El presidente de China, Xi Jinping. / LI XUEREN / XINHUA NEWS / CONTACTO / EUROPA PRESS
Desde su ascenso al poder en noviembre de 2012, Xi Jinping ha mostrado una creciente obsesión por la seguridad. Considera que la seguridad interna y la externa están interconectadas y que muchas de las amenazas a la estabilidad interna de China proceden del exterior.
Al contrario que sus predecesores, que dieron prioridad al crecimiento económico, el presidente Xi insiste en que la seguridad es “la piedra angular del rejuvenecimiento de China”. De ahí, su obstinación en establecer un modelo integral que propicie la estabilidad del país y el control a largo plazo del Partido Comunista Chino tanto a nivel interno como externo. Es por ello que su Gobierno se caracteriza por una continua campaña antiespionaje y contra las infiltraciones extranjeras.
Esa campaña, sin embargo, está ralentizando la recuperación económica tras la pandemia. No solo porque cada día son menos los extranjeros que aceptan ir a trabajar a China, sino también por la disminución de la inversión extranjera directa y la deslocalización de fábricas a otros países más abiertos. Además, pese a las medidas de apoyo, el Gobierno no ha logrado revertir la desconfianza sobre la situación económica, por lo que el consumo no despega.
Frente a este clima adverso, China se esfuerza por depender menos de las exportaciones, pero la prolongada recesión inmobiliaria no favorece los planes gubernamentales. Aunque Xi es consciente del malestar que genera la crisis económica, insiste en impulsar una seguridad integral para proteger un “nuevo patrón de desarrollo”, que tenga como objetivo la autosuficiencia.
El PCCh percibe como muy desestabilizadora la imprevisibilidad de Trump y ha respondido con una doble estrategia. De un lado, intenta debilitar las alianzas de EE. UU. para minimizar su deseo de contener a China, entre ellas la de la Unión Europea, que el mismo Trump se empeña en dañar. De otro, el uso de las tierras raras como moneda de cambio, ya que su abrumador dominio de este sector limita las opciones de la guerra comercial y tecnológica lanzada por EE. UU. y seguida de cerca por la UE, lo que enerva al PCCh.
Al estrecharse el cerco que promueve Washington para frenar el avance de China, Pekín robustece su seguridad interior con medidas que afianzan el autoritarismo del régimen y la exterior con un fuerte crecimiento de su músculo militar. El objetivo de Xi Jinping es neutralizar todo lo que suponga una amenaza al control del partido, lo que exige a China ser más asertiva a nivel internacional.
Interesada en convertirse en líder del Sur Global, China promueve entre esos países su Iniciativa de Seguridad Global, con la que aspira a lograr un equilibrio entre su propia seguridad y la del mundo. Pekín está convencido de que es urgente crear un entorno de seguridad exterior favorable a China y justifica el asertividad exterior como una acción defensiva. De igual manera, en el interior, define como defensivas las acciones que incluyen la erradicación de la corrupción, el dominio del partido sobre el aparato militar y coercitivo y una mayor vigilancia de las actividades religiosas, de las ONG y las empresas extranjeras.
En la obcecación del PCCh por controlarlo todo asoma un nuevo reto: la inteligencia artificial, que además de automatizar la guerra será definitiva para ganarla.