En Manzaneda, Suso, ganadero y presidente de la comunidad de montes que alcanza hasta la estación de montaña, hace balance de lo perdido con el paso de los fuegos que asolan en sur y el sureste de la provincia. Lo hace con un tono mezcla de resignación y rabia contenida. «Aquí no quedó nada. Lo que digan los políticos de 4.000 u 8.000 hectáreas no sé de qué sumas salen. Ardieron decenas de miles. Entre los fuegos de Trives, Maceda, Manzaneda, Chandrexa, Vilariño… igual solo en esta zona van 30.000 hectáreas y habría que sumar aún las pérdidas de Verín y A Gudiña. Nada, no queda nada. La oscuridad. Solo se ve negro».
Las llamas han desdibujado el mapa y convertido en ceniza buena parte de los montes del Macizo Central. Pero lo que para las estadísticas son hectáreas afectadas, para los vecinos son décadas de trabajo perdidas. Ganado, pastos, madera, maquinaria, instalaciones. Un ecosistema productivo que desaparece sin garantías de continuidad.
Suso pudo salvar su pequeña explotación, casi «más hobby que trabajo», pero no todos los vecinos tuvieron la misma suerte. A algunos «les ardieron los becerros, y alguna vaca», incluso el curro. En Chandrexa de Queixa, cuenta, estuvo la peor parte, un pastor perdió el rebaño entero. «Noventa o cien cabezas. Solo reponer eso puede suponer más de 12.000 euros, pero hay pérdidas que no se pueden ni calcular».
Suso entre el dolor saca tiempo para la reflexión, «¿Van a dejar las administraciones pastar aquí? Cuando empiecen las lluvias algo volverá a brotar, pero aunque pasen meses no serán suficientes y con la ley que tiene la Xunta, que impide entrar en monte quemado durante tres años, ¿qué hacemos? ¿Nos arriesgamos a sanciones?».
Lo más probable, lamenta, es que «si el Seprona va a mantener esa normativa a raja tabla nos va a tocar llevar la ganadería al matadero porque tendríamos que gastar ya todo el forraje que teníamos preparado para el invierno. Es inasumible».
Para este ganadero, el problema no es solo el fuego, sino todo lo que pasó antes: «la mala gestión». Habla de un abandono prolongado, de ausencia de cortafuegos y de pistas de accesos sin condiciones. «Era una muerte anunciada. Puede doler, pero no puede sorprender, dejan arder el rural», zanja.
El entorno natural
«Lo mejor que tenía la estación de montaña era su naturaleza virgen. Allí subían nuestras vacas, los niños podían verlas. Ahora yo, que subía todos los días, ya no quiero subir. Allí había hasta 500 hectáreas de pinos, algunos con 70 años de antigüedad y un valor incalculable…En una horas quedó todo calcinado por una mala gestión», recrimina.
El relato del ganadero no es un caso aislado. Se repite, con matices, en casi todas las parroquias afectadas. Explotaciones extensivas en zonas de montaña, con poca densidad de población, que desde hace años actúan como los últimos frenos naturales frente al avance del fuego.
También lo lamenta así el regidor municipal de Manzaneda, Amable Fernández, «aquí tenemos mucho pasto y mucho ganado. Al alto de la montaña tuve que ir yo mismo con el coche bomba del concello, que ya tiene sus años, hasta la cima de un curro porque el pastor no podía salir». Lograron salvarlo, junto a sus animales, pero Fernández no los celebraba: «Era lo mínimo, pero ardió todo. Ese hombre iba a pasar dos meses en la montaña haciendo su trabajo y ahora… ¿qué va a comer todo ese ganado? Es un desastre natural enorme».
Desde Maceda, la alcaldesa, Uxía Oviedo, tampoco encontraba otra palabra para definir la situación de los incendios, «desastre» era la más citada. «La parte más negativa está en el patrimonio natural, es una pérdida enorme para nuestro concello porque es también el sustento de muchas familias, es su pan», decía cuando el incendio iniciado en la parroquia de Castro de Escuadro había arrasado 370 hectáreas. Ahora son ya 2.500.
Prohibiciones y beneficio
«Es un desastre, pero un desastre que ya hemos vivido en otras ocasiones en otras zonas. En la zona de Valdeorras también ardió todo hace tres años y no hemos mejorado», lamenta el ganadero.
Apunta directamente a las administraciones públicas, «leyes y prohibiciones. Eso hacen, leyes, prohibiciones, restricciones y sanciones y los que quedamos el rural no podemos hacer nada. Es un desastre. Las administraciones del fuego hacen una prohibición, y de la prohibición el negocio. Llevábamos 70 años trabajando en el pinar, limpiando, podando, invirtiendo para tener unos beneficios para que venga un maderista y se enriquezca…Es desolador».
Reclamación sindical
Desde el Sindicato Labrego Galego, el gandero y agente ambiental Davide Outeiro advierte de que esta situación no es nueva ni accidental: «A falta de pastoreo e a aposta por especies pirófitas converte o territorio nunha mecha continua. Sen persoas que vivan e traballen no rural, isto vai ir a máis cada verán».
Además de las pérdidas directas, las organizaciones agrarias alertan de que los incendios tendrán un impacto económico estructural en la viabilidad de muchas explotaciones. Desde Unións Agrarias reclaman que no se penalice a las ganderías afectadas en la tramitación de la PAC, ya que, según la normativa actual, las superficies quemadas no serían admisibles para recibir ayudas ni en esta campaña ni en las dos próximas.
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