«Cuando llegamos pensaron que éramos unos pirados. Para lo extraño y lo raro siempre hay prevención». La lama Drolma recuerda cómo hace 40 años pusieron en marcha en un rincón de La Ribagorza un templo tibetano que transformó el entorno y que se ha convertido en un referente espiritual y turístico que traspasa las fronteras de la comarca. Se calcula que unas 15.000 personas lo visitan todos los años.
El pasado 12 de agosto, la comunidad Dag Shang Kagyü celebró el aniversario de la fundación del templo mientras trabajan para tener más y mejores instalaciones. «Ahora todo el mundo pone inciensos y habla del karma, pero en los años ochenta fuimos unos pioneros», manifiesta Mireia Viñes, el nombre de la lama (o guía espiritual) que contribuyó a la fundación del enclave.
Como suele suceder, el lugar se eligió un poco por azar, debido al relativo aislamiento que les proporcionaba. Comenzaron en una parcela de 8.000 metros cuadrados. Viñes recuerda que en el año 78 ya abrió la primera librería alternativa de Mallorca y que en ese periodo comenzó a interesarse por la sabiduría de las culturas orientales. Por allí pasaron astrólogos, naturistas y diversos maestros y lamas. «Poco a poco se fueron abriendo las puertas», explica.
El recorrido por el templo budista parece un viaje por el corazón del Tíbet. En la ladera de una colina se encuentra un recinto espiritual inesperado y pintoresco, compuesto por una gran estatua de Buda, dragones azules, estupas, ruedas de plegaria y pórticos. Este espacio sagrado se extiende en forma de pequeñas edificaciones, donde monjes y voluntarios se retiran para realizar sus prácticas espirituales y buscar la iluminación. «Los primeros años hasta los albañiles que colaboraban se sorprendían con la determinación y la rapidez con la que avanzó todo, lo que sucedió fue muy hermoso», señala.
Ahora la comunidad está inmersa en la construcción de un nuevo albergue, Norbu Ling, que ofrecerá más espacio para los residentes en el centro y permitirá realizar ciertas actividades con mayor amplitud en su sala polivalente, pensada para la práctica del yoga y el tai chi. «Tenemos mucha ilusión en que se termine», manifiesta Viñes.
Dag Shang Kagyü cuenta también con otro albergue y casas individuales para retiros y como lugar de residencia mientras se imparten cursos y seminarios de filosofía oriental. Suele haber un centenar de residentes fijos, así como diez lamas tanto occidentales como procedentes del Tíbet.
El complejo tiene igualmente una editorial y en la tienda se pueden encontrar libros de meditación o autoayuda, perfumes orientales, inciensos, postales, alimentos de Asia, cuencos para la relajación, túnicas, banderas, discos o carteles. El templo se financia principalmente con las ganancias que se obtienen de este comercio, así como de la cafetería con comida china, coreana o vietnamita, así como del precio que pagan los asistentes por la inscripción en los cursos y retiros. En tiempos se permitía que los residentes pernoctaran en caravanas y tiendas de campaña, pero eso ya ha sido prohibido.
En los últimos años se han abierto más al turismo, pues aunque siempre ha sido posible recorrer las instalaciones y participar en los rituales y meditaciones, ahora ofrecen visitas guiadas que suelen estar muy solicitadas.
Un lugar especial
Desde la unidad de turismo de la comarca de La Ribagorza señalan que el atractivo del lugar ha crecido con el tiempo, siendo el segundo referente religioso de la zona, por detrás de una imparable basílica de Torreciudad por la que pueden llegar a pasar más de 200.000 visitantes anuales. «Es un revulsivo de primer orden y han visto que mostrarse abiertos es muy positivo», señala el responsable de la oficina de turismo del Ayuntamiento de Graus, José Manuel Betato. «Es un lugar especial muy diferente a lo que se puede ver en la geografía española», indica.
Y manifiesta que los budistas, con sus túnicas naranjas, ya son «una presencia habitual» que por muy raro que parezca ya no llama la atención. «No choca verlos por las calles o en los comercios», indica.
La colaboración del templo budista con el Ayuntamiento de Graus ha sido estrecha desde los orígenes hace 40 años, cuando ya se adaptó el plan urbanístico para que pudiera acoger las necesidades de la asociación. También han participado activamente en los actos del aniversario.
Viñes indica que en el templo se vive «con la misma ilusión» que hace cuarenta años, cuando la comunidad creó un enclave utópico de personas «con interés en hacer el bien». De hecho, recuerda los vínculos iniciales con la incipiente aldea de Caneto, recién ocupada y con una gran comunidad jipi y naturista. También señala (para quien lo quiera creer) que su presencia en la ladera ha cambiado el tono del paisaje, pasando del amarillo al verde. «Está demostrado que cuando se concentran energías espirituales llueve más», revela la lama.