Búsqueda de monedas de oro, desguaces de barcos para obtener metal o reparaciones navales. Estas son solo algunas de las labores que los buzos han realizado en aguas del Puerto de Las Palmas y del archipiélago canario, y que han sido recopiladas a través de testimonios por el historiador Vicente Benítez en su libro Los buzos de Canarias, que presentará este miércoles 10 de septiembre, a las 19.00 horas, en el Real Club Náutico de Gran Canaria.
Con esta serie de relatos entrelazados, Benítez desvía la atención de los objetos encontrados bajo el mar y que forman parte de los museos, hacia las personas que arriesgaban su vida para trabajar a grandes profundidades, relatando también una parte de la historia marítima de Canarias que estaba sumergida en el olvido.
Vicente Benítez había estudiado Ciencias del Mar, pero su inquietud le llevó a estudiar una segunda licenciatura, concretamente la de Historia, y desde un principio supo en qué quería centrarse: «la historia marítima y portuaria, la arqueología subacuática y todo ese mundo naval». Por ese motivo, compaginó sus estudios con la investigación y la publicación de artículos e, incluso, libros sobre naufragios, pecios y barcos, centrándose «sobre todo, en objetos materiales».
Transmisión oral
Fue una profesora de una universidad argentina, Laura Benadiba, quien hizo que cambiara su forma de mirar al mar cuando asistió a un seminario sobre historia oral y se sintió cautivado por la idea de que sean las personas quienes relaten la historia y sus recuerdos de su vida laboral, que es lo que, a su juicio, completa la información de cada objeto rescatado.
Así, en 2008 comenzó a entrevistar y grabar a buzos veteranos y retirados, y a mercantes, combinando estos testimonios con la documentación histórica que iba hallando en archivos de Canarias y de la Península.
El autor del libro consiguió hablar con decenas de personas, entre quienes se encuentran Guillermo Goezzinen ‘El Holandés’, Franco Campanalunga, Benigno Federico Domínguez, los hermanos Eugenio y Román Grau o Antonio Delgado, además de numerosos familiares de buzos, periodistas, ingenieros o marinos. Once años después tuvo la oportunidad de publicar diez de estos testimonios en Crónicas de Gran Canaria y Crónicas de Tenerife, pero siempre con la idea de que todo el trabajo de investigación quedara compilado, luego, en un libro que ahora ve la luz.
Lo más difícil, quizás, fue «deshacer la madeja» para poder tejer las historias, puesto que la vida de los protagonistas se van cruzando a lo largo de los años de diversas formas.
1872
Aunque el libro se centra en unos 140 años, desde 1880, la primera referencia que ha encontrado Vicente Benítez fue de 1872 cuando «un buzo en el Muelle de Las Palmas se mete debajo del agua a sacar el baúl que trae el tatarabuelo de una amiga» desde Cuba, con sus posesiones y el dinero que había podido reunir durante los años que duró su migración.
El historiador siente que este libro le estaba «esperando a la vuelta de la esquina durante 50 años». Entre sus páginas aparece la familia Rodríguez Medina, que eran nueve hermanos que «tenían un taller de soldadura, de chapas y de corte, y trabajaban con fragua, martillos y yunques» en el que su padre, aficionado al deporte, encargaba la elaboración de mancuernas que él mismo tenía que ir a recoger al salir de clase cuando tenía 12 años. Durante su investigación conoció a Ángeles Rodríguez, hija del mayor de los hermanos, y supo que «ellos fueron los que desguazaron y trocearon el submarino alemán de Las Burras». El buzo Benigno Federico Domínguez había reflotado y trasladado a la Base Naval de Gran Canaria la embarcación en 1951 y dos años después, cuando fue subastada, fueron contratados para desmontarlo. Según le contó Ángeles, entre todos los hermanos se repartieron las vajillas y objetos del submarino alemán de la II Guerra Mundial.
Contrabando de acero
En el libro se habla también del «contrabando de cojinetes de acero que metían en cajas al mar y por la noche Antonio Rodríguez, que era buzo, se metía en el agua por el Sanapú e iba a la Base Naval para sacarlas de estraperlo» en una época en la que España dejó de recibir materiales del extranjero a causa de la Dictadura.
Vicente Benítez relata cómo en esa época del «hambre de hierro» se desguazaban buques hundidos, se troceaban y se sacaban para enviarlos a los hornos y fundirlos para tener acero. Un ejemplo fue el de Guillermo Goezzinen ‘El Holandés’, que en los años 50 llegó con su socio en un velero y tenía experiencia como buzo en la Armada holandesa, y para ganar dinero y poder seguir navegando se dedicó a esta labor.
Él y otros muchos bajaban a 40 metros y se «jugaban la vida» para desguazar con dinamita los buques, afirma el historiador, que asegura que «un error le costó la vida a uno de ellos».
Especialización
La actividad de los buzos en Canarias, con el paso de los años, fue especializándose. Con los sucesivos cierres del Canal de Suez y la llegada de más tráfico marítimo a Canarias, llegó también la necesidad de los barcos mercantes de limpiar y pintar los cascos, a finales de los sesenta y en la década de los setenta, «una actividad que movió muchísimo dinero».
El libro, publicado por la editorial Mercurio, cuenta con el prólogo de José Miguel Pacheco, quien fuera profesor del autor en la facultad de Ciencias del Mar.