Francia se instala en la crisis / Mediterráneo
La crisis social y la incertidumbre económica se han adueñado de Francia desde que el presidente Emmanuel Macron decidió convocar elecciones legislativas en el mes de junio del año pasado a raíz de la victoria cosechada por la extrema derecha de Marine Le Pen en las elecciones europeas celebradas aquel mismo mes. Si hasta entonces, no sin dificultad, el cordón sanitario para aislar a la Agrupación Nacional permitió armar gobiernos razonablemente estables, la fragmentación de la Asamblea Nacional salida de las urnas en julio del año 2024 ha derivado en una sucesión de gobiernos en minoría de vida breve cuyo uno de sus últimos episodios ha sido el nombramiento de Sebastien Lecornu para suceder a François Bayrou.
Mientras tanto, las reformas precisas para contener la erosión de la economía encallan en un Parlamento de configuración a la italiana, donde resulta poco menos que imposible articular una coalición con una mayoría suficiente. Los datos resultan alarmantes: el déficit se dispara, la prima de riesgo de la deuda supera la de Italia, los datos macroeconómicos están por debajo de los de Alemania y España. Precisa, pues, el Estado dejar de gastar el próximo año un mínimo de 40.000 millones de euros para contener la degradación de las finanzas públicas. Y de todo ello se resiente la capacidad del eje franco-alemán de pilotar a la UE en un periodo de riesgos políticos y estratégicos acrecentados por las guerras de Ucrania y Gaza y la zona euro en su conjunto resulta lastrada.
Es de prever un aumento de la movilización social en Francia, con la extrema derecha segura de que puede sacar provecho del descontento en los sondeos electorales. La reacción del miércoles en la calle es un síntoma inquietante de la inercia de los sectores más amenazados por ajustes presupuestarios inaplazables, entre ellos la reforma de las jubilaciones. Desde el estallido de las protestas de los chalecos amarillos en 2018 no han dejado de multiplicarse las manifestaciones contra una corrección del Estado del bienestar que el centro y la derecha consideran urgente, las diferentes izquierdas impugnan y la extrema derecha utiliza para desgastar al establishment de la Quinta República y conquistar la presidencia. Lo cierto es que la fragmentación se traduce todos los días en una inoperancia que contribuye sin remedio a ensombrecer aún más el futuro.
Desgaste
La voluntad manifestada por el bloque centrista de lograr un acuerdo de no censura con el PS resulta a estas alturas poco viables: Olivier Faure, líder de los socialistas, exige que el Gobierno renuncie previamente a recurrir al artículo de la Constitución que le permite en última instancia aprobar una ley sin votarla. La sucesión de cuatro primeros ministros desde enero de 2024 ha desgastado de tal manera las relaciones entre adversarios que el «cambio radical de estrategia» que proclama el entorno de Macron y Lecornu carece de credibilidad y no es tenido en cuenta por quienes debieran considerarlo. Hay, por el contrario, el convencimiento de que cada vez es más improbable lograr al menos las abstenciones necesarias para aprobar un presupuesto que, si abunda en la contracción de las partidas sociales como parece inevitable, agitará la calle con consecuencias imprevisibles y ampliará la imagen de Francia como enfermo de Europa.