En el congreso de su partido celebrado a primeros de julio, Feijóo respondió con un «no» rotundo a la propuesta de vetar o aislar a Vox. Alegó en defensa de su posición el respeto debido a los votantes de Abascal. Pero no precisó cómo serían las relaciones del PP con este partido. Se limitó a proclamar que aspiraba a gobernar en solitario. En días posteriores, su secretario general y otros dirigentes afirmaron en voz baja, en apariencia sin estar muy convencidos de lo que decían, que antes de acceder a La Moncloa en coalición con Vox preferían la convocatoria de nuevas elecciones. Consciente de que podría necesitar su apoyo para formar gobierno, el PP contempla con Vox todas las posibilidades. La ausencia de veto implica que se adoptará la actitud que se considere más conveniente, de acuerdo con criterios que pueden variar de una situación a otra.
En Jumilla, el PP tomó en consideración una moción presentada por Vox que rechazó en el ayuntamiento de Murcia. La iniciativa atenta contra derechos fundamentales especialmente protegidos por la Constitución. Son palabras mayores. El grupo municipal del PP modificó el texto de la moción tratando de ajustarla a la legalidad. Finalmente, fue aprobada con sus votos y la abstención de único concejal de Vox, que no obstante manifestó su satisfacción por haber conseguido el objetivo de impedir una celebración musulmana en el polideportivo de la localidad. Las crónicas cuentan que el PP se mostró receptivo a la prohibición a cambio del voto favorable de Vox a los presupuestos municipales. Sin embargo, para que ese apoyo resultara imprescindible tendría que darse in extremis la circunstancia poco probable de que Vox estuviera dispuesto a respaldar una moción de censura avalada por los dos partidos de izquierda representados en el consistorio. De otro modo, los presupuestos elaborados por el gobierno local entrarían en vigor, aunque hubieran sido rechazados por el pleno y la alcaldesa saliera derrotada de la preceptiva cuestión de confianza.
La pregunta, entonces, es, ¿por qué el PP optó en Jumilla por debatir y enmendar la moción de Vox, a pesar de su flagrante inconstitucionalidad? Cabe pensar, entre diversas hipótesis, que los concejales del partido entendieran, errando en el cálculo, que el asunto no iba a tener gran trascendencia. Pero la ha tenido, y multiplicada. En Jumilla han confluido la realidad potencialmente conflictiva de la inmigración, la estrategia política de los grandes partidos, muy en particular la ofensiva de Vox, y la apertura táctica del PP. Para los votantes de Vox, la inmigración es el principal problema del país. Favorecido por los vientos que llegan de Europa, con cierto retraso por la crisis de 2008 y la pandemia, el partido de Abascal está logrando colocar en el centro de la arena política nacional este tema, tan peliagudo y polémico, que puede elevar la tensión al máximo, como se comprueba en casi todos los países de la Unión Europea.
Deberíamos tomar nota del caso de Jumilla. En la superficie del fenómeno sociológico de la inmigración, que pone a prueba la disposición y capacidad de todos para la convivencia, los partidos políticos se hacen presentes y juegan a su juego. Una abstención de dos concejales socialistas hubiera bastado para aprobar los presupuestos en primera votación, pero que se sepa ni el PP la reclamó ni el PSOE la ofreció. En materia de inmigración, las diferencias entre ambos partidos son menores de lo que parecen. Lo que ocurre es que los absorbe la disputa por el poder, que los enfrenta cada vez más.
Las encuestas conceden una ventaja cómoda al PP, que se beneficia de la indecisión de una quinta parte de los votantes socialistas para abrir brecha ante su rival. Pero la condición de favorito acarrea para el PP la complicación de convertirse en blanco preferente de sus adversarios. Hasta las próximas elecciones se verá sometido a una fuerte y doble presión. El PSOE insistirá en unificarlo con Vox en la extrema derecha, subrayando las connotaciones xenófobas de su discurso y sus posicionamientos. Por su parte, Vox, alentado por Trump y sus aliados europeos, lo pintará de la mano del PSOE, aquí y en Europa, e irá aumentando su agresividad con el fin de capturar el segmento de votantes fronterizos que hay entre los dos partidos. Vox no ha penetrado en el electorado de izquierdas y solo crece con los votantes del PP que logra atraer. La presión que ejerce Vox sobre el PP es equivalente a la que años atrás ejerció Podemos sobre el PSOE. La diferencia estriba en que el PP, aún con esa competencia fuerte a su derecha, va por delante del PSOE en resultados electorales y en los pronósticos. Pero no podrá descuidarse. El liderazgo de Feijóo, ni por su perfil, ni por su discurso, ni por la pluralidad interna de su partido, es arrollador. Y esa doble presión que sufre obliga al PP en ocasiones, como la provocada en Jumilla, a desdibujarse. De ahí las dudas de algunos votantes, propios y ajenos, que registra el CIS.
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