Alardeaba hace veinte años Bigas Luna de su olfato para las actrices. Primero, decía, había lanzado a la fama a Penélope Cruz con Jamón, jamón (1992), y ahora le tocaba el turno a su nueva musa, Verónica Echegui, de convertirse en la nueva sensación del cine español.
Cruz y Echegui interpretaban personajes parecidos, con una diferencia que también refleja —para bien, en este caso— los cambios sociales de los últimos años. Al personaje de Cruz no le faltaba cierta garra y desparpajo, pero funcionaba básicamente no solo como objeto erótico: también se construía en función de los hombres. Ennoviada con un rico heredero (Jordi Mollà), decía que si los padres de él no les dejaban casarse se «suicidaría».
Catorce años después de Jamón, jamón, con Yo soy la Juani (2006), Bigas Luna le daba una vuelta a esa «chica de barrio de belleza desgarradora», un mito algo clasista —eso tampoco se puede negar— con un personaje muy distinto. Porque la Juani también tenía problemas con el novio (Dani Martín), en este caso por díscolo, pero en vez de «querer suicidarse» más bien se lo comía con su carácter y arrojo.
El propio Bigas Luna lo dejó claro: «Creo que encarna a la chica española del siglo XXI, aquella que ya no es víctima del machito ibérico y pretende ser líder en su mundo».
Al cásting se presentaron tres mil candidatas, y Echegui lo preparó a conciencia: «Creé un look, un personaje y hasta un sketch familiar: compré varias prendas para el cásting, tales como un chándal amarillo, un top blanco, unos pendientes y una gorra. Hablaba a cámara, bailaba, tenía una cobaya como mascota… Todo lo choni que podía«.
Al principio, Luna no lo vio claro: «Al final me tomé un café con Bigas y me dijo: ‘Creo que harías una buena Juani, pero no te veo muy motivada, no veo las ganas o la ambición‘. Así que le agarré del brazo y le dije: ‘Mira, tú dame el papel y te aseguro que no te vas a arrepentir’. Y entonces él vio ese hambre».
La elección parecía, al final, absolutamente inevitable. Ella misma lo tuvo claro: «Le dije a Bigas: ‘Yo soy La Juani, y si me habéis encontrado es porque es mi vida, ¿sabes? Es que todo lo que ha dicho este señor soy yo'».
Por aquel entonces, Verónica Echegui apenas había despuntado como secundaria en la serie Paco y Veva. Con la Juani, como Luna había pronosticado, se convirtió de golpe en una gran estrella. La película no era una maravilla —la historia algo tópica de una aspirante a actriz en un mundo machista y frívolo—, pero el personaje, y la actriz, eran todo un hallazgo.
La estética choni, «con chándal y tacones, informal pero arreglá«, que decía Martirio, no solo resultaba sexi: también era sociológicamente relevante y cinematográficamente deslumbrante. Echegui, con toda la garra posible, le daba coraje a su personaje de chica maltratada por la vida pero nunca dispuesta a rendirse.
De paso, Luna rendía homenaje a esa «nueva España» ya consolidada en democracia, en la que las mujeres reclamaban con fuerza un espacio público que se les había negado. Al director también le fascinaban los rituales de los chavales de barrio, desde las carreras de motos hasta el «parquineo», o sea, montarse la fiesta en el párking de la discoteca.
Es terrible pensar que la luz de Echegui —esa sonrisa franca y esos ojos vivaces que desarmaban a cualquiera— haya durado muchísimo menos de lo que hubiera sido justo. El cine no le acabó de dar el «gran papel» que merecía, aunque tuvo actuaciones brillantes en películas como Katmandú, un espejo en el cielo (Icíar Bollaín, 2012), por la que fue nominada al Goya, o como la chica ciega, insegura y conmovedora de Seis puntos sobre Emma (Roberto Pérez Toledo, 2011).
Esa Juani quedará grabada a fuego como su personaje más importante, más icónico. Con su fuerza, su talento y su belleza fresca y tumultuosa, Echegui logró que sintiéramos a la «choni» no solo como una mujer sexi que existe para ser devorada por los hombres, también como una fuerza revolucionaria que iba a cambiar el mundo. Y de alguna manera, así ha sido.