Cada verano, decenas de vencejos caen al suelo y quedan atrapados en un callejón sin salida: una vez en tierra, estas aves no pueden levantar el vuelo por sí solas. La mayoría no está herida, simplemente se han desorientado o agotado, pero sin ayuda, están condenadas. En medio de esta problemática, una finca en el paraje de La Ofra, en Aspe, se ha convertido en una tabla de salvación para estos viajeros alados.
Allí trabaja, junto a un grupo de jóvenes holandeses, el ornitólogo Pedro Gómez, quien lidera un esfuerzo casi heroico para sacar adelante a estas aves insectívoras. «Un vencejo no come cualquier cosa. Puede escupir un grillo diez veces antes de aceptarlo», cuenta Gómez. Algunos solo sobreviven si son alimentados mediante una sonda con papilla especializada. Otros, simplemente, se dejan morir si no reconocen el alimento como parte de su dieta natural.
En lo que va de verano se han logrado recuperar 140 ejemplares, respecto a los 160 de 2024
El trabajo que se hace en esta finca no es casual ni improvisado. Funciona como apoyo fundamental al Centro de Recuperación de Fauna de Santa Faz en Alicante, que cada año colapsa por la avalancha de vencejos recogidos por ciudadanos bienintencionados, según explica Gómez. Y es que solo en 2024, en Aspe lograron criar y liberar 160 vencejos. Este año, pese a la menor cantidad de nacimientos por la escasez de insectos, ya van 140 ejemplares recuperados.
Vencjos recuperándose en Aspe. / AXEL ALVAREZ
El vencejo común es una de las aves más difíciles de criar a mano. Está protegida y solo acepta insectos vivos como alimento. No sirve pan, ni agua, ni pienso corriente. Si no hay grillos o tenebrios, la supervivencia es improbable. «Hacemos turnos cada tres horas para alimentarlos», explica Gómez. El proyecto no camina solo. La Concejalía de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Aspe respalda esta labor. «Lo más importante es colaborar con este tipo de fincas, y les ofrecemos todos los medios que están en nuestra mano para apoyar su trabajo», asegura el concejal Vicente Carlos Cerdán.
Educación medioambiental
Más allá del cuidado directo, en Aspe también se trabaja intensamente en educación ambiental. Gracias a talleres y charlas escolares, los niños aprenden a distinguir cuándo un ave necesita ayuda y cuándo es mejor no intervenir. «Hay crías que están en el suelo pero aún son atendidas por sus madres. Recogerlas sin necesidad puede condenarlas a una vida dependiente del ser humano», señala Gómez.El esfuerzo colectivo ha dado frutos. La comunidad local responde con rapidez, y muchas veces es gracias a la colaboración ciudadana que se detectan aves en apuros. Además, el espacio que Pedro Gómez gestiona también funciona como centro de menores, cuyos jóvenes se implican en las labores de cuidado.
Cernícalos, otras aves silvestres y más vencejos encuentran en este rincón de Alicante una segunda oportunidad. Con recursos limitados y una entrega absoluta, esta iniciativa ejemplifica cómo la colaboración entre voluntariado, asociaciones y ciudadanos puede marcar la diferencia. En un verano donde el calor y la falta de insectos dificultan la supervivencia de muchas aves, finca Soria en Aspe demuestra que salvar la vida silvestre también es cuestión de voluntad.
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