvió a encontrarse en la misma situación: no tenía nada ni a dónde ir.
Dos años después, llegó a Zaragoza gracias a un convenio entre Reporteros Sin Fronteras, la Asociación de Periodistas de Aragón (APA) y el Ayuntamiento de Zaragoza para acoger a un periodista refugiado y todo cambió, porque empezó a formarse, a aprender el idioma y a recuperar la confianza hasta que en 2017 su vida volvió a dar un giro, cuando encontró un trabajo en Accem, donde se encarga del servicio de asistencia a víctimas de discriminación racial o étnica. «Nunca he pensado en volver a Togo. La mejor decisión que tomé fue irme, pero sí que he pensado más de una vez que quizá tendría que haberme ido a un país en el que pudiera entenderme. La barrera del idioma hizo que los inicios fueran todavía más duros», admite Simeon, que cierra su conversación mirando al futuro. «Todo eso queda atrás».