Desde el Urriellu al Parlamento y hasta el más allá, ¿oíste?

Hace unos días, despedí a mi amigo Antonio Trevín. Fue un viaje de ida y vuelta desde Barcelona, donde vivo. Un acto irracional de esos que se hacen sin pensarlo mucho, pero que se hacen en ocasiones muy especiales, como un último adiós, porque a un amigo hay que intentar despedirlo de cerca. En su despedida con honores en el palacio de la Presidencia del Principado, intuía que no iba a conocer a nadie, o casi nadie, entre los políticos y personajes públicos que estaban allí, como así fue. Me crucé con el presidente Barbón y no me contuve de decirle que yo estaba allí solamente, y es mucho, porque era amigo de Trevín, y que solo podía decirle lo agradecido que le estaba por haberle adelantado excepcionalmente la entrega de la Cruz de la victoria, ya que intuía que su estado de salud no le iba a permitir llegar en condiciones al acto solemne de entrega. Me reconoció sinceramente lo feliz que se sentía por haber podido entregársela, y que se habría arrepentido de no haberlo hecho. Es bueno encontrarse con políticos, servidores públicos, hablando abiertamente de las bondades de las personas a las que se reconoce valores humanos, los que nos unen a todos.

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