José Luis Rodríguez Zapatero, el embajador de los trapos sucios de Sánchez, ha llevado al extremo -al extremo oriente- aquella gloriosa frase de Felipe González, quien aseguró que los expresidentes de gobierno son como jarrones chinos, valiosos pero incómodos, de tal manera que acaban estorbando en cualquier rincón. No contento con pasar por el mayor entusiasta de la dinastía Ming, Zapatero ha hecho añicos el jarrón que le correspondía y ha decidido enrolarse en la legión extranjera de Pekín como soldado de terracota.
Este Marco Polo de León al que la vida le va como una seda, ha abierto a Huawei las puertas de la Moncloa con la contraseña de la wifi de Presidencia. el Ministerio del Interior ha adjudicado a la empresa asiática un contrato valorado en 12,3 millones de euros para el almacenamiento y gestión de las escuchas judiciales de la Policía y Guardia Civil, un área de máxima sensibilidad para la seguridad nacional. O sea, que los chinos, que ya tienen más micrófonos ocultos que un confesionario del KGB, se van a enterar antes que el juez de los audios de Koldo, de las visitas de Ábalos al barrio chino y de las malas artes, escasamente marciales, de Montoro y su séquito de guante blanco.
Dicen las malas lenguas que Zapatero es el caballo de Troya de China en Europa, el tonto útil para que los chinos nos llenen el router de troyanos. En qué manos estamos, en las de un presidente del Gobierno que se fía de un tipo que confunde el kung fu con Confucio, un dragón con una lagartija.
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