Cuando imaginamos a un bombero, solemos pensar en una persona capaz de un acto heroico como extinción de incendios forestales o rescates en incendios, inundaciones y accidentes. Sin embargo, pocos se detienen a considerar el coste psicológico y emocional que conlleva esta labor.
El síndrome de ‘burnout‘ –un estado de agotamiento emocional, despersonalización y pérdida de eficacia profesional– se ha convertido en una amenaza creciente para estos trabajadores esenciales. Analizando 36 estudios sobre este asunto, nuestro equipo ha llegado a la conclusión de que el desgaste emocional es una realidad frecuente y preocupante en el colectivo de los bomberos. Paradójicamente, la investigación sobre el tema sigue siendo escasa en comparación con otras profesiones de riesgo, como personal sanitario o policías.
Riesgos más allá del fuego
Ricardo comienza su día sabiendo que no volverá a casa hasta el día siguiente. Mientras la mayoría de las personas tienen una jornada laboral de ocho horas, para un bombero el turno dura 24 horas seguidas. Eso significa estar disponible, alerta y preparado desde que entra al parque, a las 8:45 de la mañana, hasta la misma hora del día siguiente.
No es fácil teniendo en cuenta que su labor va mucho más allá de apagar fuegos. A veces le toca abrir la puerta de un anciano que no responde a las llamadas de sus familiares para averiguar si sigue con vida. Otras se ocupa de contener una fuga de gas, o de intervenir en un accidente o incluso de asistir en un intento de suicidio. En suma, su rutina está marcada por la incertidumbre, y cada salida exige no solo destreza técnica, sino también templanza, empatía y capacidad para actuar bajo presión. Y aunque en teoría pueden dormir por la noche, en la práctica rara vez descansa bien: las alarmas pueden sonar en cualquier momento.
Las demandas laborales excesivas, como la exposición constante a situaciones de emergencia, los turnos prolongados y la ambigüedad de rol, figuran entre los principales desencadenantes del síndrome del ‘burnout’ en estos profesionales. Además, la falta de reconocimiento institucional y el escaso apoyo organizacional agravan la situación.
No a todos los bomberos les afecta por igual
No a todos les afecta por igual. A nivel individual, ciertos rasgos de personalidad, como el neuroticismo, una baja autoeficacia y el uso de estrategias evitativas de afrontamiento pueden actuar como factores de riesgo favoreciendo la aparición del ‘burnout’.
Por el contrario, la inteligencia emocional y la búsqueda de sentido en el trabajo pueden funcionar como factores protectores.
Cansancio, alteraciones del sueño y lesiones
El burnout no solo lleva a sufrir cansancio o desmotivación. Sus consecuencias afectan gravemente tanto a la salud del bombero como al servicio que presta a la comunidad. Los estudios incluidos en nuestra revisión muestran una asociación clara con diversos trastornos psicológicos, como la depresión, el estrés postraumático y las alteraciones del sueño.
A nivel físico, el desgaste emocional se ha vinculado con un aumento del riesgo de lesiones musculoesqueléticas. Además, el ‘burnout’ afecta negativamente al rendimiento, aumentando la posibilidad de errores, el absentismo y los problemas de seguridad laboral.
La paradoja del bombero “vocacional”
Podríamos pensar que tener una fuerte vocación es un factor positivo. Sin embargo, puede volverse en contra en determinadas circunstancias, intensificando el impacto emocional de las situaciones críticas y actuando como un factor de riesgo en contextos de alta carga afectiva. De igual forma, la autocompasión, aunque generalmente protectora, puede convertirse en un riesgo en bomberos cuando no se acompaña de estrategias adaptativas.
Incluso el apoyo social, tradicionalmente valorado como amortiguador del estrés, ha mostrado resultados contradictorios: en contextos organizacionales tensos o poco funcionales, el apoyo entre compañeros puede no ser suficiente o incluso perjudicial, aumentando el agotamiento emocional.
No se considera una enfermedad profesional
A pesar de su gravedad, el ‘burnout’ no está reconocido como enfermedad profesional en España, lo que impide a los bomberos acceder a intervenciones específicas. Esta omisión contrasta con países como Suecia o Canadá, donde existen protocolos estructurados para su prevención, como el modelo de gestión del estrés por incidentes críticos (CISM, por sus siglas en inglés).
Nuestra revisión sistemática señala, además, una preocupante falta de estudios realizados en el contexto español, lo que limita la capacidad de diseñar políticas adaptadas a las particularidades del país. El vacío se torna más grave si se considera el reciente aumento de fenómenos climáticos extremos, como la dana de 2024, que multiplican las exigencias sobre este colectivo.
Cuidar a los que nos cuidan
Ante este panorama, sería interesante, a nivel individual, apostar por programas de entrenamiento en regulación emocional, resiliencia, y estrategias activas de afrontamiento. A nivel organizacional, se podría actuar mejorando el clima laboral, clarificando los roles, equilibrando la carga de trabajo y fortaleciendo el liderazgo.
El ‘burnout’ en bomberos no es un signo de debilidad, sino una respuesta comprensible ante un entorno laboral desafiante y que exige un nivel de esfuerzo emocional constante. Reconocerlo como riesgo psicosocial y desarrollar políticas públicas de prevención y atención, más allá de las obligaciones mínimas establecidas por la Ley 31/1995 de Prevención de Riesgos Laborales, sería de gran ayuda para este colectivo.
La salud mental de quienes nos protegen no puede esperar. Reconocer el problema, invertir en prevención y adaptar las organizaciones a las necesidades reales del trabajo de emergencias no es solo una cuestión de justicia laboral, sino de responsabilidad social.
Por Alicia Arenas Moreno, profesora de Psicología Social de la Universidad de Sevilla, Carmen Rocío Expósito López, investigadora en Psicología de las Organizaciones de la Universidad de Sevilla, Donatella Di Marco, profesora Permanente Laboral de la Universidad de Sevilla, Francisco José Sanclemente Ibáñez, profesor Ayudante Doctor, Organización de Empresas de la Universidad de Málaga, y Macarena Torrado Herrera, personal investigador de Psicología de la Universidad de Sevilla.