Sydney Sweeney, actriz y modelo. / Redacción / AP
«Los genes se transmiten de padres a hijos y a menudo determinan rasgos como el color del pelo, la personalidad e incluso el color de los ojos. Mis jeans/genes son azules». A la marca de vaqueros American Eagle le bastó con esa frase, que juega con la misma pronunciación en inglés de las palabras jeans y genes, para liarla parda a finales del mes de julio. Tampoco salió indemne la modelo de la campaña publicitaria, la actriz estadounidense Sydney Sweeney. No me malinterpreten: ganó la empresa y ganó ella también.
Tan pronto se lanzó el spot, las críticas por los supuestos tintes eugenésicos de la campaña —un poco exagerado, si me preguntan— no tardaron en llegar. A muchos les espantó ver a una mujer rubia de belleza normativa hablando de genes. ¿Dónde quedaron los modelos de los anuncios de United Colors of Benetton? ¿Han vuelto a esconder a las mujeres que mostraban su ‘belleza real’ para Dove?
Ni es un avión ni es Superman. Es la publicidad pasándose por el Arco del Triunfo los valores asimilados en los primeros años 2000, después de una década, las de los noventa, en la que modelos anoréxicas tomaron el control de las pasarelas. Lo que le pareció la polémica a Sweeney es un misterio porque no ha dicho nada al respecto. Quien calla otorga, dicen.
A quien sí le gustó fue al mismísimo presidente de los Estados Unidos y a algunos miembros de su gabinete. Eso sí, mostraron su apoyo después de que se hiciera público que la actriz se registró como votante del Partido Republicano en el estado de Florida meses antes de que Donald Trump ganara las últimas elecciones a la Presidencia del país.
El mandatario estadounidense publicó en su red social que mientras Sweeney estaba provocando un éxito de ventas por el «atractivo» anuncio, las marcas o personas, como Jaguar o Swift, que optan por lo woke se hunden. «Solo mirad a la cantante woke Taylor Swift. Desde que alerté al mundo de lo que era ella, la abuchearon en la Super Bowl y ya no está de moda». Este hombre no da para mucho más.
Se tiende a pensar que el mundo del cine y, en concreto, en Hollywood, todos son artistas progresistas y la verdad es que suelen presentarse así en su mayoría. Sin embargo, el mundo es otro desde hace tiempo.
Que en los Estados Unidos de Trump, con el fenómeno MAGA (Make America Great Again) hasta en la sopa y la Generación Z siguiendo a perfiles como el de Charlie Kirk, al que no creo que Dios tenga en su gloria, lo raro sería que no apareciera por la pantalla una promesa del cine como Sweeney, orgullosa de sus genes. En peores plazas hemos toreado, recuerden a Eva Braun. Esta, por ahora, lo único que ha hecho hasta el momento ha sido forrarse anunciando unos vaqueros con una frase que le han escrito unos publicistas.
Y, como decía, no le va nada mal. Si las acciones de American Eagle se revalorizaron un 30% tras la polémica campaña, la revista Forbes publicaba la semana pasada, coincidiendo con su 28 cumpleaños, que la muy caucásica —sin acritud— actriz ha doblado su fortuna en un año, pasando de 20 a 40 millones de dólares de patrimonio. Con ese dinero te puedes comprar hasta un piso en Madrid o Barcelona, creo.
Conocida en todo el mundo por su papel de Cassie Howard en Euphoria (HBO), serie en la que compartía pantalla con Zendaya, su futuro en el séptimo arte promete. Tras coprotagonizar la primera temporada de la saga The White Lotus, lo petó con Cualquiera menos tú y sorprendió a la crítica con Reality. Dicen que buscará su primera nominación al Oscar en 2026 con Christy, un biopic de una popular boxeadora de los noventa, y ya ha grabado La asistenta, adaptación de la exitosa novela de Freida McFadden. Además, también es productora, lo que le permite tomar decisiones en los proyectos en los que participa.
Lo que me mosquea es que vayan diciendo los trumpistas que Sweeney estaba siendo víctima de la cultura de la cancelación por parte del mundo woke. Todo lo contrario. La actriz, que es muy libre de pensar y votar lo que quiera, se está dejando querer por la masa dominante de estos tiempos de rabia y odio. Son ellos quienes tienen hoy en día el poder de la cancelación y son ellos los que lo ejercen. El primero, su líder, Donald Trump, desde su púlpito en la red social Truth, en donde machaca a todo aquel que no le gusta.