He leído que los drones son tan efectivos matando a personas porque los maneja la inteligencia artificial. No sólo se trata de que ésta no cometa errores y responda con precisión a las coordenadas, también es porque no se cuestiona ni sus acciones ni sus consecuencias. Si la programan para acabar con la vida de inocentes, niños o familias haciendo cola para conseguir un mendrugo de pan, ésta obedece sin remordimientos. No es lo mismo apuntar a un objetivo y mirarle a la cara, ver cómo se mueve, observar con quién habla, humanizarle y apretar un gatillo, que sentarte delante de un ordenador e introducir datos para que una máquina haga el trabajo sucio por ti. Aunque el resultado sea el mismo, la implicación personal y el sentimiento de culpa son distintos. Todo es más fácil si no vemos a la víctima como un ser humano.
Una patera arriba a una playa de Granada, y varios migrantes desembarcan, tras días de viaje. Los bañistas, en vez de darles un sorbo de agua, comienzan a perseguirles y a darles caza. Unas imágenes abrumadoras que recuerdan a cualquier videojuego. Un señor con lorzas al aire reduce a un recién llegado y espera a que la policía haga su trabajo. Está claro que los mensajes acaban calando en la población. Si recibimos constantemente mantras que asocian delincuencia y peligro a una población determinada, si nos repiten que ciertas nacionalidades nos quitan el trabajo y gozan de más derechos que nosotros, acabamos creyéndolos. Si el objetivo era deshumanizar, como herramienta para odiar, lo consiguen. Lo malo cala más que lo bueno.
Hay algo en las imágenes de los aviones sobrevolando los campos de refugiados y lanzando comida desde el aire que espeluzna. Esa necesidad y desesperación de los que corren tras ella y ese desapego de quien la lanza. Esa falta de contacto emocional y la lejanía afectiva que todo ello conlleva conforman una estampa inhumana. Mientras esto sucede, el mundo observa y, día tras día, nos anestesiamos ante el dolor ajeno. Preferimos no poner nombre y apellido a tanta desgracia.
La policía ha detenido en Elche a un matrimonio que regentaba una residencia ilegal para personas altamente dependientes. El percal se descubrió después de que un chico con parálisis cerebral falleciera en sus instalaciones. El escenario era repugnante, habitaciones sin ventilación, colchones envueltos en cintas, orines y excrementos. Los colectivos vulnerables son grandes candidatos a ser deshumanizados. Algunas personas con discapacidad intelectual no tienen habilidades comunicativas y no se quejan. Otras tienen una necesidad de apoyo tan intensa que son incapaces de percibir una vulneración de sus derechos. Quienes aprovechan esa debilidad son unos malnacidos.
Ojalá conociéramos la solución a tanto despropósito. Mientras la buscamos, sí podemos elegir nuestro comportamiento ante él. No tolerar las simplificaciones del «todos son» para describir ciertas etnias o religiones es un buen principio. Conocer las historias y necesidades personales ayudarían a no permitir el sufrimiento de tantos. A mayor generalización, mayor deshumanización.
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