Todo el mundo necesita un espacio al que poder llamar hogar. Unas paredes que se sientan seguras y sólidas para refugiarse y poder sacar ese yo verdadero que se esconde durante el día entre encuentros con los otros y obligaciones. Pero cada vez parece más complicado ante los elevados precios de la vivienda, especialmente en lugares como el Archipiélago canario, donde cada vez más pisos y casas se destinan al uso turístico y, los que no se utilizan para ese fin, presentan un precio de venta que no deja de subir debido a la falta de oferta. Ante este panorama, aparecen en el horizonte alternativas más asequibles, sobre todo para los jóvenes, que suelen tener menos ingresos y/o menos capital acumulado: las casas de madera.
El canario Eduardo Batista vio de forma clara esta necesidad y decidió fundar, junto a su hermano, la constructora Pinocha Canarias, donde la madera se transforma en hogar y donde los precios son más bajos que en el mercado inmobiliario actual. «Tenemos 35 y 29 años y, para nosotros, con un trabajo normal, solicitar una hipoteca y poder acceder a una vivienda es prácticamente imposible. Las casas de madera nos facilitan el acceso a una vivienda digna, y los periodos de construcción y los costes son mucho más inferiores a lo que lo son en una vivienda tradicional», relata.
Así, una vivienda de este tipo puede conseguirse por una cantidad aproximada de 30.000 o 40.000 euros, importe que puede variar según el modelo, características y otros factores.
Para Batista, las casas de madera «son el futuro», espacios acogedores y cálidos que ofrecen la posibilidad de no tener que pagar un alquiler desorbitado o una hipoteca de años y años que se siente como un ancla imposible de soltar. Por eso, cada vez más personas de entre 25 y 40 años acuden a empresas como Pinocha en busca de una solución habitacional que se adapte a sus condiciones. También lo hacen, en palabras del constructor canario, «personas mayores que tienen un terreno, que siempre plantaron papas y cultivaron las tierras y quieren tener un espacio para cultivar los fines de semana, estar tranquilos y salir de la ciudad, el tráfico y el agobio».
Sea como sea, las casas de madera ofrecen una alternativa sostenible y en armonía con la naturaleza, además de presentar un proceso de construcción más rápido y limpio. «Son construcciones en las que, teniendo un terreno y un crédito personal, se puede entrar a vivir en dos semanas», puntualiza Batista.
¿Cómo es el proceso?
Lo primero que hay que tener es un lugar en el que poder poner la casa. Después, hay que hablar con el organismo pertinente en cada ayuntamiento porque, como explica Batista, cada municipio tiene sus propias normas de construcción: «Hay algunos que te ponen más facilidades y otros todo lo contrario. Hay que consultar con el municipio donde tengas el terreno la posibilidad de montar la casa, ver qué facilidades te pone. Las casas de madera son viviendas prefabricadas, no hay que anclarlas al suelo, no modificas su caracterización, son viviendas que en suelo rústico son fáciles de instalar», recalca.
A pesar de las facilidades que ofrece esta alternativa, todavía hay muchas personas a las que no les genera confianza, ya sea por desconocimiento o por el apego a la tradición del ladrillo. En cambio, en otros países europeos, estas casas son muy habituales, sitios como Suecia, Alemania, Estados Unidos o Escocia donde se generan bosques sostenibles para llevar a cabo este tipo de construcciones.
«La gente dice que las casas de madera no duran tanto. Yo les digo que se fijen en los barcos de madera que están en contacto con el mar y que duran cientos de años. Esto es igual que una casa normal, si no se le hace un mantenimiento adecuado, pasan diez años y parece que está en ruinas. Lo mismo pasa con las casas de madera, llevan un tratamiento concreto», especifica Batista.
En Pinocha, las casas que montan son de abeto nórdico y llegan directamente desde Lituania. Son viviendas que ya vienen tratadas para garantizar que la madera esté en perfecto estado y, tras montarlas, se les hace un tratamiento que las protege de insectos y carcoma y otro que lo hace del sol y la humedad. «Al final es un sistema constructivo que lleva más de 250 años haciéndose y que tiene el cien por cien de garantías», concluye el constructor.