El denostado pero formidable catecismo del Padre Astete, en el que fuimos educados muchos millones de españoles, de los cuales aún vivimos bastantes, incluía entre las llamadas “gracias actuales” las muertes repentinas (no la del propio catecúmeno, claro), episodios drásticos e inesperados que operaban como aviso y despertaban la conciencia. Mutatis mutandis, e imaginando que exista un espíritu de la naturaleza dotado de su propio genio, golpes tan terribles y dramáticos como la dana de Valencia o la reciente oleada de incendios deberían cumplir la función de una “gracia actual” para el negacionismo climático más o menos taimado que subyace al culto pagano al progreso a todo trance, haciendo que “recuerde el alma dormida/avise el seso y despierte”, disolviendo los cristales de la zona de confort en que ese mal hace vida y se atrinchera. Pero por lo que vamos viendo, ni por esas.
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