«Cualquier ayuda es bienvenida, pero si quieren ayudarnos de verdad, que la gente vuelva, o que venga a conocernos». Casi una semana después del desalojo de San Martín de Castañeda, Óscar Coca ha vuelto a otros fuegos, más seguros y placenteros: los de su cocina del restaurante La Terraza. El grupo de voluntarios que durante estos días ha colaborado activamente con la UME, las brigadas de la Junta y las Fuerzas de Seguridad del Estado está, al fin, de descanso. Tomando una cerveza al fresco de la tarde. También ha reabierto «El Recreo», otro restaurante de un pueblo que en agosto suele estar en plena temporada. Javier López también se vio obligado a cerrar su establecimiento y ponerse a salvar la mayor riqueza que ahora genera Sanabria: la hostelería. Apoyados en una producción agroganadera local y de excelencia, la gastronomía sanabresa se ha labrado justificada fama. En combinación con un paisaje paradisíaco alrededor del lago de origen glaciar más grande del mundo, Parque Natural, Reserva de la Biosfera, el resultado es el de miles y miles de visitantes que se unen a los sanabreses de la diáspora cada verano.
La temporada se esfumó en pleno puente de agosto, cuando el fuego originado en la localidad de Porto empezó a extenderse por las montañas como si siguiera un reguero de pólvora. «Pasamos de estar al 110% al -1 en solo 24 horas». Las reservas se cancelaron. Ahora, con los accesos por carretera ya abiertos vuelven, pero con cuentagotas: «Lo de tener 80 ó 90 reservas más las que llegaran, se acabó», detalla Óscar Coca.
La vida regresa también a las calles del pueblo poco a poco. El realojo fue permitido el viernes a última hora. El autobús de regreso llegó de noche y solo con dos pasajeros de San Martín. Cansados tras tantas noches en vela se fueron directos a la cama, «pero nos han tratado muy bien», remarca Miguel Ángel, uno de los que hicieron el viaje de vuelta en autocar con otros vecinos de Vigo de Sanabria. San Martín y Vigo fueron los penúltimos en regresar. A mediodía del sábado volvieron los habitantes de Ribadelago. A San Martín van regresando en coche particular. La mayoría se realojaron en casa de familiares en Zamora o en Madrid.
Regreso de los vecinos a San Martín de Castañeda / Marisol López del Estal
Otros se quedaron en Puebla, escudriñando cada mañana el horizonte a ver, cuando, al fin, aparecía de nuevo la silueta de San Martín y su monasterio ante su vista. La herida en el paisaje es profunda, pero es casi invisible en el entorno del lago. La ladera que rodea San Martín mantiene su aspecto de vergel, pero lo ocurrido hace pensar en cambios, sobre todo a quienes estuvieron frente a frente con el monstruo. «Tenemos que concienciarnos, no basta siquiera con limpiar la maleza de las fincas. El fuego va de copa a copa de los árboles. Tenemos que solicitar un cortafuegos por donde se ha trazado el primero por un bulldozer de la UME para que las casas estén a salvo», explica Diego López, con el cansancio aún visible en los ojos. De fondo se escucha el ruido de los aviones que van hacia La Baña, donde el infierno se ha hecho fuerte ahora. Desde Sanabria se ve una enorme fumarola, como si acabara de abrirse la boca de un volcán.
Atrás quedan jornadas interminables, de hasta 19 y 20 horas vigilando que las llamas no se extendieran. Al principio, con algún batefuegos y escobas (matorrales). «El lunes fue el peor día. Pasamos miedo sí, porque el viento soplaba fuerte y a rachas, cambiante, temimos en algún momento vernos rodeados por el fuego», explica Diego.
Los que se quedaron en el pueblo no son un grupo de temerarios, nada más lejos, pero su ayuda ha sido decisiva para cuando llegaron los primeros efectivos hasta completar el gran despliegue del jueves y viernes. Algunos de ellos son ganaderos, otros trabajan en Zamora, un guardia civil retirado, un constructor de la zona, un miembro del BRIF que tenía días libres (ironía), los hosteleros… A todos les une una cualidad inestimable que reivindican a la hora de involucrarse, a pesar del peligro: conocen cada palmo de esta escarpada sierra. Han hecho buenas migas con todos los efectivos desplegados. «Ha sido espectacular cómo se han comportado las Fuerzas de Seguridad del Estado», afirma Óscar Coca». Parte de los efectivos militares comenzaron ayer a desfilar carretera abajo. En la carretera, saludos y aplausos que contestaban haciendo sonar las sirenas de sus vehículos. También tienen palabras de agradecimiento para empresas que han donado material como Milar, en Zamora, para la farmacéutica de Puebla y el Colegio de Farmacéuticos en general. Siguen los regresos: Dolores, una de las más mayores vuelve de Zamora: «Me llevaron mis hermanas, os he echado tanto de menos», se emociona.
En el bar, sigue la tertulia, no hay otro tema. Preocupa que vengan las lluvias y que las cenizas afecten a los acuíferos. Miran de reojo la humareda que aún asoma desde el Cañón del Tera. Es la parte más afectada, la cercana a la presa rota de Vega de Tera.
En casa de José Carrillo montaron el «cuartel general», pusieron en funcionamiento las bocas de riego y se entendieron desde el primer momento con el cuerpo operativo. Horas de vigilancia, indicando accesos, luchando codo a codo . «Alejandro y Samuel Román se han dejado la piel para no perder el ganado». A otros hermanos, Martín y Jacinto, el fuego los pilló en pleno monte: «Esperó hasta buscar la seguridad entre lo quemado».
Aún no hay un cálculo exacto de pérdidas. Han visto transportar en camiones vacas abrasadas. Hay tierras inútiles para el pasto ni para nada que no sea una postal de un paisaje devastado que lucha por recuperarse, una vez más.
Hay esperanza hasta en transformar el desastre en un golpe de suerte. En el bar de Óscar media UME ha comprado el décimo que tiene a la venta para Navidad. Siempre el mismo número, que se corresponde con la fecha de nacimiento de Pepe, su padre: el 23.356. «Esta vez toca», asegura ya detrás de la barra. Así que todo el que llegaba marchaba con el décimo en la cartera. Aunque, de alguna manera, ya les ha tocado la lotería. El pueblo ha vuelto a ser una piña, como cuando rogaron a las Misiones Pedagógicas: «Cuéntenles en Madrid cómo vivimos aquí». Eran tiempos de penuria y miseria. Pero los sanabreses llevan la resiliencia en la sangre y, por qué no, andan vendiendo el Gordo de la Navidad de este terrible 2025.
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