Un experto se pregunta qué pasaría si todas las luces se encendieran a la vez en todo el mundo: se crearía una demanda enorme y repentina de electricidad y las centrales eléctricas tendrían que aumentar la generación muy rápidamente, para evitar un fallo general del sistema. Sin embargo, esto provocaría al mismo tiempo graves problemas de sostenibilidad ambiental, poniendo en evidencia los inconvenientes energéticos del mundo y la fragilidad del sistema.
Imaginemos un instante en el que cada vivienda, oficina y calle del planeta activara sus luces de forma simultánea. Según un análisis realizado por el especialista Harold Wallace, del Instituto Smithsonian y la Illuminating Engineering Society, en Estados Unidos, y publicado en The Conversation, ese pico global de demanda eléctrica pondría a prueba la capacidad de respuesta de las redes de energía interconectadas y podría desencadenar apagones masivos.
Escenarios posibles
Al accionar un interruptor, el sistema eléctrico debe equilibrar oferta y demanda en tiempo real. Wallace explica que un encendido colectivo elevaría el consumo en varios gigavatios de inmediato, superando la capacidad de ajuste de plantas de carbón o nucleares, que requieren minutos u horas para cambiar su carga.
Las centrales de gas natural, por su parte, responderían más rápido pero no bastarían para abastecer un salto tan abrupto. Las energías renovables, como la solar y la eólica, dependen de factores climáticos impredecibles y no podrían compensar el incremento simultáneo de forma fiable.
En tanto, los equipos de transmisión y transformación de energía operan habitualmente cerca de sus límites durante los picos de la tarde y la noche. Wallace advierte que un aumento sincronizado elevaría la tensión y corriente más allá de los márgenes de seguridad, activando protecciones automáticas que aislan tramos enteros de la red para evitar daños graves.
En regiones cálidas, donde la temperatura ambiente ya somete a los transformadores a un estrés térmico, el riesgo de fallos mecánicos o eléctricos crecería exponencialmente. Un corte repentino podría durar desde segundos hasta horas, según la magnitud del desajuste y la capacidad de recuperación regional.
La debilidad de un sistema que ya funciona al límite
Además, el encendido masivo de luminarias implicaría quemar más combustibles fósiles en centrales térmicas, aumentando las emisiones de dióxido de carbono y otros gases. La contaminación lumínica alcanzaría niveles sin precedentes, alterando los ciclos nocturnos de la fauna y los seres humanos: las aves migratorias se desorientarían y los mamíferos cambiarían sus patrones de caza y reproducción, mientras que las personas sufrirían trastornos en sus ritmos circadianos.
Al mismo tiempo, un apagón repentino afectaría servicios esenciales, como hospitales, semáforos, transporte urbano y comunicaciones, provocando caos y poniendo en peligro vidas si los sistemas de respaldo no son suficientes. Aunque coordinar un evento global así resulta practicamente imposible, debido a cuestiones como zonas horarias, hábitos culturales e infraestructuras disímiles, este ejercicio mental revela la fragilidad de un sistema interdependiente.
Wallace subraya que los operadores ya emplean reservas activas y protocolos de gestión de demanda para estabilizar la red en situaciones críticas. Sin embargo, para reforzar la resiliencia y la sostenibilidad, se debería ampliar el almacenamiento energético a gran escala con baterías y centrales de bombeo.
También sería necesario desplegar redes inteligentes que modulen el consumo doméstico en tiempo real y diversificar la matriz energética con fuentes renovables, apoyadas en predicción por Inteligencia Artificial (IA). Estos avances no solo mitigarían riesgos de fallas, sino que además promoverían un uso más responsable de la electricidad y reducirían la huella ambiental.