Vuelvo a este vinilo de Bob Dylan casi con la misma frecuencia que regresan las estaciones. Es de 1975, y no me ha dejado desde entonces. En él se entremezclan folk, corridos imaginarios, tequila, pasiones y desamores. De sus canciones, bailé con fruición, como un travolta barbudo, Hurricane en alguna discoteca de los setenta.
Más tarde, me atrajo especialmente Romance en Durango, aquella trágica huida por el desierto, con acento mejicano, de dos enamorados tras un crimen pasional. Últimamente, me cautiva Sara. La mujer que Dylan nunca dejó de amar.
La madre de sus cuatro hijos, la musa bella, de espíritu algo ‘bohemio y gitano’, que no pudiendo soportar la vida ‘tormentosa’ del artista acabó pidiendo el divorcio poco después. «No me dejes nunca, no te vayas nunca», le suplica un Dylan desgarrado en el disco, mientras recuerda los baños de antaño en la playa con los niños, las copas nocturnas en un bar de Portugal, las noches de insomnio escribiendo para ella…
Vuelvo a Desire también estas noches de verano. Y celebro que el Deseo siga estando todavía aquí.
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