La pregonera, María Dolores Gadea Montiel, más conocida como Lola Gadea, desgranó ante vecinos y visitantes este domingo por la noche un relato cargado de emoción, humor y gratitud, que arrancó sonrisas, recuerdos compartidos y también alguna lágrima. Desde el primer instante dejó claro que no iba a limitarse a los formalismos: «Esta noche os voy a contar una historia. Mi historia». Con esa frase, abrió un viaje que conectó su biografía con la de Santa Pola, porque como señaló, cada paso de su vida está ligado a la tierra, al mar y a la fiesta de su pueblo.
El pregón celebra el reconocimiento de las fiestas como de Interés Turístico Autonómico y la pregonera reivindica a las mujeres como motor de la tradición y la fiesta
Nacida a finales de los años cincuenta en la calle del Codo, en casa de su abuela, relató con frescura cómo fue aquella infancia humilde y feliz, rodeada de vecinos que se ayudaban y compartían. Evocó con ternura su llegada al mundo —un parto difícil, «gordita y cabezona»— y su manera precoz de enfrentarse a la vida con determinación: «Yo puedo, yo lo hago, yo voy». Ya desde niña se mostraba independiente y disfrutona, capaz de convertir una piedra brillante en una muñeca o de hacer de cualquier hallazgo un motivo de felicidad. En ese entorno aprendió valores que marcarían su carácter. Su abuelo, conocido como el «Manco del Pichocho», fue un hombre de talento y sensibilidad, trovero y escritor, de quien conserva versos cargados de ingenio. Su abuela Antonieta, pescadera y ejemplo de fortaleza, la educó en la autosuficiencia y en el realismo: «Qui espera sopa d’altres, gelada se la menja», recordaba como uno de sus lemas. Fue a su lado donde aprendió que la vida había que afrontarla con humor, esfuerzo y la convicción de que nadie regala nada.
Escenas festivas
Los recuerdos de infancia se mezclaron con escenas festivas: decorar calles con guirnaldas de papel, regar la tierra con la mano para asentar las macetas, correr tras las bandas de música en los pasacalles o asomarse desde la muralla abarrotada a las celebraciones taurinas. Con un lenguaje sencillo y emotivo, Gadea transportó al público a aquel pueblo vivo y comunitario, donde la Virgen de Loreto era protectora y referencia espiritual. También evocó a su padre Antonio, al que definió como un trabajador incansable, valiente y solidario. Narró cómo construyó con sus propias manos la casa familiar en la calle Pelayo, con materiales reciclados, inculcándole la «cultura del esfuerzo». Fue él quien la animó a confiar en sí misma, quien la llevó a nadar al muelle, a cazar al amanecer y quien le mostró que el sacrificio tiene recompensa. Uno de los momentos más emotivos del pregón llegó con el recuerdo de la niña perdida en la sierra de Crevillente en 1961, rescatada por un grupo de cazadores entre los que estaba su padre. «Lloraba de alegría al traerla con vida», relató Gadea, recordando la sensibilidad de un hombre recio.
“Soy disfrutona, y lo he sido en cada amigo, cada trabajo y cada fiesta. ¡Qué suerte!”, dijo la pregonera
La educación tuvo un papel clave en su trayectoria. La figura de la maestra Mariló, que llegó con aires de renovación al colegio Virgen de Loreto, fue decisiva para que Lola pudiera continuar estudios gracias a una beca. Ese impulso le abrió camino al bachillerato y, más tarde, a la universidad. Entre tanto, no faltaron los trabajos estivales en el mercado, en panaderías o charcuterías, experiencias que curtieron su carácter trabajador.
«Mi diamante en bruto»
El relato dio un giro especialmente íntimo al recordar su encuentro con Andrés, «mi diamante en bruto», el que ha sido su compañero de vida, apoyo incondicional en cada proyecto y padre de sus hijos. Con emoción, Gadea subrayó que nada hubiera sido posible sin él: ni su vocación sanitaria, ni sus logros académicos, ni su posterior carrera como matrona. Su discurso repasó también la otra cara de su vida: la entrega social y festera. «Nunca he sabido decir que no», confesó, enumerando una larga lista de compromisos que van desde la Cruz Roja a proyectos humanitarios en Guatemala y Guinea Bissau, pasando por la política local, donde fue concejala y teniente de alcalde. Con naturalidad recordó episodios pintorescos, como cuando representó a Santa Pola en IFEMA preparando un gazpacho de mero para doscientas personas, o cuando desfiló como mora en la Gran Vía de Madrid. Más allá de anécdotas, lo que transmitió fue una filosofía clara: la vida es una fiesta. Explicó los beneficios de la risa, de la convivencia y de los preparativos festeros como motores de creatividad, cohesión y salud. Relató cómo en 2012, cuando las chilabas del sultanato llegaron mal cosidas, el grupo convirtió la tragedia en comedia y terminó desfilando con una alegría contagiosa. «Esa es la actitud», insistió, «reírnos de los problemas y seguir adelante».
El pregón fue un relato vital que entrelazó infancia, familia y esfuerzo con la historia de Santa Pola
En el tramo final, rindió homenaje al papel de las mujeres santapoleras, auténticas columnas del pueblo cuando los hombres se iban al mar. Nombró con respeto a las pioneras que impulsaron la cabalgata multicolor y agradeció de manera especial a las camareras de la Virgen de Loreto, guardianas de la imagen y de la capilla. «Cuidáis a nuestra madre para que ella nos cuide a todos», proclamó, arrancando un largo aplauso.
El pregón se cerró con la mirada puesta en el presente y en el orgullo colectivo: este 2025 las fiestas han sido declaradas de Interés Turístico Autonómico de la Comunidad Valenciana, y se estrena un himno festero propio. Con un «Visca la Mare de Déu de Loreto, visca Santa Pola» y el tradicional permiso a la alcaldesa para dar inicio a la fiesta, Lola Gadea dejó en el aire un pregón que quedará en la memoria como uno de los más emotivos y personales de los últimos años: una mezcla de biografía, homenaje al pueblo y canto a la alegría de vivir.