¿Está definitivamente cerrada la adquisición de la compañía Transmediterránea por Baleària? Eso parece, pero queda rematarla. Entre otras cosas la familia Armas es propietaria de cinco naves – incluidas la dos que realizan las travesías entre Gran Canaria y Tenerife –que tenían alquiladas a la empresa matriz. Y luego está don Adolfo Utor, por supuesto, el propietario de Baleària, un empresario enérgico y brillante, y además muy próximo (eso dicen) al PSOE. Supuestamente el presidente Pedro Sánchez, a través de los psocialistas catalanes y valencianos aunque no solo, le pidió a Utor que entrara en El País y la Cadena SER, lo que hizo tomando una participación del 5,41% — nada irrelevante — en Prisa. Antes el empresario de origen alicantino había acudido a la ampliación de bonos convertibles del grupo editor, pero apenas acumulaba el 3%. Los activos de Transmediterránea quedarán en manos de un empresario hecho a sí mismo, sin duda, pero con unas relaciones punto menos que privilegiada con Sánchez.
El más breve que húmedo sueño de una Transmediterránea en manos de empresarios canarios – como era más o menos predecible – se evaporó en realidad desde hace meses. Lo hizo cuando llegó Utor con la billetera –dispuesto a atender las demandas de los fondos y bonistas (bestias mitológicas y pavorosas como JP Morgan, Baring, Tresidor y etcétera) que se apoderaron del legado ruinoso de Armas, un patrón tan emprendedor y laborioso como desordenado, a veces caótico. Un pequeño grupo de empresarios canarios habías formado un frente como Vicente Boluda. Ellos se quedaban con el tráfico interinsular y Boluda con las rutas entre Canarias y la Península. La alianza fue seria, pero jamás se consolidó del todo. Los bonistas se resistían a un acuerdo financieramente razonable y no se bajaban de sus ambiciones casi maximalistas. Utor – que además de crédito tiene mucha liquidez – estaba dispuesto a la aventura inversora, a un riesgo que las dimensiones de su mapa de operaciones convertía en rentable. Se produjeron vaivenes, semipreacuerdos, vagas esperanzas hacia un entendimiento, algunas conversaciones interesantes. Nada. Finalmente nada. El señor Utor venció en buena lid y se llevó al plato prácticamente todo.
El destino final de la compañía Transmediterránea ejemplifica muy bien todo lo que gorgojea en la fantasía de un capitalismo patriótico. No existe nada que puede llamarse capitalismo canario con una capacidad de intervención estratégica en nuestra economía. La única excepción (parcial) ha sido una historia de crecimiento inteligente, profesionalidad imbatible y éxitos meticulosos como la compañía Binter, y en su momento una alianza demente entre un dirigente político de antojos cesaristas y un empresario inescrupuloso la intentó hundir. Sé que es muy difícil convencer a aquellos que creen que nuestros pobres son los indigentes más miserables del planeta mientras nuestros ricos acumulan fortunas sauditas, pero es que en Canarias no hay pasta. Con tres o cuatro excepciones nuestros millonarios son mediopensionistas en el espacio del capitalismo español y no digamos europeo. La situación en este punto puede caracterizarse como un equilibrio inmovilista.
De un lado está el poder político, que tiene limitadísimas oportunidades – desde el centroderecha o el centroizquierda – de colaborar con un capitalismo netamente canario en una cooperación que beneficie la productividad y la modernización de la economía regional en su conjunto, y que no está exenta, como aludí antes, del peligro de un mago peludo dispuesto a reinventar el mundo según su fantasía primate; de otro, una clase empresarial modesta, asustadiza, agazapada y comodona, que prefiere el paraguas institucional a un sensato riesgo creativo, y que además dispone de escasa liquidez y de un crédito rigurosamente acotado. Conozco proyectos empresariales muy prometedores gestados aquí – alguno que otro pese a todo está en marcha – y que solicitaba como inversión inicial unos miserables doscientos o trescientos mil euros. La cara de los supuestamente interesados, al escuchar la cifra, adquiría un color grisáceo. Ese es precisamente el color del capitalismo patriótico. Un gris huidizo, inexistente, desvanecido, mudo. De duros a tres pesetas.
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